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«Desde el Ecofeminismo podemos ver la relación entre las formas de violencia hacia los animales y hacia las mujeres que tienen en común esa cosificación y esa voluntad de dominio patriarcales»

Entrevista con Alicia H. Puleo, filósofa, profesora y escritora. Sus trabajos han sido publicados en numerosos países de América y Europa. Es catedrática de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valladolid y además dirige la colección “Feminismos” de Editorial Cátedra

Juan Carlos Ruiz
Juan Carlos Ruiz
Periodista y Licenciado en Ciencias de la Información
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análisis

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Entre sus planteamientos ecofeministas destacan muchas cuestiones que han sido asumidas como base teórica por la Red Ecofeminista creada, en Madrid, en 2012. Uno de sus últimos libros, “Claves feministas para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales” (Plaza y Valdés), que ha sido ilustrado por Verónica Perales, es una lectura obligada para conocer esta corriente de pensamiento. Entre los reconocimientos que ha recibido, el Senado de Argentina le otorgó la Distinción “Berta Cáceres” por sus artículos y libros de filosofía ecofeminista.

-Ayúdeme a conocer qué es el Ecofeminismo…

-Es un pensamiento filosófico y también un movimiento que conecta ideas, percepciones y comprensiones del mundo provenientes del feminismo y del ecologismo. Y añadiría que, en algunas de sus corrientes, también del movimiento animalista. Por tanto, sería el encuentro de tres pensamientos del mundo muy revolucionarios e imprescindibles para este siglo. Pero me parece importante destacar que ese encuentro ha de ser un enriquecimiento, no una sustitución de las reivindicaciones feministas. El ecofeminismo es un desarrollo del feminismo que no puede olvidar o subordinar al feminismo. Hay cierta confusión al respecto y he intentado aclararla en mis publicaciones ecofeministas.

-¿Cuándo se empieza a hablar de esta corriente?

 -El término surge en Francia, a mediados de los años 70.  Lo forja una feminista del círculo de Simone de Beauvoir, porque ella ve el punto de contacto entre una problemática que inquietaba mucho al ecologismo en ese momento que era el aumento exponencial de la población mundial y la incapacidad de la Tierra para alimentar a toda la humanidad. Y, por otro lado, el feminismo, que estaba luchando para que se reconociera a las mujeres el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.  Entonces, ella ve en estos dos temas el punto de unión. Luego, más tarde, en el feminismo anglosajón, va a haber otras temáticas, otros desarrollos. Pero ese es el inicio. 

Claves ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, su último libro ecofeminista tiene mucho sentido en el contexto de la pandemia. ¿Dónde podemos encontrar las causas de la transmisión de los nuevos virus de animales al ser humano?

-Yo soy filósofa y, por lo tanto, en esta cuestión, me tengo que remitir a los informes científicos. Hay informes muy serios que han relacionado el desequilibrio ecosistémico actual con las epidemias de las últimas décadas. Esto era la crónica de una muerte anunciada. Porque, realmente, ya se venía avisando que iba a haber este tipo de pandemias. ¿Por qué? Pues porque un desarrollo insostenible como es el que existe a nivel mundial es algo que va destruyendo el ecosistema de los animales silvestres. Y ahí es cuando se entra en contacto con virus con los que la especie humana no está familiarizada. Entonces, este avance destructivo y sin límite alguno en la vida silvestre que queda, que es muy poca, es una de las claves. Otra es la cuestión de la explotación animal en las granjas industriales que favorece las epidemias, por el hacinamiento, por el sufrimiento que baja la inmunidad de los animales, por el hecho de que son animales en los cuales ya no hay diversidad genética… Todos estos factores explican la proliferación de enfermedades que antes no teníamos. Habíamos hecho muchos avances gracias a la ciencia, a la tecnología, pero hemos ido más allá de lo que podemos controlar por este problema de un mal concepto del desarrollo.

Se consideró importante únicamente aquello que llevaba a la conquista, al dominio, y fuimos desarrollando toda una serie de formas históricas de organización social y política que han despreciado el cuidado o la precaución

– ¿Qué lectura cabe hacer desde el enfoque ecofeminista de esta pandemia?

