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Desigualdad y pobreza: representación política de la cólera

Pedro Chaves
Pedro Chaves
Nacido en el 61, de esa generación que se emocionó con los efectos especiales de la nave estelar Enterprise y se enganchó durante un tiempo a Mazinger Z; militante de IU desde ni me acuerdo, también en la actualidad. Miembro de la dirección ejecutiva de Izquierda Abierta; profesor de Ciencia Política durante 13 años en la Universidad Carlos III de Madrid y en la actualidad Policy Advisor en la delegación de Izquierda Unida del Parlamento Europeo. Durante ocho años asesoré a instituciones públicas sobre participación y democracia. Dirijo el equipo de trabajo sobre gobernanza económica de la UE en la red Transform y me dedico a investigar sobre los temas europeos.
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análisis

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La desigualdad es pariente putativo de la pobreza. A veces las estadísticas se esfuerzan por disfrazar esta evidencia, pero cada vez cuesta más trabajo y fatiga. Un argumento estrella para los ocultadores es decir que la pobreza es relativa, y que en nuestras sociedades la cosa no es para tanto. Que pobres, pobres, lo que se dice pobres, poquitos. ¿Quién no hay oído eso de que “siempre ha habido ricos y pobres”? Pues eso el primer esfuerzo de los privilegiados consiste en hacer que parezca que su dominio es parte del orden natural de las cosas.

Pero los malos datos se acumulan y son pésimos para la inmensa mayoría. No se refieren sólo a un pasado inmediato que condenó a la miseria a millones de personas, sino a la evidencia de que los sacrificios de ayer aprovechan solo a unos pocos, a muy pocos de hecho.

La OCDE viene advirtiéndonos en 2008, 2011 y 2016 con datos que abundan en una idea terrible para la que pensábamos era el valor añadido de Europa, en términos civilizatorios, y también para la convivencia: el crecimiento económico aprovecha sólo de manera significativa al 1% que está en la cima de la pirámide social. Y un dato adicional que empeora la evidencia obscena del mejor vivir de los muy ricos: el 40% de la población vive en el alambre, un 40% para la cual la recuperación económica que comenzó tímidamente en 2014 se observa desde el pozo.

Las desigualdades de renta no han hecho sino crecer en los últimos 30 años. El coeficiente de Gini -medida habitual para medir las desigualdades de renta que varía entre 0, cuando se da igualdad completa y 1 cuando la renta total disponible está en manos de una sola persona- se eleva hoy a una media de 0,315 en los países de la OCDE; sobrepasa los 0,4 en Estados Unidos y Turquía y roza los 0,5 en Chile y México.

Gráfico: Evolución de las rentas reales de los hogares de los tramos, inferior, medio y superior, media de la OCDE, 1985=1

Fuente: Informe OCDE, 2016

Decía dos cosas más de interés la OCDE: la primera, que esta desigualdad no es sólo muy negativa para la cohesión social y la convivencia, tiene además un impacto regresivo para el crecimiento económico. El incremento de las desigualdades de renta para el período 1990-2010 habría pesado negativamente en alrededor de 4.7 puntos de porcentaje sobre el crecimiento acumulado en ese período. La segunda es que la resistencia a las desigualdades es cada vez más notable y expresiva.

Comienza a ser una evidencia que la politización diferenciada entre países hace que la cólera relacionada con la desigualdad se exprese en unos lugares (pocos) por la izquierda y en otros (la mayoría) por la derecha. La ira que llevó a Trump a la presidencia se alimentó, en buena medida, de la evidencia de que Hillary Clinton, la candidata demócrata, era una brillante expresión de los beneficiados por una globalización hecha al ritmo de los intereses de una, cada vez más exigua pero poderosa, minoría.

El Informe que la semana pasada presentó la Comisión Europea sobre Empleo incluía un apartado sobre pobreza en la UE que pone los pelos como escarpias. A pesar de una leve mejoría general, los indicadores utilizados ponen de manifiesto que el ascensor social sigue averiado y sin fecha prevista de recuperación y que “lo social” mismo se ha convertido en un lodazal que empuja a la ferocidad para salvarse de la quema. Muy pocos y pocas de los que cayeron en el pozo de la pobreza o la exclusión a resultas de la crisis del 2008 han recuperado la situación anterior.

