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Del fútbol para todos a la SuperLiga

El autor analiza sus experiencias con hombres del fútbol mientras Florentino Pérez trata de alejar este deporte de lo puramente deportivo

Diego Castrejón
Diego Castrejón
Una infancia marcada los abusos sexuales de los que fue víctima. Un paso por prisión. Una imagen pública condicionada por la denuncia de la corrupción política en Andalucía. Diego Castrejón, ha vivido en carne propia la dureza de ser un excluido y como el poder pone en marcha, los mecanismos para expulsar del espacio público a todos aquellos que se atreven a plantar cara a la corrupción. Periodista, activista en defensa de los derechos humanos, Diego Castrejón, ha consagrado los últimos diez años de su vida a estudiar los procesos de exclusión social, así como a defender el derecho de participación y a ser reconocidos de los sectores más estigmatizados de la sociedad. Hoy es el coordinador de la Red Iberoamericana para la defensa de los derechos humanos.
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análisis

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Hacía calor húmedo en el comienzo del otoño en La Plata (Argentina). En La Plata, la ciudad se mide en cuadras. Como a cinco o seis cuadras de la calle 1, ya se escuchaban los bombos, y el aire, en realidad, era una inmensa nube que olía a parrilla y al chorizo que la gente se come antes de entrar a la cancha. Recuerdo todo eso, porque ese día, con Nacho Curti, el hermano de mi amigo Manu Tonelli, yo que soy del Betis de toda la vida, me enamoré del fútbol. Manu es de Gimnasia, pero yo fui a ver a Estudiantes en la cancha de la calle 1. El Pincha jugaba contra Banfield. Volvía la Bruja Verón. Y el temblor de los tablones de madera bajo mis pies, fue como un desfibrilador devolviendo mi corazón a la vida.

Pasó el tiempo y pasaron cosas. Una tarde, bajando por las escaleras mecánicas de la Estación de Atocha, llamé a Paco González, entonces aún en la SER. Si me voy a Buenos Aires, me vuelvo con Maradona; No tienes narices me respondió. A los pocos días, después de comer con Claudia Villafañe en el bosque de Palermo, Maradona estaba anunciando en el hotel Mirasierra de Madrid, delante de 300 periodistas, que comentaría el Mundial de Alemania en Cuatro. Diego vino a España, después de haber hablado en su casa de Devoto de la historia de mi padre sindicalista, de Kusturika, del Potro Rodrigo, de la afición de Sevilla, del Ché…Me dijo: “vamos a hacerlo” y se montó en un avión.

Cuando Michael Robinson me llamaba a media mañana, ya sabía que me iba a hacer un regalo. De vez en cuando te elegía a ti y eso significaba que ibas a tener una sobremesa, de la que saldrías con los bolsillos llenos de cosas que JP Morgan no podrá pagarte con todo su dinero. Robin, fue un niño de clase media que supo jugar de nueve y de gentelman, el único que no se puso en la cola para conseguir el autógrafo de Maradona cuando llegó a la sede de Sogecable en Tres Cantos. Seguro que fue su forma de mostrarle respeto.

Diego y Michael eran jugadores de dos dimensiones del fútbol diferentes, pero los dos eran parte del fútbol de la gente. Diego se fue a predicar, como Pablo, desde el lado de los excluidos, de los no puros. Maradona está en la nómina reducida de los profetas disidentes. De los que llaman a llegar a la verdad entrando por el techo, si te cortan el camino por la puerta. De los que te enseñan a mirar la realidad desde los lugares, dónde se aprecia lo no aparente. De los que, cuando se espera de ellos comportamientos divinos, muestran que los suyos, son humanos demasiado humanos.  Robinson llegó a un Liverpool dónde le llamaban Sir Michael, porque pidió que se lavara la ropa del entrenamiento todos los días. 

El capitalismo está a punto de ganar la batalla final. El fin de la historia profetizada por Fukuyama ha llegado. La bestia del mercado ha terminado por devorar el corazón de la gente. Garrincha, Sócrates, Kempes, la historia de lucha contra el nazismo del Sant Pauli FC en Alemania, el fútbol de Diego y de Michael, el Dínamo de Zagreb-Estrella Roja de Belgrado de 1990, la tragedia del Estadio Heysel en Bruselas, los goles de Torres y de Iniesta. Todo lo bueno y lo malo que el fútbol ha dejado en nuestras vidas. Todo, lo quieren matar todo.

El fútbol ha sido la última manifestación de la Ekklesia, el último espacio dónde el rico y el pobre compartían un trozo de cemento por dos horas. El único, en el que las clases sociales se abrazaban celebrando lo más importante, de las cosas que no tienen importancia. Yo, salí de mi barrio obrero y cené, en la cocina del hotel Westin de Berlín. con Maradona y con toda la selección francesa, la noche que perdieron la final del Mundial. Anoche escuché a un pavo, hacer un análisis económico, de lo que supondrá la Superliga, en Hora 25 de los negocios.

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