Aquí entramos en lo que es la médula misma del pensamiento ecofeminista que sostiene que hay una relación entre la subordinación de las mujeres y el dominio destructivo sobre la naturaleza. Cabe preguntarse en qué medida las mujeres hemos recibido históricamente una serie de mandatos del cuidado que han ido permitiendo el desarrollo, la expresión de una serie de capacidades humanas, que son las capacidades del cuidado, la atención, el estar pendientes de los seres vulnerables _normalmente hijos e hijas, personas enfermas, personas ancianas. Todo eso ha sido históricamente parte de las tareas de las mujeres. En cambio, a los varones se les ha exigido y se les ha atribuido una serie de actividades que tenían que ver no con el cuidado, sino con la conquista. Entonces hay una bipolarización histórica de roles y de aptitudes relacionadas con esos papeles, aptitudes necesarias también para cumplir esas tareas. ¿Qué pasa? ¿Qué se consideró importante? Se consideró importante únicamente aquello que llevaba a la conquista, al dominio, y se fueron desarrollando toda una serie de formas históricas de organización social y política que tienen que ver con la conquista y que han despreciado el cuidado o la precaución. Aquí entramos en conceptos que tienen mucho que ver con el cuidado medioambiental como es el principio de precaución.  

– Esta crisis ha demostrado que aquellos países gobernados por mujeres han sabido gestionar mejor la situación. ¿Qué peligros tiene esa visión dualista andro-antropocéntrica que entiende al hombre como algo infinitamente superior? 

-Yo no pretendo decir que todas las mujeres somos almas de Dios (ríe). No todas las mujeres desarrollan esas capacidades y esas aptitudes que se han pedido a las mujeres. Hay hombres que las desarrollan, hay mujeres que no las muestran nunca ¿no? Pero, estadísticamente, sí es cierto que hay un modelado cultural que funciona y que es así. Respecto a esos países que señalas, lo que veo, en casi todos ellos, es que hay gobiernos socialdemócratas, lo cual es muy importante. Porque la reacción de precaución, la capacidad de cuidar de las personas enfermas tiene mucho que ver con una organización sociopolítica que piense en las personas y que asegure los medios públicos para que toda la gente sea tratada por igual. Entonces, no sé, no estoy segura de que sea porque hay mujeres, pero podría ser que hubiera algún elemento relacionado con el género, porque cierto es que, estadísticamente, y subrayo “estadísticamente” porque siempre hay muchísimas excepciones y muy notables, pero las mujeres solemos tener más precaución, mientras que en los varones está la norma de género de la virilidad patriarcal que es justamente ser arriesgados, arriesgarse y arriesgar a los demás también (ríe). Entonces, ese principio del riesgo coincide con el principio del neoliberalismo. Cuando yo decía: ese desarrollo insostenible, que es el desarrollo del neoliberalismo, está basado en el riesgo. ¡Vamos a arriesgar nuestras vidas!¡Vamos a arriesgar las vidas de los demás! Todo, no importa, con tal de conseguir ganancias. No hay precaución.

– En cierta ocasión usted señalaba que hasta ahora la mayor parte de los habitantes del norte y del sur global manifestaba una gran indiferencia hacia lo que creía que sólo afectaba a pueblos indígenas de territorios lejanos. ¿Seguimos pensando igual después de la pandemia?

