Foto: Agustín Millán.

Nada más asomarnos al día después de la reivindicación de los derechos humanos por la diversidad sexual, los rastros y los restos no dan para sanear y abolir tanta intolerancia del día a día.   Nada más recoger las banderas y los gritos y los aplausos y las reivindicaciones delante de la cámara, la realidad golpea incesante y miserablemente con la homofobia cotidiana, con las formas y las actitudes que convergen en el paso de peatones, en la barra de bar, en el supermercado, en la oficina, o tras el escaparate de una tienda ropa. Todo queda infectado en idéntica tesitura que una semana antes o un mes antes, pero no por ello es inútil la reivindicación en Madrid como en otros lugares para alcanzar el desahucio de todo acto homófobo, en todo caso, es un excelente y grandioso recordatorio para mostrar las miserias de la intolerancia que acompañan a la especie humana.

Hay mucho que hacer, mucha actitud que erradicar de la intolerancia del día a día. No hay nada arreglado de los días anteriores en los días posteriores al 28 de junio, como he dicho. Y aunque la reivindicación haya alcanzado cifras de record y más que nunca el mundo haya sentido el grito que reclama la libertad de la opresión, los instantes caen nuevamente sobre instantes pasados para repetir, de nuevo, el mismo error. La libertad no brega lo suficiente en un día de festividad y reivindicación, solo es la pauta que exterioriza lo que cientos de miles de seres humanos exigen, es por ello que, los viejos clichés, los tejados bajos de la incomodidad, las ideas amuralladas, los destierros rutinarios, la negación de lo sentido, debe ser desahuciado, apartado en el tránsito y el sendero diario.

El rastro del camino dejado debe ser el dibujo trazado de nuestras propias ideas, y esas ideas deben concurrir en gestos y maneras cotidianas. Habría que armar formas que trasvasen hacia otro paisaje donde la tolerancia no sea un grito, ni siquiera una conversación, ni siquiera un artículo de opinión, ni siquiera un día de reivindicación, en todo caso, algo cercano al significado de la palabra normalidad, algo así como un día que amanece, una autopista colmada de vehículos que circulan en dirección a sus destinos, un bar atestado de risas y cervezas, un saludo de buenos días al llegar a la oficina.

La cercanía al significado de lo normal se hunde en lo inadvertido porque existe, porque está siempre ahí. Todo el paisaje que existe y es cotidiano, en el transcurso diario de los días, acaba por dejar de nombrarse. Hasta ese lugar debe dirigirse la tolerancia.

 

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Escritor. En el 2003 publica el entrevero literario “El dilema de la vida insinúa una alarma infinita”, donde excomulga la muerte a través de relatos cortos y poemas, todas las muertes, la muerte del instante, la del cuerpo y la de la mente. Dos años más tarde, en 2005, sale a la luz su primera novela, “El albur de los átomos”. En ella arrastra al lector a un mundo irracional de casualidades y coincidencias a través de sus personajes, donde la duda increpa y aturde sobre si en verdad somos dueños de los instantes de nuestra vida, o los acontecimientos poco a poco van mudando nuestro lugar hasta procurarnos otro. En 2011 publica su segunda novela, “Historia de una fotografía”, donde viaja al interior del ser humano, se sumerge y explora los espacios físicos y morales a lo largo de un relato dividido en tres bloques. El hombre es el enemigo del propio hombre, y la vida la única posibilidad, todo se articula en base a esta idea. A partir de estas fechas comienza a colaborar con artículos de opinión en diferentes periódicos y revistas, en algunos casos de manera esporádica y en otros de forma periódica. “Vieja melodía del mundo”, es su tercera novela, publicada en 2013, y traza a través de la hecatombe de sucesos que van originándose en los miembros de una familia a lo largo de mediados y finales del siglo XX, la ruindad del ser humano. La envidia y los celos son una discapacidad intelectual de nuestra especie, indica el autor en una entrevista concedida a Onda Radio Madrid. “La ciudad de Aletheia” es su nuevo proyecto literario, en el cual ha trabajado en los últimos cuatro años. Una novela que reflexiona sobre la actualidad social, sobre la condición humana y sobre el actual asentamiento de la especie humana: la ciudad. Todo ello narrado a través de la realidad que atropella a los personajes.

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