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De Barcelona a Roma pasando por París

Manuel I. Cabezas González
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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análisis

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Corrían los primeros días del presente año, cuando los medios de comunicación se hicieron eco de un nuevo proyecto piloto de la Unión Europea (U.E.). Con él se va a intentar internacionalizar la enseñanza universitaria europea, mediante la creación de “campus europeos inter-universitarios” o una “Red de Universidades Europeas”. Con este plan piloto, que presentaremos y analizaremos someramente ci-dessous, se pretende llevar a cabo un proyecto más ambicioso que el tradicional Erasmus y que el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (EEES).

El programa Erasmus fue creado hace ya más de 30 años (en 1987). Y está dirigido fundamentalmente a la enseñanza universitaria. Con él se ha pretendido estimular la movilidad de los jóvenes universitarios en el marco de la UE. Por otro lado, se ha intentado fortalecer la cooperación transnacional entre universidades mediante el reconocimiento académico de los estudios y calificaciones. Y, finalmente, se ha perseguido fortalecer la dimensión europea en la formación de los universitarios. Ahora bien, el programa Erasmus sólo ha afectado a un pequeño porcentaje de los universitarios europeos. Y, además, las ayudas-becas han sido y son claramente insuficientes para sufragar los gastos vitales de los “erasmistas”. Por eso, los resultados no han sido los que se esperaban.

Por ese motivo, para seguir avanzando por este camino, se puso en marcha, con la Declaración de Bolonia (1999), el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). En este espacio y con este espacio, se ha pretendido y se pretende provocar una convergencia de la enseñanza superior europea, para propiciar e impulsar la movilidad de estudiantes, de titulados y de profesores entre todos los países de la UE. Además, este espacio debe permitir poner en marcha la “Europa del conocimiento”, base del crecimiento y del bienestar, tanto presentes como futuros, de los europeos. Podríamos decir que se trata de avanzar en la “globalización universitaria europea”, con todo lo que tiene de positivo y de negativo el concepto de globalización.

Con el nuevo plan piloto de los “campus europeos inter-universitarios” o “Red de Universidades Europeas”, se pretende dar un nuevo espaldarazo a la convergencia universitaria europea y, sobre todo, a la consolidación de la frágil construcción de la Unión Europea. En efecto, ante el Brexit y el auge de los populismos antieuropeos, que han sembrado dudas sobre el futuro de la Unión, la Europa del futuro no debe ser sólo financiera y económica sino, también y sobre todo, social y cultural. Y esta Europa cultural debe estar liderada por las universidades. De ahí el papel que deben jugar éstas.

Este plan piloto tiene su epicentro en un discurso de E. Macron en la Sorbona, en septiembre de 2017. En este discurso, Macron formuló dos ideas básicas: necesidad de potenciar los intercambios y la movilidad de los estudiantes universitarios para que, en 2024, el 50% haya pasado, al menos, seis meses en otro país europeo; y, por otro lado, ante la casi segura materialización del Brexit, impulsar el multilingüismo, que debe reemplazar el monolingüismo del inglés, lengua franca “de facto” en la Unión Europea. Algunos meses después, en noviembre de 2017, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, llevó el asunto a la cumbre europea de Gotemburgo (Suecia), donde se dio el visto bueno al plan. A partir de esta fecha se ha ido perfilando el plan piloto que será implantado a partir del próximo curso 2019-2020.