Entre los datos escalofriantes constan los siguientes: A) a pesar de una disminución en el número de personas expuestas al riesgo de pobreza o de exclusión social, la proporción sigue en ritmos críticos o severos en algunos países. Más de un tercio de la población en Bulgaria, Rumania y Grecia (situaciones críticas) estaba considerada como expuesta, con un marcado aumento para Rumanía en 2016. Esta proporción era también notablemente superior a la media de la Unión en Italia, Lituania, Letonia, España, Croacia y Chipre. En una perspectiva de largo plazo, una sensible bajada en relación a 2009 se ha observado en Letonia, Polonia, Bulgaria y Rumania, mientras que el riesgo de pobreza o exclusión social es claramente más elevado en Grecia, Italia, Chipre y España; B) La parte de la población de la UE amenazada de pobreza monetaria se ha estabilizado en 2015 y 2016. A nivel de los estados miembros la tasa ha disminuido o permanece estable en 17 estados miembros. En los otros países, las alzas más importantes (alrededor de un punto o más) se han observado en Luxemburgo, Países Bajos (ambos países conservan riesgos de pobreza relativamente débiles), en Italia y en Bulgaria. Si se examinan los niveles, los estados miembros que presentan una mayor proporción de población en riesgo son Rumania, Bulgaria y España (22% o más). Entre tantas otras cosas más, el Informe destaca que el riesgo de pobreza se incrementa sustancialmente entre las personas con trabajo autónomo y con contratos atípicos.

Hay más datos, pero terminaré con uno que constata que en 2016, en el conjunto de la UE, el 20% de los hogares más ricos han recibido una parte de las rentas 5,1 veces superior a aquella del 20% más pobre. En España, Bulgaria, Lituania y Grecia esta ratio se incrementa hasta las 6,5 veces.

Nuestro país se lleva todas las collejas en este campo. Absolutos campeones de las peores lacras del capitalismo senil y cutre que gobierna nuestro país. Nótese que también en esto de los modelos de capitalismo hay sus diferencias y, mire usted por donde, nos ha tocado convivir entre la caspa del casino del pueblo y la gomina de los nuevos tiburones cosmopolitas.

La conclusión más evidente de los datos que hemos mostrado hablan de un crecimiento desconocido de la desigualdad entre países y en el interior de los mismos; de que el crecimiento económico que ha comenzado a vivirse en las economías europeas desde 2014 no consigue revertir la tendencia a un incremento de las diferencias sociales; que tiene un impacto muy limitado para conseguir sacar a la población empobrecida durante la crisis de su situación de exclusión; que aprovecha de manera muy desigual a los distintos sectores sociales concentrándose en la parte alta de la escala social los mayores beneficiarios del mismo; que la “normalización” y extensión de lo que hasta ahora eran trabajos atípicos pone de relieve que el problema de fondo se encuentra en el modelo económico dominante; y que el empleo no es ya una fuente de integración y promoción social: el crecimiento de los “trabajadores pobres” (casi un 14% en España) muestra esa dimensión brutal de un sistema económico basado en el expolio y la privación.

En su traducción política, la conclusión que debe enfatizarse en estos momentos (aunque no es de hoy) en realidad viene de lejos, desde los griegos. Ya entonces resultaba difícil imaginar una sociedad democrática que coexistiera con elevados niveles de desigualdad. La crisis y la salida a la misma ha construido un sistema de exclusión estructural: cada vez menos personas están llamadas a pertenecer a la categoría de “integrados”, esa que era una aspiración plausible hasta hace no tanto.

Según los Informes Foessa, en España poco más de un tercio de la población puede situarse en niveles de integración plena. El resto pena entre la integración precaria y niveles severos de exclusión. Nuestra querencia por la igualdad y el sufrimiento social producido por la crisis ha incrementado –dicen las encuestas- nuestra empatía y nuestra preocupación por los otros. Eso ayuda a entender el ciclo de movilizaciones que protagonizó el 15M y la ausencia de un partido de corte xenófobo o racista en España, hasta ahora.

Pero no podemos perder de vista esta situación, la cólera de los excluidos puede manifestarse de muy diferentes maneras y la característica más señalada de nuestros tiempos es la incertidumbre. Nada es seguro y en términos de representación política, aún menos.

 

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