-Tú crees que puedes conmigo porque eres más fuerte que yo, porque puedes vapulearme e hincharme a hostias, pero yo tengo poderes; voy a iniciar una cuanta atrás y cuando cante el cero tú estarás muerto.

Al macarra que presumía de campeón de lucha libre china se le dilataron las ventanas de la nariz y empujó sus ojos tan hacia afuera que parecía iban a acabar rodando por el suelo. ¿Cómo se atrevía ese viejo calvo y debilucho a amenazarlo, a enfrentarse con él?

-Diez.

Había oído de hablar, conocía su nombre -Joaquín, Joaquín Extremo- y que decía locuras como que podía entrar en la mente de los demás.

-Nueve.

Por eso estaba él allí, para ponerlo en su sitio.

-Ocho.

La chica con la que estaba viviendo le había dicho que el viejo se había metido en su cabeza, la había dominado y obligado a hacer todo tipo de cosas obscenas.

-Siete.

-Te voy a dar yo a ti siete, gilipollas. Uno dos tres cuatro cinco seis y ¡siete!

Con una patada en el estómago lo dobló por la mitad y de un rodillazo le rompió la nariz y lo dejó sentado en el suelo.

-Seis- descontó Joaquín Extremo con una sonrisa estúpida regada por la sangre que caía de las fosas nasales.

El chico con cuernos grandes como los del mayor de los renos se volvió loco ya del todo. ¿Se creía que él era un débil mental como su novia y que iba a dominarlo y manejarlo con un poco de palabrería barata? Menuda estupidez eso de que él iba a estar muerto cuando el calvo cantase el cero. En todo caso sería él quien estaría muerto.

-Cinco.

Con ambos manos le golpeó las sienes y las orejas. Revienta capullo, estalla como un huevo.

-Cuatro.

El golpe en la mandíbula debió romper algo porque ahora la sangre salía por la boca de Joaquín Extremo.

-Tres… vete despidiendo.

El siguiente golpe se perdió en el aire, el viejo de algún modo había logrado esquivarlo. Y se estaba levantando.

-Dos.

¿Y si realmente era un mago? ¿Y si de verdad tenía poderes extraños aquel tipo repugnante?

-Por supuesto que tengo auténticos poderes, mierda kungfutera. Ven a por mí si tienes huevos. ¡Uno!

Se echó hacia atrás. El miedo se había apoderado de él. Subió las manos para pedir que parase, que dejase de contar. Un paso en falso, hacia atrás. La sangre como el aceite; la sangre de Joaquín Extremo que cubría el suelo era tan viscosa como resbaladiza, y el tipo perdió el equilibrio. Pero no fue el golpe en la nuca al golpearse contra el suelo lo que lo mató, ya se había parado su corazón un segundo antes, en el instante preciso que Joaquín Extremo terminó de descontar y cantó el número

-Cero.

 

(Relato dictado por Javier Puebla y mecanografiado por Ángel Arteaga Balaguer)

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