Según este plan piloto, para el próximo curso, se han creado 17 campus inter-universitarios europeos, de los que forman parte 11 universidades españolas (3 de Madrid, 4 de Cataluña, 2 de Andalucía y 2 de Valencia). Con este plan se va a intentar crear la Europa del futuro que, además de económica y financiera, debe ser social y cultural. Para ello, se van a perseguir varios objetivos. Por un lado, se va a multiplicar por 10 y a diversificar la movilidad de los estudiantes universitarios; esto posibilitará, por ejemplo, que un estudiante español pueda iniciar sus estudios en Barcelona, continuarlos en París y terminarlos en Roma; esto implicará reconocer académicamente los estudios realizados en otras universidades y acabar con los problemas burocráticos de las convalidaciones. Por otro lado, se va a potenciar lógicamente el multilingüismo propiciando el dominio de, al menos, dos lenguas europeas, diferentes de la propia. Además, se va a intentar crear conciencia de formar parte de la Unión Europea a través de la cultura y de la educación, para impulsar las sinergias y la cooperación entre los países europeos. Ahora bien, para alcanzar estos objetivos, habrá que implicar a todos los actores de la comunidad universitaria (alumnos, profesores-investigadores y personal de administración y servicios –PAS–).

Ante la puesta en tela de juicio de la Unión Europea y ante la decepción-frustración de cada vez más ciudadanos europeos, este nuevo plan piloto parece una idea excelente, desde la óptica de aquellos que han optado y aceptado la filosofía de la “globalización” o de aquellos que consideran que para salvar el proyecto europeo es necesario crear una Europa social y cultural, pensada por y para los ciudadanos. Ahora bien, este plan piloto de “campus europeos inter-universitarios” no es nada original y, además, tiene sus talones de Aquiles, que lo puede convertir en un sueño o una quimera.

Por un lado, iniciar los estudios universitarios, por ejemplo, en Barcelona, continuarlos en París y terminarlos en Roma no es ninguna novedad ni nada original. En el pasado reciente y también actualmente, la internacionalización de la formación universitaria ha sido una realidad para unas pequeñas minorías: para los jóvenes cuyos padres tienen un estatus económico, cultural y social elevado y, por lo tanto, pueden pagarla; y también para muchos jóvenes españoles que, sin ayuda de nadie, continuamos nuestros estudios fuera de nuestras fronteras (París, Londres, Berlín, etc.), aplicando esa particular regla actualizada de San Benito de Nursia del “estudia y trabaja” (“ora et labora”, para los benedictinos).

Además, el proyecto piloto de la U.E., referido a España, tiene varios puntos débiles, que pueden hacerlo naufragar y conducirlo al fracaso. Se podría decir que se ha puesto el carro delante de los bueyes o que se ha empezado la casa por el tejado. En efecto, en general, los jóvenes universitarios españoles han suspendido y suspenden en competencias lingüísticas en lenguas extranjeras. Y éstas son el instrumento y la condición sine qua non para que el plan sea eficaz y para sacar provecho de unas enseñanzas en una universidad extranjera. Además, los jóvenes universitarios españoles, en general, no han progresado adecuadamente en la adquisición de competencias enciclopédicas (Umberto Eco) en las distintas ramas del saber. Y, por eso, no pueden ser considerados la generación mejor y más formada de la historia de España. Por otro lado, los universitarios españoles, en general, llegan a la enseñanza superior sin haber adquirido las competencias instrumentales básicas para hacer estudios superiores, ya que presentan grandes déficits en lectura, en escritura, en la toma de notas, en espíritu crítico, etc. Y, finalmente, hay que poner en entredicho tanto sus competencias aptitudinales como actitudinales.

Por todos estos motivos, es razonable y lógico preguntarse si esta internacionalización de la enseñanza universitaria europea continuará siendo, a corto plazo, un privilegio para unos pocos —los jóvenes cuyos padres tienen un estatus económico, social y cultural elevado— o una posibilidad irreal e hipotética para la inmensa mayoría de los estudiantes universitarios. Ante los déficits apuntados, todo parece indicar que el proyecto piloto de una enseñanza universitaria europea compartida está abocado al fracaso. Habrá que esperar más de una década para que un pacto nacional español por la educación se firme y empiece a dar sus frutos. Mientras tanto, como ha escrito irónicamente alguien, la mayoría de los universitarios españoles podrán empezar la carrera en Estrella Galicia (España), la seguirán en Kronenbourg (Francia) y la acabarán en Moretti (Italia). El tiempo, sin que nadie se lo pregunte, dará o quitará razones. Y si no, al tiempo.

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