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“Desde que tenía dos años y medio quise ser cazador”

El escritor y cineasta mexicano Guillermo Arriaga conversa en esta entrevista sobre el error de separar la vida de la muerte y apela al rigor y la pasión para contar historias

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análisis

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Rigor y pasión en las historias que cuenta, que siempre deben cumplir además la condición inexcusable de mantenerse apegadas a la experiencia personal. Es el cóctel mágico que el escritor, cineasta y contador de historias para la gran pantalla Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) agita para llegar a los corazones y la mente de millones de espectadores y lectores. Lo hizo con las alabadas y premiadas películas Amores perros, 21 gramos o Babel, que conforman su ‘Trilogía de la Muerte’, y también con una narrativa que se distingue por una riqueza expresiva de alto voltaje literario y por la creación de personajes apegados a la tierra y los instintos más primigenios del ser humano. Vida y muerte que se dan cita de nuevo en una de sus primeras novelas ahora reeditadas con primor por Navona.

Un dulce olor a muerte (1994), que tuvo también su traslación al cine, narra una concatenación de equívocos en torno al crimen de una joven, Adela, en un apartado enclave mexicano, Loma Grande. Todos en el pueblo darán por hecho que el asesino no es otro que el itinerante Gitano, como también dan por cierto que el novio de la víctima era el adolescente Ramón Castaños. Ni en uno ni en otro caso darán en el clavo del asunto, aunque eso ya da igual tras la sucesión de los acontecimientos. Una tensa atmósfera de recelos y venganza impregna esta novela, rica en mexicanismos, que se disfruta como cualquiera de sus trabajos exclusivos para el cine. Al fin y al cabo, arte son. A este respecto, promete no volver a escribir cine para nadie. Atrás queda ya su agrio desencuentro con Alejandro González Iñárritu por la disputa de la paternidad de la premiada Babel. Y apunta una coherente excepción. “Ya no escribiré cine para que dirijan otros con una excepción. Solo lo haré para Mariana y Santiago Arriaga”. Sus hijos, que ya realizan sus pinitos en el proceloso mundo del celuloide.

Arriaga evoca a este periodista una entrañable anécdota que vivió entre los vecinos del poblado en el que está basada esta novela. Esta emotiva historia remite ya por sí misma al mejor García Márquez y quién sabe si da incluso para otra bella novela o guion cinematográfico. Evidentemente apegada a la tierra y la realidad, cómo no.

 

La editorial Navona rescata en España una de sus primeras novelas, Un dulce olor a muerte. ¿Alguna nostalgia al respecto cuando echa la vista atrás al ver el camino literario recorrido?

Más que nostalgia, una enorme alegría que una editorial de prestigio, que pone un especial cuidado en la edición de los libros, haya publicado una novela que escribí mientras mis hijos nacían y crecían. Me siento honrado que Navona haya tomado la iniciativa de reeditar esta novela mía que tanto quiero.

La editorial Navona rescata Un dulce olor a muerte, una de las primeras novelas del cineasta que firmó obras maestras como Amores perros o Babel

 

¿Cambiaría algo de aquellos inicios literarios que hoy no ve con buenos ojos?

La escritura siempre será imperfecta. Es una de las condiciones del arte y no queda más que asumirlo. A esa imperfección debo el escritor que soy ahora y no la cambiaría por nada.

 

En esta novela huele a muerte, pero también se nota la presencia muy enraizada de la vida. Vida y muerte, siempre indivisibles en su obra. Incluso esta dualidad se puede atisbar en su última novela, El salvaje. ¿Por qué?

Sería un error, pienso, separar la vida de la muerte. No hemos descubierto aún el secreto de la inmortalidad y mientras no lo hagamos, la muerte es inseparable de la vida. Si quiero hablar de la potencia de la vida, de las posibilidades del amor, de las fortalezas de la amistad, debo hablar también de la pérdida, de la ausencia, del temor a morir.

“Antes que todo, soy un novelista”

 

Ya desde sus inicios supo que el terruño, el apego identitario a la tierra marcarían su obra. ¿De qué forma ese contexto moldea la identidad de los protagonistas de sus novelas?

Desde el inicio de mi carrera como escritor, decidí que escribiría sobre las experiencias vividas, que utilizaría mi vida, tanto como protagonista como testigo, como base de mi obra. Un dulce olor a muerte le debe todo al pequeño poblado donde se basa y en la que mis amigos, don Cuco, doña Paula, los hermanos Estrada, sus hijos (casi todos mis ahijados) me dieron la oportunidad de aprovechar su vida, sus paisajes, sus interacciones, para convertirla en materia literaria. Quisiera contar una anécdota. La mayoría de los pobladores del Centro de Población Díaz Ordaz en el Municipio de Mante, inspiración para la novela, son analfabetas. Le regalé la novela a mi compadre Lucio Estrada, y le dije que él y su familia eran parte fundamental de la historia. Aunque no sabía leer, creí importante que la tuviera, como un modesto gesto de agradecimiento a tanto que ellos me dieron. Al año siguiente que volví a su casa, encontré la novela maltratada, llena de manchas, algunas hojas sueltas. Le pregunté porqué. Me contestó que todas las tardes, después del trabajo, los pobladores se reunían para que Lizbeth, su hija mayor, entonces de doce años y que acababa de terminar la educación primaria, les leyera la novela en voz alta. Escuchaban atentos, reían cuando algunos de ellos aparecían en la historia con sus nombres y lamentaron algunos sucesos. Al terminar la lectura, pidieron repetirla. En algunos otros villorrios, también habitados por campesinos en su mayoría analfabetas, se enteraron de que una novela hablaba de su región. La pidieron prestada. De igual manera, la hija o hijo de uno de ellos, afortunada de ir a la escuela, les leyó en voz alta. La novela fue escuchada por decenas, en lo que me parece uno de los mejores homenajes que se la hecho jamás a una de mis obras.

