En 2012, Guindos no quiso arreglar el funcionamiento del sistema financiero, sino hacerlo de tal forma que él se beneficiase. Su gestión del asunto Bankia fue un dislate y acabar con las Cajas de Ahorro, cediendo a una impresentable presión alemana que mantiene sus cajas de ahorro –Sparkassen– llenas de cadáveres en los armarios, un ejemplo de servilismo al servicio de su carrera, una absoluta falta de lealtad al país.

Creyó que a cambio obtendría la recompensa de la Presidencia del Eurogrupo, pero Alemania ya se la había prometido a los Países Bajos.

El resultado de la solución diseñada desde Berlín es conocido: debilitamiento de la banca comercial tal como la conocemos, con requerimientos de capital hasta seis veces mayores para financiar a una pequeña empresa que para dar una hipoteca, desaparición de miles de puestos de trabajo en el sector financiero y en muchos sectores industriales, a los que no se permitió refinanciar en el peor momento de la crisis, y la expulsión de las cajas de ahorro de los entornos rurales, necesitados de inclusión financiera.

No hay ni un solo caso en Europa en que un ministro de Economía emprendiera una campaña de desprestigio como la que desarrolló de Guindos contra el Banco de España, en definitiva, contra su propio país.

Aún se recuerdan las proféticas palabras del gobernador del Banco de Portugal, Carlos Costa en una reunión mantenida en plena crisis financiera: «la campaña de desprestigio contra el Banco de España desarrollada por Luis de Guindos le costará miles de millones de euros al país».

La humillación del Banco de España fue completa y sus efectos devastadores. El pretendido efecto de transparencia, otra falsa ilusión del ministro, tuvo un efecto dañino sobre el país, nadie creía en las cifras del Banco de España, destrozó su prestigio para siempre, en el momento crucial en que el BCE se estaba construyendo.

Nadie con poder y prestigio representó al Banco de España en Frankfurt. Italianos, alemanes y franceses hicieron lo que quisieron para ayudar a sus maltrechas entidades financieras, a las españolas se les pidió un esfuerzo descomunal, nadie las defendió.

En una Europa sin conflictos bélicos, la economía es la herramienta que puede garantizar el bienestar a largo plazo de los pueblos. En ese terreno, los bancos son los ejércitos nacionales; en ese ámbito no cabe mayor traición que dejar que sean los enemigos quienes pongan las reglas del juego. Desprestigiar al Banco de España e imponer unas reglas diferentes a los bancos comerciales con costes indeterminados es una rémora que De Guindos dejó para siempre.

De Guindos se plegó a los requerimientos de los bancos de inversión, de dónde él procedía. Su incapacidad para entender el funcionamiento de la banca comercial es supina, su capacidad para destruir es enorme, como demostró también con el Banco Popular y su «sugerencia» de que la sexta entidad española fichara a otro banquero de inversión, Emilio Saracho, con los efectos que ya, por desgracia, conocen 1,2 millones de personas.

Aunque su obligación era mantener y vigilar la estabilidad financiera, nunca se preocupó de ello, expandiendo rumores sobre la salud del sector y de las entidades que le convenía atacar, como antes había hecho con el prestigio del Banco de España. Sus off the record con los medios son recordados por una locuacidad demasiado similar a la de Saracho.

Sobre la economía, si Guindos no hubiese destruido el prestigio del Banco de España, hubiera habido recursos para enfrentar la crisis con más fortaleza, si se hubiese optado por una solución a la canadiense, otorgando una garantía pública a las hipotecas que cumpliesen con unos requisitos, los bancos y las cajas hubiesen liberado capital con el que financiar a las empresas en la crisis, si Guindos supiese algo del funcionamiento de la economía, se podía haber hecho algo por la reindustrialización del país e incentivar el dinamismo empresarial…, pero eso es ya otra historia.

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