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Desear lo democrático, antes que imaginarlo o simbolizarlo

Francisco Tomás González Cabañas
Francisco Tomás González Cabañas
Licenciatura en Filosofía (USAL) (1998-2001). Licenciatura en Psicología (UP) (1998-1999)- Licenciatura en Ciencias Política (UCA)(1999-2000) y Licenciatura en Comunicación (UCES) (2000-2001) Desistió de culminar los mismos y continúo formación autodidacta. Publicó su primera Novela “El Macabro Fundamento” en el año 1999. Editorial Dunken. Publica su segundo libro “El hijo del Pecado” Editorial Moglia. Octubre de 2013. Publica su tercer libro, primero de filosofía política, “El voto Compensatorio”, Editorial Ediciones Académicas Españolas, Alemania. Abril de 2015. Publica su cuarto libro, segundo de filosofía política, “La Democracia Incierta”, Editorial SB. Junio de 2015.
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análisis

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El presente documento se constituye en las bases y principios, en las síntesis fundantes o fundacionales, del deseo por lo democrático que surca el tiempo presente post-pandemia, mediante el desandar reflexivo de un conjunto de seres humanos que en consonancia con estas prioridades, podrán haber dado fe, y testimonio de un transitar en el mundo, pretendiendo rescatar la humanidad del ser, que farragosamente, amenaza con perderse del todo en los laberintos, de espejos reflejados, creados por el pensamiento maquinal, de una razón instrumental, que ya cortó  su arraigo, lo que la tenía sujeta (el filosofar acerca de lo público, la reflexión serena de lo colectivo) a quien fuera su creador; el hombre en sentido universal.

Hubiésemos preferido, escribir un extensivo y profuso análisis de lo que está sucediendo, de la gravedad en la que nos encontramos y de lo decisorio con respecto a los, tiempos, ya escasos, que se avecinan, sin embargo, por esta misma razón y dando por sentado que como sujetos, venimos entregando razones fundamentales, que nos llevan de a poco, a dejar de ser tales, para convertirnos en meras marionetas, de nuestros “descartes”, de los aspectos más sombríos del costado humano que han estado allí, para recordarnos lo bestia que podemos ser, quitándonos la reflexividad, y que de un tiempo a esta parte, como ya se nos alertara, hemos puesto en funcionamiento la siniestra maquinaria, que no se detendrá hasta que seamos un subproducto de ella misma, que sólo tenga sentido en cuanto consuma lo in-consumible y combustione lo in-combustionable, tenemos que verter los siguientes, siete preceptos, con lo poco que nos queda, clamando por tener cierta correspondencia, del otro lado de estas líneas, para que puedan predisponerse a la lectura, y a lo que esta estipula e impele; el pensar, serenamente,  en forma reflexiva desde la condición pública o colectiva del ser humano.

Advertimos también que tal como Ulises, no podemos desatarnos de nuestra condición de sujetos, pese al canto de sirenas, que atravesamos por marejadas de izquierda y derecha. 

No creemos en la imposición de la autoridad por su condición performativa. Tampoco en las posiciones de privilegio, desde las cumbres en donde resuena el eco, de los que han sido y pretenden, contraculturalmente, aleccionar con principios eurocéntricos y espectros de autores que sólo han pensado desde y para esa vieja Europa siempre moribunda, y en tal condición, absolutista, en su doble condición de víctima y victimario, o en verdad como significante amo, que precisa de la caterva de aplaudidores, de prestigio, de rodillas, aclamando. 

Imaginar lo democrático, es una exigencia mayor, lo mismo que simbolizarlo, una operatoria imposible, sí es que antes, no nos reconocemos en la posibilidad de nuestros deseos colectivos, reconociendo para ello, nuestras ausencias y faltas.  