“Mientras no descubramos el secreto de la inmortalidad, la muerte es inseparable de la vida”

 

Vamos con una pregunta de débitos. ¿Cuánto le debe a García Márquez, cuánto a Rulfo, cuánto a Faulkner, cuanto a Hemingway…? La lista parece interminable.

Agregará a esta lista a Pío Baroja, Martín Luis Guzmán, Vargas Llosa, Stendhal y por supuesto, a Shakespeare. Pertenezco a una tradición narrativa en la que: a) los escritores se basan en su experiencia propia para contarla. b) En sus obras “suceden” cosas, no son presentación de hechos suspendidos en los que poco acontece. c) Hay un interés por contar una historia. d) El lenguaje es fundamental y se trabaja con denuedo para hacerlo preciso y lo más elegante posible, pero no es un valor en sí mismo. e) Los personajes son conducidos a los extremos en donde se revela lo más profundo de su carácter.

 

Y usted, ¿qué poso quiere dejar con su literatura para generaciones venideras?

El de historias contadas con pasión y con el mayor rigor posible.

 

Prácticamente es ya un lema identitario esa frase que le achacan a usted de que se siente más un cazador que escribe que un escritor. ¿Sobrevalora la caza o minusvalora la literatura que sale de su puño y letra?

Ni se sobrevalora una, ni se minusvalora la otra. Solo presento el orden de los factores. Desde niño, y hablo de cuando tenía dos años y medio de edad, quise ser cazador. Los animales, el monte, la naturaleza, se convirtieron en mi guía vital. Eso provoca una mirada y conduce a una actitud sobre la vida, que terminó por verterse en mi trabajo literario. No podemos olvidar que el arte, la pintura, la narrativa, el teatro, derivan de la caza. Basta revisar los petroglifos alrededor del mundo para dar cuenta de ello. Las primeras narraciones, aquellas contadas alrededor de una hoguera, versaban sobre la expedición de caza. Por un lado, para instruir a niños y jóvenes sobre los secretos del acecho y por el otro, para compartir con la comunidad la experiencia sagrada de quitar la vida a un animal para alimentarse con él.

“La escritura siempre será imperfecta. Es una de las condiciones del arte y no queda más que asumirlo”

 

Ahora que su compatriota Cuarón ha destapado con Roma el tarro de las esencias de los mexicanismos, a los que hay que sumar sin duda los que usted aporta en Un dulce olor a muerte, ¿se atreve a recapitular un puñado de sus preferidos que den idea de la riqueza de su país y del castellano como lengua articular entre países?

En un territorio tan vasto como México, a quien Pere Sureda, mi editor en Navona y queridísimo, ha denominado como un subcontinente, los mexicanismos varían de región en región. Incluso, dentro de la misma Ciudad de México, son diversos y cambian de acuerdo a la zona, aún cuando éstas se hallan a menos de cinco kilómetros de distancia. No es lo mismo el habla en Ixtapalapa que en Ciudad Satélite, ni el de las Lomas a Xochimilco. Doy fe de algunas, “bichi”, en Sonora, “huerco”, en Coahuila, “pasu mecha”, en el sur de Veracruz y Tabasco, “bato”, en Tamaulipas, “nelazo”, en Ixtapalapa, “paps”, en las Lomas.

 

¿Dónde queda el Guillermo Arriaga guionista de cine cuando se pone a trabajar el escritor de novelas? ¿cómo distinguirlos? ¿cómo los separa?

Más bien, dónde queda el novelista cuando escribe cine. Porque antes que todo, soy un novelista. Empecé escribiendo novelas e intenté llevar el lenguaje y el tono de las novelas al cine, no a la inversa. Amores Perros intentó una estructura de la complejidad de El Sonido y la Furia (sin decir con ello que lo logré, solo que lo intenté). Escribo para cine como novelista y he procurado siempre mantener una posición autoral y sin concesiones cuando lo hecho.

Fotograma de Babel.

 

Su cine y sus novelas van entrelazadas por una búsqueda incansable en pos de la desnudez, de soltar el lastre de lo superfluo, de quedarse sólo con lo imprescindible, nada que distraiga al lector por caminos innecesarios. Ardua tarea, ¿no?

La creación artística, al menos en mi caso, no está sujeta a la voluntad ni al control extremo. Si así fuera, escribiríamos obras maestras por tiro y ganaríamos toneladas de dinero. No es así. Se escribe lo que se puede y lo arduo es tratar siempre de hacerlo lo mejor posible.

 

¿Y ahora qué? ¿Cine, televisión, literatura… asueto?

Por ahora, una novela. Estoy justo sumergido en ella, feliz de chapotear en sus aguas. Luego dirigiré una película. Ya no escribiré cine para que dirijan otros, con una excepción. Solo lo haré para Mariana y Santiago Arriaga. Lo demás lo escribiré para dirigirlo yo mismo.

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1 COMENTARIO

  1. este s la gente qe se siente viva pero qe no canaliza su energia-fuerza agresividad
    hacia la creatividad como cn artes marciales
    sino a la destruccion negandose a ser consciente y responsable d ello
    y luego se escusa-suelta monsergas de que se separa vida y muerte bla bla bla

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