-(ríe) Lo veremos en los próximos meses o años. Ulrich Beck, un pensador, sociólogo que, evidentemente usted conoce bien, decía que la inquietud por el deterioro ecológico había socavado la seguridad ontológica de la población, por lo menos en aquellos países donde comenzaba a haber más conciencia ecológica. La seguridad ontológica, el hecho de que te sientes segura, seguro, ¿no?, en tu día a día… Yo creo que estábamos bastante instalados en una seguridad ontológica. Y ahora, esto ha sido terrible, porque muestra que ya no podemos prever con tanta seguridad lo que íbamos a hacer: un destino veraniego, por ejemplo. Y eso ha cambiado. Ya no hay esa seguridad del mañana o incluso la seguridad de tu propia salud. Entonces esa seguridad ontológica se ha visto deteriorada. Por lo tanto, si somos un poco inteligentes, podemos aprovechar esa duda que nos ha entrado, ¿no? Porque desde el ecologismo nos vienen avisando. Y los científicos también. Hay miles de manifiestos de científicos que están diciendo: cuidado, que vamos a un colapso dentro de unas pocas décadas. Ahora podemos ver que se ha acelerado el proceso. Estamos ya en el principio de ese colapso con esta pandemia. Todavía tenemos una opción: tomar conciencia y que quienes tienen responsabilidades políticas tomen conciencia. Porque, claro, si tú no tienes capacidad de decisión, puedes presionar con tu voto, con tu voz, en una democracia. Quizás la gente despierte. Pero todo depende también de la información que reciba. Todo depende de los medios de comunicación que son, indudablemente, el cuarto poder.

Una sociedad decrecentista es una sociedad que valora el tiempo libre, la calma, no el vivir siempre en una continua aceleración. Hay muchos elementos que no se compran con un mayor consumo, sino al contrario. Y no es una sociedad de la pobreza o de la tristeza, sino de la felicidad tranquila

– En este contexto, ¿cómo debería ser el modelo del Estado del S.XXI?

– Aquí recogería la idea de Dina Garzón, la coordinadora de la Red Ecofeminista, cuando dice “que tenemos que buscar un Estado del Ecobienestar”. Ir hacia un decrecimiento, abandonar la carrera enloquecida hacia el más, más y más… e ir hacia una sociedad sostenible con más participación democrática y con una transición ecológica seria.

– ¿Puede profundizar en el decrecimiento?

– La Teoría Decrecentista es bastante reciente y, por eso, es poco conocida. Creo que la cuestión está en el criterio de la calidad de vida. Si nuestro criterio es el consumo, y pensamos que a más consumo, mayor calidad de vida, y lo tomamos como el único criterio posible, indudablemente, nos parecerá que la sociedad del decrecimiento es una sociedad de “pobreza”-entre comillas, aclara-. Pero no será así si entendemos la calidad de vida de otra manera. Eso es lo que planteo en Claves ecofeministas, retomando un modelo de vida buena de la Antigüedad Clásica, que es el modelo de los epicúreos. Estos filósofos elaboraron un modelo de felicidad basado en el placer. Pero, ¿qué placer? No era el placer del consumo desenfrenado (ríe), sino el placer de las cosas sencillas. El placer de la amistad, el placer de disfrutar de la naturaleza, y el placer de una vida en la que no se sufriera escasez, hambre, sed, frío… Las necesidades tienen que estar satisfechas para que puedas ser mínimamente feliz. Pero no se es feliz, y eso está clarísimo, por la simple acumulación de objetos. Lo tenían muy claro los mismos griegos de la época helenística. Epicuro y Lucrecio señalan que no es la acumulación de objetos lujosos lo que va a traer la felicidad, sino disfrutar de lo que verdaderamente tiene valor. Y consideraban, como Aristóteles, que la amistad era un valor. Y los epicúreos insistían también en el disfrute de la naturaleza, que veían como algo fundamental. La Escuela de Epicuro se llamaba “El Jardín” porque tenían un huerto donde paseaban hablando de Filosofía y lo utilizaban para autoabastecerse, era un jardín-huerto. en que se disfrutaba del placer de la amistad, el placer de ser igualitarios. La Escuela de Filosofía de Epicuro aceptaba a todos, incluidas las mujeres y los esclavos, cosa que no era muy común en Grecia. Me parece una buena metáfora de lo que podría ser hoy una sociedad decrecentista. Y luego está el placer de la tranquilidad. Una sociedad decrecentista es una sociedad que valora el tiempo libre, la calma, no el vivir siempre en una continua aceleración. Hay muchos elementos de la plenitud humana que no se compran con un mayor consumo, sino al contrario. Y no es una sociedad de la pobreza o de la tristeza, sino de la felicidad tranquila.