  • Definimos al sujeto histórico de nuestros tiempos al pobre, al marginal, al habitante de las indignidades materiales como políticas, que sentencian y condenan a millones de seres humanos en el mundo, a que deambulen intentando sobrevivir, bajo la mirada cómplice, por acción u omisión, cuando no perversa, de millones de otros que declaman preceptos  y principios, libertarios y democráticos, que siempre anteponen un pero o una excusa, antes de entronizar esta máxima o principio: ningún sistema político, de gobierno o ideológico, llamare como se llamase, tendría que evitar, por la razón que fuese, tener como prioridad que en el menor tiempo posible, la mayor cantidad de gente, salga de su condición de pobre.
  • Compensación antes que igualdad. Durante siglos hemos creído que teníamos que ser iguales. Mucho tiempo, como tanto otro, nos llevó a comprender no sólo que esto es imposible, sino que además es inconveniente. El otro que nos funda, que nos constituye, es en cuanto a su diferencia. Respetar la diversidad de lo que no hemos sido y de lo que el otro es, no sólo exige y requiere este esfuerzo, sino que además, nos pide, nos clama por entendimiento y comprensión. El sentido de justicia, de brindar cada uno lo suyo, subyace en este precepto, que variara en lo adyacente, en lo que tenga cercano. Desde la órbita pública, en los sistemas de elección política, en las instancias electorales, el voto del pobre, no podrá ser de la misma magnitud que del voto del no pobre. Para tal caso, hemos desarrollado “El voto compensatorio” al que explicitamos como paradigma del valor, la importancia y la prioridad que debiera tener la compensación por sobre la igualdad.
  • Desarraigo territorial. Estamos dejando de ser sujetos. Nos estamos desentendiendo de nuestros orígenes más fundamentales. No sólo que podemos, ser concebidos o creados en pipetas de laboratorio (que ningún ismo se anima a reconocer, priorizando la mecánica por sobre el entrecruzamiento entre sujetos) o en partículas elementales de un procesador, sino que las fuerzas más cotidianas y dinámicas de nuestra actualidad, trabajan en consonancia con esta disolución del concepto territorial con el que nos habíamos venido manejando desde hace siglos. No sólo los estados-nación, han dejado de ser nociones prioritariamente territoriales, también el dinero y el intercambio. Lo que hasta hace poco se llamaba descentralización, pasa a ser lo difuso o difuminado. Necesitamos tener en claro que lo indiscernible es el poder, y que esta energía, sí bien estuvo encapsulada o encorsetada en engranajes, a la vista y operacionales, cada vez se difumina más, cada vez ventea con mayor solemnidad en su valiosa característica de incierta. No debemos temer, así como esto nos ha servido, como para ir comprendiendo que al “poder” no se lo puede tomar (esta la razón de la merma de gobiernos de facto y de totalitarismos expresos) debemos dar el segundo paso, mediante el pensar reflexivo, como para comprender la naturaleza indómita, más no así incomprensible (de esto se trata de comprender) de la intensidad de la energía de lo humano cuando se interconecta en lo público o colectivo.
  • Ruptura de la noción clásica del tiempo. Sorteadas las trampas que nos hubimos de imponer, bajo el “aceleracionismo” y demás vertientes tendientes a exacerbar el goce que nos produce el vértigo, apelamos a la serenidad, nuevamente, para interceder, ante la disputa y la tensión entre vida y muerte, en que creemos estar limitados en la tierra. Resolver, esta angustia que nos produce el no aceptar que no existe tiempo, que nada ha transcurrido de hoy a ayer o viceversa, nos conducirá a una exploración con mayor posibilidad de traducción en los campos del placer. Ninguna de las relaciones fundamentales en las que constituimos nuestra sociedad, tienen que ver con nuestra posibilidad de elección (familia por ejemplo, lo laboral precisamente puede que sí como que no y en esta dicotomía está su valor, amistades no, pero por algo elegimos sólo en relación al divertimento, a lo que nos permitimos) no necesitamos números para que esto se nos haga taxativamente claro. No necesitamos números, o al menos tantos, para el imposible de tratar de manejar el tiempo (que nunca es) o administrarlo bajo nuestros criterios. Debemos cambiar la velocidad, la tierra que habitamos, peligra en su “habitalidad” o “sustentabilidad”, es el tiempo de que mediante el pensar reflexivo, sintonicemos el reloj del sol, de la luna, de las aguas, de los vientos, sí es que queremos seguir bajo el mismo y conocido cielo.
