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Distopías: Los creyentes

Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Nacido en Valencia el 4 de Junio de 1961. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid en 1986. Especialidad de Psiquiatría. Ejercicio actual en el Hospital Universitario La Paz.
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análisis

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Edward Bernays fue un hombre muy longevo. Vivió nada menos que 103 años. El siglo XX entero. Era sobrino de Freud, aunque a diferencia de su tío (muy apegado a la mentalidad europea) se adaptó bien a los EEUU desde la infancia. No logró tanta fama como Freud pero acaso, desde la sombra, influyó en el devenir del siglo, tanto o más que el padre del Psicoanálisis utilizando sus principios. En su ensayo más famoso, “Propaganda” (1928), explora los conceptos clave de la publicidad que tanto nos influyen. La idea de vender deseos y no necesidades es suya. Logró que la mitad femenina de la población fumase, para regocijo de las industrias tabaqueras. Le bastó con relacionar el tabaco con la liberación de la mujer. Absurdo pero muy efectivo. Fue consejero de varios presidentes norteamericanos y de compañías muy influyentes como la “United Fruit Company” a la que ayudó a derribar el Gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala con la falsa acusación de ser comunista. Era una patraña, pero igual dio. Naturalmente que la CIA intervino. La colaboración público-privada para propiciar golpes de estado con la colaboración de élites locales siempre ha sido una especialidad anglosajona que ya practicaba la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. Ucrania es un ejemplo muy actual. Pero esa es otra historia. Lo cierto es que Edward Bernays coordinó en gran medida todo el proceso de justificación del golpe mediante sus técnicas de propaganda. Vargas Llosa lo novela en “Tiempos Recios”.

Aristóteles se asombraría de como la retórica (en su vertiente oscura pieza fundamental de la demagogia) ha dado paso, mediante la técnica y los medios de comunicación de masas a la propaganda y a la transformación de grandes poblaciones de ciudadanos en sectarios y fascinados creyentes. Se trata de persuadir al público de que piense y, en consecuencia actúe, del modo deseado. Goebbels era un apasionado seguidor de Bernays. Aplicó sus enseñanzas con un éxito notable. No le importó mucho que este último fuese judío. Hay que ser práctico. Peor todavía, no sabría nombrar ahora mismo a un gobierno que, en Occidente, no sea un entusiasta populista seguidor de las bien probadas técnicas de propaganda.

“Phatos”,”Ethos”,”Logos”, son los pilares de la retórica y en definitiva de la persuasión. Bernays moderniza el método y lo convierte en propaganda. Y la propaganda es capaz, sin duda, de convencer a las masas de que las vacas vuelan si una empresa, Pfizer, por poner un ejemplo inocente, se lo pidiese a alguno de sus numerosos epígonos. Veamos.

Si queremos vender un producto, o una idea o un salvador de la humanidad, lo primero es provocar una emoción adecuada. Para el caso que nos ocupa, que es el de levantar una distopía totalitaria, las emociones elegidas deben ser el miedo y la rabia, ambas muy emparentadas. Si quisiéramos vender un desodorante deberíamos estimular el deseo sexual. No deseamos vender desodorantes. Si dentro del mundo distópico pretendemos vender un salvador todopoderoso o unas vacunas milagrosas, debemos insistir en el miedo sobre todo, y en la rabia, pero solo dirigida esta última hacia los que no compren el producto. Estos “rebeldes” son necesarios para que actúen de enemigo interior, de chivos expiatorios, de catalizadores de la futura vigilancia, que será ejercida bien mediante espontáneos policías colaboradores, bien mediante el agente intimo que, con forma de conciencia, llevamos dentro cada uno de nosotros y que dicta que con nuestra responsable conducta y comprando y creyendo en el producto (por ejemplo una vacuna) podemos colaborar salvando al grupo del peligro que acecha y que siempre es urgente y de nefastas consecuencias, entre ellas la muerte de sus miembros o la destrucción del colectivo en riesgo.