– A las mujeres siempre se las ha identificado con la Naturaleza frente a los hombres asimilados a la Cultura. ¿Qué características debe tener una Educación Ambiental Ecofeminista?                    

– Eso lo planteo en el libro porque me parece fundamental una Educación Ambiental que se libere del sesgo androcéntrico, el modelado que trata de evitar lo que se considera, entre comillas, “femenino”. ¿Qué quiere decir? Yo he  recorrido libros de Educación Ambiental y me he encontrado, en muchísimas ocasiones, que se focalizaba en datos, en números, en elementos que no tenían ni el más mínimo contenido emocional. ¿Por qué? Porque lo que se pretende es una educación científica, pero esa desconexión entre la realidad empírica, los datos del deterioro medioambiental, por ejemplo, o lo que es la cadena trófica y lo que debe ser nuestra actitud para con la naturaleza, es típicamente androcéntrica, derivada de una cultura que ha inferiorizado aquello que ha otorgado como función a las mujeres. A las mujeres se les pidió ser emotivas, ser cuidadoras… y entonces se consideró que a los hombres eso no les iba, eso no era lo serio. Pero, ¿qué ocurre? Una Educación Ambiental que sólo se base en datos numéricos, en datos fríos, no puede generar una conciencia ambiental activa, inserta realmente en la subjetividad del alumnado. Por otro lado, es una Educación Ambiental donde no hay casi menciones a las mujeres. Sin embargo, las mujeres ahora tienen un papel muy importante en el cuidado ambiental, por ejemplo en la agricultura campesina de los países del Sur Global o la resistencia de las mujeres al extractivismo. Pues eso no aparece tampoco. Los animales aparecen como fauna, como especies. Nunca hay, salvo honrosas excepciones, un acercamiento al animal que sufre, que siente. Por esa desconexión, se salta del hombre a “la fauna”. Pero resulta que los animales también son individuos con los que nos relacionamos. Yo he llegado a ver un libro en el que para enseñar al alumnado los efectos de la contaminación se proponía un ejercicio en el que se ponía una pecera con peces, en el aula, y luego se le iban agregando tóxicos hasta que los peces morían. ¡Y ese era un ejercicio de Educación Ambiental! Es el desprecio absoluto de la vida del otro. Aprenderán que la contaminación mata, sin duda. Pero también están aprendiendo que la vida animal no importa nada. Y esa es una enseñanza malísima para la Tierra y para el ser humano, porque el cómo definimos a los otros, nos define también. Y una de las razones por las cuales no vemos el peligro del deterioro medioambiental es porque creemos que no tenemos nada que ver con la vida de los animales. En Filosofía decimos: hay un abismo ontológico. Y ese abismo es una ilusión. No es real.  

Desde el Ecofeminismo podemos ver la relación entre las formas de violencia hacia los animales y las formas de violencia hacia las mujeres que tienen en común esa cosificación y esa voluntad de dominio patriarcales

– Pero aún queda lugar para la esperanza…                  

Sí. Yo veo una evolución muy importante en la población, en la juventud. Y veo en el Feminismo un interés creciente por el Ecofeminismo que antes no existía. Y ahora, de repente, es un boom. Entonces, claro que tengo esperanzas. Creo que es lo último que se debe perder, porque, si no, caemos en el conformismo.

– ¿Y qué dice el Ecofeminismo respecto a los cuerpos y la sexualidad, ahora que tenemos sobre la mesa debates como la abolición de la prostitución o los vientres de alquiler?