  • Vinculación entre sentido y deseo. Esperar no está relacionado con el tiempo, como irreflexivamente se puede creer. Esperar tiene que ver con que ocurra algo que a cada quién le descubra su sentido humano. Tampoco es una relación ni vertical u horizontal. Está codificada, inscripta en una geografía, como el inconsciente estructurado como lenguaje. Lo que sí nos compete a todos, es el transitar este sendero que nos indague, fuerte como íntimamente, para que demos cuenta, primero a nosotros mismos, para luego a los demás, en relación a qué es lo que estamos esperando (como lo deseado) y sí tal espera, en esa interdicción, vale el sentido, lo cambiamos, lo modificamos y como nos terminamos de reconstituir en sujetos humanos dentro de una comunidad dada. Bajo esta ejercitación encontraremos, cuando lo colectivo se debe priorizar por sobre lo individual. En definitiva cuando lo público no absolutiza lo privado, o lo íntimo y cuando la libertad está en riesgo o se pretende usarla para cárcel, puñal o látigo, por un deseo enfermizo de manipulación (o de obtención de goce, desplazando con ello lo placentero) que no ha sido debidamente trabajado.
  • Campo de acción. Pensar reflexivo, que para otros puede ser filosofía, amor a la sabiduría o como nominalmente se quiera llamar. Hacemos referencia al instrumento, al detener la inercia que nos está llevando, ya sabemos dónde, para re-encontranos con lo humano de nuestra condición. Sacarnos los motes genéricos que nos puedan dividir por clases o números (sí amerita estas luchas, contamos con la compensación como eje rector para no caer en la trampa de lo igual como lo imposible) y ceder en lo mínimo como en lo indispensable. Este manifiesto lleva el lugar de la territorialidad de los que lo proponemos, para estar sujetos a un origen, que si bien no ha sido elegido, radicalmente es, nos constituye, y por ende de alguna manera nos determina, nos delimita. Bajo esta demarcación actuamos. Desde aquí surge la invitación, para que en todas las aldeas, este manifiesto, tenga sus objeciones, sus correspondencias, sus señalamientos, sus caracterizaciones, tenga en definitiva, el único producto de lo humano, que es tal; el pensamiento. Todo lo que se genere después, será un mero sucedáneo y como tal secundario. Dependerá de quiénes lo lean y por sobre todo lo que hagan con estas líneas, como, cuando y porque las repliquen en la medida que consideren en el ejercicio voluntario del pensar reflexivo al cuál apelamos, bajo nuestra condición de hermanos.
  •   “Somos plantas que deben salir con las raíces de la tierra para poder florecer en el éter y dar fruto” expresaba el poeta Hebel. De nuestro hogar, de la tierra que nos germinó (de la que previamente hemos sido arrojados) toda una civilización preexistente, llegó a estos confines en busca (de lugares lejanos) de una cosmovisión que dieron en llamar: “La tierra sin mal”. Ellos decían que hacia allí vamos, pero que para comprender tal circunstancia, se debería, eso lo intentaron, tener una réplica de aquello, aquí en nuestros lugares, en el aquí y en el ahora. Sus tesoros más preciados, lo inscribieron en su habitar poético, de danzas y poesías, que más luego, y siempre más luego, se correspondían con una organización social y política, de la que no la escribieron, bajo nuestros términos, para que la descubramos, para que tengamos esa experiencia de lo humano, que nos espera, que es nuestra posibilidad, como nuestro derecho, o mejor dicho una obligación con lo que somos, en el espíritu irreductible de lo pensado, serena como reflexivamente, en el hogar de todos, sin exclusiones, ni apremiantes tiempos, en donde en el caso de que lo deseemos, cobrará el máximo de los sentidos el que unos a otros nos digamos; bienvenido.

Democracia es deseo, el resto es lo posible y lo posible siempre es privilegio, expresado en lo términos que se expresen, la voz de los pueblos, es de cada uno de los que habla, en el idioma y la forma que fuere, sin que nadie pretenda imponer ni apelando a la imaginación ni construyendo símbolos totémicos.  

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