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‘Destrucción masiva’: Cuentas pendientes de Aznar

Juan-Carlos Arias
Juan-Carlos Arias
Agencia Andalucía Viva. Escritor
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análisis

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El gobierno de José María Aznar (1996-2004) tuvo luces económicas reconvertidas en corruptelas del PP y distintas sombras con nombre (Yak42, conspiración del 11M, Prestige…). Es un político que nunca se irá de la pomada porque fuera del poder hace frío. Las paradojas del antiguo inspector fiscal y presidente castellanoleonés madrileño basculan reivindicando al inolvidable Presidente Azaña, laminando el servicio militar obligatorio que vació las cárceles de insumisos y amnistió a objetores de la mili con la dureza antiterrorista que multiplicó diputados abertzales y republicanos catalanistas.

La ideología ultraconservadora de Aznar reina ahora en el PP de Casado. Pero cuando el que fuera presidente intentó pintar a España en el mundo sumisa al ‘eje del bien’ anglo-norteamericano con ocasión de invadir a Iraq las calles españolas se llenaron de millones de manifestantes que gritaron ‘no a la guerra’. El aznarato pasó de puntillas por el fiasco de apoyar una guerra de otros con botín petrolero. El que se reparten en las bolsas multinacionales foráneas. ¡Viva Honduras!. Esto es patriotismo según el que fuera su Presidente del Congreso y embajador londinense, Federico Trillo.

Sadam Hussein, antaño aliado de EEUU contra Irán, fue derrocado porque no atendía a ‘intereses globales’, como le ocurriera a Gadhafi, Marcos o Pinochet por poner ejemplos. Las Azores fue escenario de fotos que compartían Blair & Bush junto a Aznar & Guterres. Excepto el actual secretario de la ONU, los demás son dinosaurios que han perdido el poder. Todos engañaron al mundo calumniando a Hussein sobre armas químicas. Las que jamás se encontraron, aunque las hubo en tiempos para gasear a opositores e iraníes chiitas.

Bush Jr, Blair y Guterres pidieron perdón al mundo por engañarlo sobre estas terroríficas armas. Aznar sigue jugando al paddle y luce tabletas abdominales como si la cosa no fuera con tan ilustre ex presidente español. El escritor y periodista Fernando Rueda (1960) recuerda en su obra ‘Destrucción masiva: nuestro hombre en Bagdag’ (Roca, 2020) que Aznar tiene cuentas que debe explicar a los españoles.

Rueda está considerado el ‘máximo especialista español en asuntos de espionaje’ según la solapa de libro que comentamos. Permítase la licencia, en ese podio de la excelencia, de citar a Domènec Pastor Petit (1927-2014), alabado y prolífico estudioso del espionaje que llenó librerías y bibliotecas de monografías sobre agentes durante la guerra fratricida y la segunda gran guerra. Su integridad, republicanismo y alergia al foco le hizo tan invisible como personajes e historias a las que dedicó su intensa vida de historiador y superviviente.

Fernando Rueda no es un especialista novel. Ha recorrido, como reportero y directivo, revistas y periódicos hasta que llamó a su puerta profesional el fascinante mundo de los espías. Cuando publicó ‘La casa’ (Temas de hoy 1993) la puerta de la inteligencia española (CNI, antiguo CESID y CESED) no se abrió. Tuvo que buscar la llave para lograr ser best seller con tabúes, mitos e historias sobre lo que imaginábamos de nuestros espías.

Tras el éxito editorial vinieron muchas más obras, artículos y novelas sin dejar aportes en ‘La Rosa de los vientos’ (Onda Cero). El programa de radio que inventó el inolvidable Juan Antonio Cebrián. Es de culto madrugador y hay un rincón, el de Rueda, que jamás deja de dar primicias sobre espionajes ubicuos e históricos.

El regreso de Lobo en ‘Yo confieso’ (Roca, 2019) radiografía el vacío, gloria, miedos y ninguneo del espía infiltrado que casi laminó a ETA. Mikel Lejarza relata, en primera persona, a Rueda cómo fue su vida. El CNI tienen herencias que no sabe qué hacer con ellas. Lo mismo que les sucede a los ‘testigos protegidos’ de la Justicia, no saben dónde mandarlos tras usarlos.

LAS CUENTAS PENDIENTES

La historia de ‘Destrucción masiva’ gira sobre hechos reales que conmovieron los cimientos del estado. Desde el año 2000 bastantes espías españoles se jugaron literalmente la vida en Iraq. Compilaron datos esenciales para decidir en ámbitos militares y políticos. Desde 2003 nuestros agentes, además, protegían soldados patrios del avispero iraquí donde el exceso, el desvarío y la barbarie fue lo normal.

La previa invasión del país comandada por George Bush Jr, presidente de los Estados Unidos, y aliados lo hizo todo posible. Al ser el CNI parte de los invasores fueron perseguidos los agentes españoles por Mujabarat, implacable inteligencia iraquí heredada de Hussein.

El espionaje en este lado del mundo es especialmente arriesgado porque hay, además, varios conflictos religiosos, políticos, militares, económicos. Ahí es donde el gobierno de Aznar y ‘quien corresponda’ -entre sus subordinados- hizo caso omiso a los sesudos reportes de inteligencia de los agentes españoles en Iraq.

La novela de Rueda se basa en hechos reales por razones obvias. Describe lo que se debe ocultar aunque la perspectiva de los años hace que el vil asesinato de siete agentes en Iraq sea devastador para remover cómo y por qué sucedió lo que nunca debió ocurrir. Fernando Rueda ahí imprime un giro sorprendente, un ritmo narrador que basa en lo que ha indagado sobre los días, pesquisas, medios y detalles de los agentes sobre el terreno iraquí. Sobre la guerra más dura y sobre las mentiras que nos despacharon.

El libro de Rueda enfatiza en los agentes que protagonizan, no para el legítimo alivio de sus deudos. Reivindica el trabajo arduo de servir al estado con pautas de superviviente. ‘Destrucción masiva’ descubre las vergüenzas que ojalá nunca debieran desvelarse. Dijo un directivo de la inteligencia británica que ‘la mejor noticia sobre su trabajo –el espionaje- era la que no se publica’. Rueda novela con técnicas del mejor periodismo investigador y pautas de novela negra.

Tras el prólogo, el corpus del relato de Rueda relata cronológicamente los últimos días de un grupo de agentes españoles cerca de Bagdag, antes de ser asesinados. Carlos Baró Ollero (Madrid, 1967), Alberto Martínez González (Pravia, 1958), Alfonso Vega Calvo (Stuttgart, Alemania, 1962), Luis Ignacio Zanón Tarazona (Cuart de Poblet, 1976), José Lucas Egea (Madrid, 1959), José Ramón Merino Olivera (Madrid, 1954) y

José Carlos Rodríguez Pérez (San Martín del Pedroso, 1962) fueron las víctimas del CNI que cayeron en una emboscada durante 2003.

Sus cadáveres fueron linchados, y repatriados con el honor exigible. Sus nombres se distribuyen en un monolito en el cuartel del CNI para que nadie olvide cómo y por qué entregaron sus vidas. Rueda escribe una realidad que tributa a las personas, pero lanza implícitamente el dedo acusador para el general español de la guerra iraquí. Es la misma dignidad que recamaban los mismos militares para los que iban a bordo del Yak 42 estrellado en Turquía la se vindica en la novela de Rueda. Estos héroes tienen quien les escriba.

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