-El Ecofeminismo ha examinado nuestra realidad material porque, efectivamente, es una mirada a nuestra realidad como cuerpos. Y, en la tradición del Feminismo, como cuerpos socialmente maltratados. Lo que es pensado como “cosa”, se puede vender y comprar. La cosificación es la puerta de entrada a la violencia. La prostitución es una forma de violencia. Y el alquiler de vientres representa un avance del neoliberalismo en la mercantilización de los seres humanos, tanto de las criaturas que nacen como del cuerpo de las mujeres pobres. Yo he calificado esta mercantilización de los cuerpos como extractivismo reproductivo. Se llama extractivismo a la extracción de recursos de los países empobrecidos para los países ricos. Y, ¿quiénes son las mujeres que van a alquilar sus vientres? Pues son mujeres pobres que no pueden acceder por otros medios a lo que necesitan. El alquiler de vientres es una extracción de bienes que no atiende a los daños físicos y psicológicos de la madre. Es una nueva forma de extractivismo. 

-Desde que se empezó a penar el maltrato animal en España hasta la fecha, la mayoría de los episodios han sido protagonizados por hombres…

-Sí, eso tiene una explicación sociológica . Desde el Ecofeminismo, podemos ver la relación entre las formas de violencia hacia los animales y las formas de violencia hacia las mujeres. Tienen en común esa cosificación y esa voluntad de dominio patriarcales de las que hablaba antes. Hay una relación entre ambas violencias, y es el cuerpo vulnerable, el cuerpo que se puede dominar, que es al mismo tiempo una conciencia, que no es mera materia y que, por lo tanto, proporciona reconocimiento del poder. Desde el ecofeminismo se puede alcanzar, a mi juicio, una gran capacidad de comprensión y de ampliación de lo que son las conductas patriarcales. A veces son temas problemáticos porque, por ejemplo, algunas feministas se molestan cuando se vincula la violencia contra los animales y la violencia contra las mujeres. Pero, hoy en día sabemos que, incluso en la violencia de género, el maltratador daña o mata, muchas veces, a las mal llamadas mascotas, es decir, a los animales de compañía de su pareja para hacer presión sobre ella, para lastimarla y castigarla.

– ¿Cómo se transforman las identidades de género gracias a esas nuevas formas de sensibilidad y conciencia hacia los animales?

-En mi libro de 2011, Ecofeminismo para otro mundo posible, yo hablaba de las transformaciones en las mujeres. Porque es verdad que si vamos a la defensa de los animales, vemos que, estadísticamente, la mayoría de los defensores son defensoras. Eso no quiere decir que no haya defensores, que los hay, y cada vez más. Pero por ahora son menos numerosos. Yo me refería en ese libro al hecho de que tantas mujeres dedicaban sus cuidados a los animales de compañía o a los animales abandonados. Y lo había interpretado como una huelga de celo o huelga a la japonesa al patriarcado. ¿Qué es una huelga a la japonesa? Cuando los trabajadores se exceden en cumplir el reglamento y lo cumplen tan a rajatabla que todo se ralentiza.  Entonces, ¿qué pasa con las mujeres? ¿Cuál es el trabajo que tienen?: el cuidado. Pero en el caso del cuidado de los animales de compañía o los animales abandonados se cumplen mandatos. Se cuida, pero ya no se cuida exactamente al objeto que hay que cuidar. Y, por otro lado, es como un exceso. Siempre se vio, ya desde el siglo XVIII, como un exceso. ¡En vez de cuidar a sus hijos -decían- cuidan también a estos seres que no merecen ningún cuidado! Entonces, de alguna forma, es una disidencia, pero cumpliendo el mandato del cuidado. Me pareció una cuestión paradójica e interesante. Y lo que examinaba en ese libro es de qué manera las mujeres, al cuidar de los animales, de esa forma no productivista, se veían reconocidas de una manera que el patriarcado no era capaz de darles, porque el animal tiene una relación distinta contigo, sin jerarquías patriarcales. Y luego, en el último libro, Claves ecofeministas, también analizo el fenómeno de los varones que defienden a los animales. Cada vez son más numerosos. Los veo como disidentes de la norma patriarcal de la conquista y el dominio. Si en vez conquistar, matar, perseguir y acosar… te dedicas a otra cosa, eres un disidente del sistema patriarcal, al menos en ese aspecto. Estas dos disidencias con respecto a los mandatos de cuidado y de dominio me parecen muy prometedoras para una sociedad que tiene que aprender a vivir en paz con la Tierra.

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