Demasiados coches. Avanzar un metro una proeza. Aparcar un imposible. Son las diez de la noche. Sábado. Mañana Nochebuena. No tendrías que haber quedado en el centro para cenar. En todos los parkings cuelga el cartel de completo. En la puerta del teatro de la Zarzuela un trozo de acera libre. ¿Y si lo dejases ahí? Detestas hacerlo. Estacionar mal. Tu Corvette del 63 es máquina delicada. Una pieza de colección. Tampoco hay opción. Volver a casa es impensable. Ya llegas con un cuarto de hora de retraso. Dejas de dudar. Aparcas.
En el Pasta Nostra tu amigo Vicente ya ha pedido la cena. Mejor. Te da igual pizza que langostinos. Sólo quieres acabar pronto. Rescatar el Chevrolet. Conducir hasta tu bar favorito, el Ring. Beber un par de bourbons. Luego la cena se va animando. Sois cuatro. Se cuentan buenos chistes. El vino es pasable. La comida engaña al estómago. Suficiente.
Sales con una sonrisa en el semblante. Has regalado un ejemplar de tu último libro a cada uno de tus amigos. Mañana seguro que me arrepiento, por Arturo Briz. Tigre Manjatan. Ese es el nombre que figura en la cubierta. Tigre Manjatan. Tu máscara comercial y social. Vestigios de tus tiempos de redactor de crónica negra. Ahora diriges una revista. Ese era el motivo de la cena. Conseguir colaboradores para Mad Madrid. Publicación quincenal de actualidad desactualizada. Tus viejos colegas han reaccionado como un sólo hombre. A partir de enero comenzarás a recibir sus artículos, dibujos, fotografías. Perfecto.

¿Perfecto? No tan perfecto. Junto a tu maravillosa máquina hay dos individuos vestidos de azul. Parados. Uno tiene una libreta en la mano. Otro un radio transmisor. Policías. Policías municipales llamando a la grúa. Horror. Deprisa. Tienes que reaccionar deprisa. Médico. Eres médico. Vienes de una emergencia.

-Agentes, aguarden un instante, por favor. Soy médico. Vengo de atender a un paciente que me ha llamado por una urgencia. Gracias a Dios he llegado a tiempo. Gracias a Dios.
Vuelves a hablar antes de que ninguno reaccione. Has mostrado, elevándolo, el maletín negro que llevas en la mano. Podría ser el maletín de un médico. Es el maletín de un periodista. Sutilezas. En cualquier caso es un maletín.

-Estas profesiones, nuestras ¿verdad? Seguro que ustedes también han salvado vidas en miles de ocasiones. Pero no nos dejan ni respirar, ¿eh?, no respetan ni estas fiestas.
Uno de los agentes duda. El del transmisor en la mano. Es grueso, de cabello oscuro y sucio. Es el malo. Al que hay que trabajar. Le ha complacido que le comparen con un galeno. Doctores del tráfico y las multas de aparcamiento. Ese es el camino.

-Un virus. Los virus están por todas partes últimamente, con tantos inmigrantes…
A los policías les gusta que se ponga a los inmigrantes en su sitio. Tantos moros. Tantos chinos. Y negros. Sacas la cartera y rebuscas entre tus papeles. Intentando encontrar tu carné. El identificativo que te acredita como médico. Vaya, te lo has dejado en casa. Increíble. Que torpeza. Claro, con las prisas.

-No irán a ponerme una multa. Estamos en Navidad, y soy absolutamente respetuoso con las normas de circulación. Mi hermano mayor es policía, como ustedes.

Más jabón. Aunque tú no tengas ningún hermano mayor. Todos somos de la misma familia. Todos somos hermanos. Tú no tienes ni un euro para desperdiciar en multas. Eso no es bueno que lo sepan. La creencia popular es que los médicos tienen un buen pasar económico.

-Me temo que voy a tener que sancionarle.

El bueno. El policía bueno. Te habías olvidado de él. Le sonríes con la máxima humildad. Buscando el alma que apenas aflora a través de sus ojos castaños.

-Además, la grúa ya viene en camino.

El malo. Dispara desde retaguardia. La grúa. Lo que faltaba. Tienes que driblar. Regatear. Cambiar el juego. Buscar un punto débil.

-Está bien, si tienen que sancionarme, háganlo. Vengo de trabajar, de salvar una vida humana. Un niño, ya les digo, pero claro, entiendo que ustedes tienen que hacer su trabajo. Oiga, disculpe, ¿le pasa algo?, le veo muy pálido. ¿Me permite que le tome el pulso?

Tomar el pulso es lo más que puedes hacer. No llevas ningún estetoscopio entre los ejemplares de tu novela. Ni siquiera una mala caja de aspirinas.

-Está muy acelerado. ¿Se encuentra bien? ¿No siente usted un dolor en el centro del pecho?

-¿En el centro del pecho? Pues ahora que lo dice, doctor, la verdad es que llevo todo el día con una opresión aquí, encima del estómago.

-Dios mío, menos mal que me he dado cuenta a tiempo. Siéntese en el coche. Respire hondo. No. Así no. Tome aire por la nariz, llévelo al estómago y suéltelo muy despacio por la boca. Un poco mejor, ¿verdad?

-Me sigue doliendo.

Un infarto. Va a ser un infarto. Menos mal que estás tú allí. Doctor Manjatan. El eficacísimo doctor Tigre Manjatan. Apremias al otro agente para que llame a una ambulancia. O mejor aún, que conecte la sirena y lleve él mismo a su compañero a un hospital.

-Menos mal que me han encontrado. Pero tranquilos, creo que vamos a llegar a tiempo.
Coges el cuaderno de multas del agente sano. Del agente que tiene tan mala cara como el otro pero a quien no has tomado el pulso. Casi le empujas al interior del coche. Doce de Octubre.

-Apresúrese. Yo le sigo. Ha sido un milagro que yo estuviera aquí, doy gracias a Dios. Estas cosas sólo ocurren en Navidad, ¿verdad? Un milagro.

Sí. Un milagro que hayas llegado antes que la grúa. Un milagro que hayas conseguido quitarle el bloc, con tu matrícula anotada, al policía. Un milagro de Navidad que no vayas a tener que pagar ninguna maldita multa. Un delicioso milagro.

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