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De los pendones leoneses

Manuel I. Cabezas González
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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análisis

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Toda unidad lingüística está preñada de muchos significados. Es el caso también de la palabra “pendones”, que aparece en el título de mi texto de hoy. En lenguaje coloquial y según la segunda acepción del diccionario de la RAE, un pendón es una persona de vida irregular, desordenada e indecorosa. Ahora bien, no son los bípedos despendolados y pendones el objeto de mi reflexión, aunque haberlos “haylos”, tanto en sentido propio como figurado. Hoy voy a referirme a otra acepción del término “pendón”.

En las pedanías de El Bierzo existe una institución milenaria, denominada “Concejo Abierto”. Se trata de una reunión de todos los vecinos del pueblo para informarse, debatir cuestiones relativas a la vida vecinal y, en consecuencia, tomar decisiones vinculantes. Para convocar los “concejos abiertos” se ha utilizado tradicionalmente un repique particular de las campañas de la iglesia, que funcionaban como un reloj social multiusos. Servían también, como veremos en una próxima colaboración, para muchas otras cosas. En relación con este uso laico de las campanas se suele citar un aforismo tradicional, que reza así: “las campanas y el pendón del pueblo son”. De este pendón, según la primera acepción del diccionario RAE, es del que vamos a ocuparnos hoy.

Con el vocablo “pendón” se designa un tipo de bandera o estandarte, que hunde sus raíces en la Edad Media. En esta época, los únicos soldados profesionales uniformados, muy escasos en número, eran los caballeros. Por eso, cuando el Rey de turno declaraba una guerra o iniciaba una nueva campaña de la Reconquista (711-1492), los señores feudales, la Iglesia y los concejos aportaban hombres vestidos y armados heterogéneamente. Esto hacía difícil distinguir a los aliados de los enemigos, provocaba errores y facilitaba el “fuego amigo”. Para evitarlo, se empezaron a utilizar los pendones, que permitían a los soldados reconocerse y agruparse en torno a ellos. Así nacieron los pendones originarios. En las novelas o relatos ambientados en esta época (por ejemplo, El Señor de Bembibre, del berciano Gil y Carrasco; o el Cantar de mio Cid), encontramos siempre referencias a estos pendones con la función castrense que hemos descrito.

Los pendones actuales, según los estudiosos, proceden directamente de aquellos pendones usados por las mesnadas medievales. Sin embargo, con el final de la Reconquista, los pendones perdieron su funcionalidad militar y adquirieron una nueva función, esta vez, social y civil. En efecto, manteniendo la forma, el tamaño y los colores, los pendones empezaron a tener un nuevo papel en las celebraciones religiosas, las romerías, las manifestaciones folklóricas y las fiestas patronales y populares.

La herencia medieval del pendón fue conservada religiosamente. Todos los pueblos de la provincia de León tuvieron uno (existieron unos 1.300) y, a veces, dos: uno, grande; y el otro, pequeño: la “pendoneta”, que era el portado por las mujeres y los niños. Sin embrago, con el transcurso de los años, los pendones cayeron en desuso. Por eso, muchos desaparecieron; y otros durmieron el sueño de los justos en las iglesias, donde el estado de conservación de los mismos dejó mucho que desear.

A pesar de esto, en las últimas décadas (i.e. desde la restauración de la democracia), los pendones leoneses han resurgido de sus cenizas, han sido rehabilitados, recuperándose así una bella y multicolor tradición. Los pendones que estaban en buen estado han salido del armario y los deteriorados han sido cuidadosamente restaurados: hoy, hay unos 400 en perfecto estado de revista. Y muchos de los irrecuperables han sido o están siendo replicados y sustituidos por nuevos (por ejemplo, el de Almagarinos, pueblo del Bierzo Alto), respetando siempre la forma, el tamaño y el cromatismo originales.

Para aquellos que nunca han visto un pendón o admirado un desfile de pendones, quiero darles algunos elementos descriptivos. Los pendones son grandes enseñas o estandartes (cf. foto ut supra), integrados por un mástil de madera labrada y de longitud variable (entre 7 y 13 metros de longitud). En la parte superior del mástil se inserta la tela o paño, que es de gran tamaño, pero proporcionado a la envergadura del mástil. La tela suele ser de seda adamascada y está formada de bandas horizontales y paralelas, que un corte o escotadura —que va desde la banda superior hasta la central y de ésta hasta la inferior— hace que termine en dos puntas; la inferior es de menor longitud, para que no arrastre por el suelo al ser portado. Las bandas son de colores diferentes (rojo, verde, morado, azul, blanco, amarillo y crema), cargados semánticamente. Pero, en todos encontramos bandas de rojo carmesí, color del Reino de León. Además, en la cima del mástil, se fijan uno o dos remos, que son manejados por los remeros; se trata de cuerdas o cordones que permiten ayudar al portador del pendón (el pendonero). Por otro lado, la cima del mástil está siempre coronada con un ramo vegetal y/o una cruz metálica. El peso del pendón puede oscilar entre los 15 y los 35 kilos.