Necesitamos una amenaza (o una injusticia histórica no reparada si circulamos por la senda de las razas y las etnias) naturalmente. No hay emociones adecuadas sin los acicates correspondientes. Puede ser un virus, un pueblo vecino, otra raza, una clase social, el clima, una ideología, los varones como conjunto o Satanás y sus tentaciones si viviésemos en la Edad Media. En realidad, en este último supuesto ya tendríamos a Dios como salvador y a sus representantes terrenales (los curas) para salvarnos. Como ya no creemos en nada de eso, precisamos de nuevos colaboradores. He aquí que aparecen los “expertos”. Dado que la Tecnología y la Ciencia ocupan ahora el lugar divino, los “expertos” como nuevos oráculos nos señalarán el dogma, es decir, el modo de conjurar el peligro, siempre urgente y los correspondientes tabúes, o sea, los nuevos pecados. Utilizan el viejo argumento de la autoridad. Ese que parodiaba Groucho Marx, “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”. Dogmas y tabúes constituyen el producto en venta. Por tanto será necesario moralizarlo, es decir, como cualquier dogma, elevarlo a la categoría del bien absoluto. No caben grises ni medias tintas. Las opiniones contrarias o simplemente discrepantes se transformarán en tabúes y quienes las sostengan se convertirán en herejes, sujetos a los autos de fe o las cazas de brujas. Bueno, es mejor volver a nuestro tiempo y retornar a esos eufemismos y perífrasis tales como “espiral de silencio” o “cultura de la cancelación”. La censura de toda la vida.

Los medios de comunicación son el vehículo perfecto para provocar el miedo mediante imágenes impactantes como enfermos, muertos, o ataúdes y testimonios sobrecogedores de las víctimas del peligro que acecha. Y son los encargados además de imponer la necesaria censura a los herejes, bloqueando sus mensajes o calificándolos de ridículos o absurdos mediante el escurridizo concepto de “fake news”. ¿Acaso no tenemos verificadores? ¿O son inquisidores? Pero recordemos que la Religión ha muerto. El pueblo es laico y solo cree en la Ciencia. El Evangelio debe vestirse de Ciencia mediante datos, tasas, estadísticas, gráficas y estudios que predican los “expertos” desde sus púlpitos mediáticos. Y si las cifras saturan el aparato cognitivo de las personas y nadie las entiende, mejor. Provocarán aún mayor desazón.

Retórica, religión y propaganda parecen pertenecer a territorios distintos pero comparten el tronco común de la manipulación interesada de las emociones humanas con fines mucho más oscuros que el mensaje explícito que predican. Somos muy influenciables. La Razón jamás podrá competir con las emociones, cuya utilización puede ofrecer poder y dinero mediante falsos ídolos. La Pandemia, las vacunas o la Guerra en Ucrania constituyen ejemplos particularmente virulentos de propaganda. Con gran éxito por otro lado. Vivimos en una época muy religiosa pero sin dioses. Edward Bernays, de vivir, le hubiese sacado mucho partido. Y para los totalitarismos, la propaganda es esencial. Incluso más que los medios represivos clásicos. El control cognitivo permite que la población acepte feliz su propia servidumbre, vigile a los disidentes, los segregue y los delate, transformando a buenas personas en ciegos colaboradores del tirano de turno que, en nuestras falsas democracias, ni siquiera tiene nombre. Bueno, tal vez “Ministerio de la Verdad”, que solo decía mentiras. Pero sería copiar a Orwell. Al parecer religión proviene del verbo “religare” que significa “unir” o “atar” y es justo lo que consigue la propaganda con la población en objetivos determinados por muy disparatados que puedan parecer a los disidentes o no creyentes. Sin embargo, como señalaba el inclasificable Gilbert Chesterton, “cuando se desvanece el culto a los santos todo el mundo tiende a venerar a gente mundana”. Yo añadiría que esa gente mundana suele tener intenciones ocultas…“demasiado terrenales”. Amén

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