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Dile a los años que me respeten

Cruz Galdón
Cruz Galdón
Escritora
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análisis

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“La vejez de otros no es la mía”, lo he escuchado en muchas ocasiones, haciendo un pase de pecho a la vida, alardeando lo bien que nos encontramos frente a las tragedias de otros. Pero la vejez no perdona a nadie: todo el que llega a ella tiene su particular camino.

En su ensayo La Vejez, Simone de Beauvoir escribió: “la naturaleza del hombre es malvada. Su bondad es cultura adquirida”. Y aquí es donde versa mi carta de hoy.

El pasar de los años, nos transforma en dos mitades conexas e irreconciliables a veces. Por un lado, el cambio físico atrapa a un cuerpo que no reconoce nuestro ser más íntimo, y por otro, se encuentra todo el conocimiento y la experiencia de vida que hace sabio a quién llega a esa etapa de la existencia.

Decía el filósofo Aristóteles que la perfección del cuerpo se alcanza a los treinta y cinco años, y la del alma a los cincuenta. Evidentemente la equiparación de sus edades ya no son las nuestras, cuando el culto al antienvejecimiento sostiene a hombres y mujeres que nos empeñamos por longevizar lo que la gravedad provoca.

De cualquier manera, quienes llegan a alcanzar a ese deterioro que incluso se vuelve incapacitante, y hacerlo con la mente plenamente consciente, debería ser un regalo; sin embargo, es doloroso. Tener casi todo vivido y no poder estar en plenitud de facultades, debería ir acompañado de una solidez de emociones que no rompiera al hombre por dentro. Pero ¿dónde aprender que el menoscabo del cuerpo, que induce a la dependencia de otros, es ganar la batalla al tiempo y un ejemplo de supervivencia y valentía, cuando sólo tu alma es joven y sabia?

Recordando unos versos chinos que ya Confucio citó hace más de veinticinco siglos, referidos a la belleza del calendario – “las bellas arrugas producidas por su elegante sonrisa”-, siento que la injusta espada de las lunas vividas no es la espada de Damocles. Es una caricia que permite regalar a cada persona anciana, no solo la bendición de llegar a ese punto de encuentro con su propio ser, si no también nuestro agradecimiento por el sagrado aprendizaje para quienes vivimos esa “vejez” de los que tanto amamos.

Hoy mi carta es muy breve, más de lo que mis emociones transmiten, es un canto a la ancianidad de las personas que amamos y a la que todos deseamos llegar, pero no la alcanzaremos de la misma manera.

Cojamos la mano de nuestros mayores, besémoslas y hagamos que sus partes inconexas sientan que son inmensas en su único ser.

Siempre suya.

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1 COMENTARIO

  1. No sólo los grandes filósofos y pensadores de la antigüedad, se batieron para llegar a una respuesta que satisfaga a todos al plantearse una u otra : la juventud o la adultez plena. Cada una con sus matices que permiten recorrer la vida, la existencia de cada quién, encontrando en el camino los pro y los contra que se dan naturalmente, en una u otra edad.
    Bienaventurados los que con sus arrugas por montera, hacen que estas se transformen en un admirativo canto de vida para aquellos que se creen hoy omnipotentes pensando acaso, que el tiempo a recorrer los mantendrá siempre igual. Excelente la nota Cruz y, como siempre, es un placer leerte la mañana de domingo, mientras el aroma de café inunda el ambiente y la música de un tango haga decir al cantor…. «que me quiten lo bailado…». Un abrazo sentido para vos, escritora y un saludo fraterno para quienes componen Cambio 16. Hasta la carta que viene.!!!

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