En la provincia de León, no hay fiesta o celebración popular o religiosa que se precie, donde el pendón (o, más bien, los pendones, ya que los de las pedanías vecinas acuden en masa: 19 pendones fueron reunidos en Almagarinos, a finales de julio de 2013) no ocupe un lugar destacado. El desfile de los pendones es un genuino espectáculo multicolor y una muestra de fuerza y de pericia del pendonero, que lo porta y que lo hace bailar. Hoy los pendones son un signo de la cultura, de la tradición, de la identidad y de la historia del viejo Reino de León. Son un orgullo y un símbolo del pueblo o de la pedanía que lo posee. Y cumplen funciones identitarias, representativas y ceremoniales.

Los pendones —junto con los “concejos abiertos” (de los que hablaremos en una próxima contribución), la arquitectura popular, la gastronomía, el “savoir-vivre”, el “savoir-être”, el folklore, la cultura, los monumentos (puentes, iglesias, castillos, monasterios, palacios, casonas, etc.), los restos arqueológicos, la literatura, la religiosidad,… de León y de Castilla— denotan que estas tierras tienen una larga, rica y enraizada tradición, una extensa memoria histórica. Por eso, llama la atención y uno se asombra que, en nuestros días, algunos hablen de “comunidades autónomas históricas”, para referirse sólo a Cataluña, al País Vasco y a Galicia; y que se dejen fuera del grupo de las históricas a las otras CC. AA., que tienen una historia mucho más larga, unas peculiaridades y unas señas de identidad, también muy marcadas o mucho más sólidas.

Ante esta manipulación de la realidad histórica —al estilo de lo descrito por George Orwell en su relato “1984”— por parte de los nacionalistas de todo cuño, el pendón rehabilitado de los pueblos de León debería convertirse en el símbolo del moderno “meeting point”. La recuperación de su simbolismo prístino debería propiciar las actitudes y los comportamientos centrípetos y las sinergias, ante la obsesión de algunos de poner el acento en los hilillos de las diferencias y no en las maromas de las coincidencias que nos unen. El pendón está ahí para acogernos bajo su paño. Reunámonos en torno a él y hagamos piña. La unión hace la fuerza. La división, como decían los romanos (“divide et impera”), es el preludio de la derrota.

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2 COMENTARIOS

    • Sr. o Sra. Riana:

      • Su pregunta es pertinente, ya que Martín Villa tuvo algo que ver con el asunto de Castilla y León juntos y no separados.

      • En el inicio de la Transición y en el proceso de elaboración de la Constitución de 1978, asistí a una reunión-debate público en el IES Juan del Enzina, sito en C/ Ramón y Cajal, 2 (ciudad de León). Estaba invitado como orador-ponente principal precisamente Martín Villa, hijo de Santa María del Páramo, uno de los 4 pueblos importantes de León, para disertar precisamente sobre el futuro Título VIII de la Constitución, que iba a regular y regula el Estado autonómico español.

      • Como si fuera ayer, recuerdo nítidamente que, ante los argumentos de aquellos presentes que quería una comunidad de “LEÓN SOLO” (León, Zamora y Salamanca), Martín Villa fue trasparente, por una vez, al afirmar: “No nos lo podemos permitir económicamente. No hay puestos de consejeros para todos”. Y luego, vinieron las CC. AA. uni-provinciales: Cantabria, y la Rioja, y Murcia, y Asturias, y Navarra, y Ceuta, y Melilla, y Madrid. No hace falta que glose este comportamiento contradictorio y oportunista de este político tan importante de la Transición así como de la clase política del momento. ¡Para darles de comer aparte!

      • Como dijo el premio Nóbel portugués José Saramago, que no es sospechoso de ser de derechas, y cito de memoria, “LA SOCIEDAD NO PUEDE FUNCIONAR SIN POLÍTICA. EL PROBLEMA ES QUE LA POLÍTICA ESTÁ EN MANOS DE LOS POLÍTICOS”. Lo grave de la situación es que, con nuestro voto personal e intransferible, estamos manteniendo, criando y engordando a la casta política, cada más analfabeta, más incompetente y más “pesebrera”. Por eso, la culpa no es de la casta política, que nos han engañado sistemáticamente desde hace ya más de 40 años. La culpa es ya nuestra por votarles.

      Un cordial saludo, Sr. o Sra. Riana.

      Manuel I. Cabezas

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