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De 2001 a la disidencia: una odisea

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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¿Recuerdan el inicio de “2001, una Odisea en el Espacio”? El hombre mono, solo y aburrido, se distrae cogiendo un hueso, juega con él, golpea otros huesos, descubre la utilidad de golpear con una herramienta. [Soledad, aburrimiento, juego, curiosidad, descubrimiento, pensamiento]. En la siguiente escena, dos grupos de hombres mono se enfrentan. Uno de los grupos ya blande huesos a modo de armas. Estos últimos ganan la batalla y, la celebración, hace volar un hueso que, girando en el aire, se convierte en una nave espacial. Hay quien afirma que la distinción evolutiva del hombre es el descubrimiento de la herramienta, la utilidad dada a un objeto. No hay que pasar por alto, al menos, dos conceptos: lo que lleva a su descubrimiento y que, sin compartirlo, sin la organización social a su alrededor, probablemente serviría de poco. La organización social hoy más extendida es el sistema democrático y cuando los individuos (los votantes) pasan a ser meras herramientas, a ser vistos solamente desde una perspectiva utilitarista como objetos, el poder recae en la manipulación de sus pensamientos, no para imponer, sino para que se auto impongan el marco de pensamiento deseado.

La política utilitarista conduce a la corrupción, a dos tipos de corrupción diferentes:

1q1). Por un lado, siendo la política algo que debe ser útil para el político mismo (un político utilitarista narcisista), este exige una contraprestación. Como la política no está destinada a ello, aparece la “comisión corrupta”, es decir, este político, como toma una serie de decisiones que van a favorecer una parte del mercado que le sufraga sus aspiraciones, como es él quien las toma, como él es eso útil para los “inversores”, les corresponde una comisión. Ya sea el famoso 3% del caso pujolista, o todas las ramificaciones que vemos repartidas por el Estado (y que demuestran la generalización del concepto), ligado a las financiaciones ilegales de los partidos (las “inversiones”).

2). Por otro lado, hay otro tipo de corrupción: la corrupción ideológica o de las ideas, que deviene una corrupción de todo el sistema. Esta modalidad se suele escudar en el pragmatismo con gran falsedad: un ejemplo es la propuesta que se hace en campaña electoral y luego no se cumple porque “la realidad es muy compleja y, vaya, no me lo esperaba, esto no puede cumplirse”. Aquí, los votos han sido útiles para encumbrar al político o partido, pero este incumple el pacto descargando la responsabilidad sobre una supuesta “realidad”, admitiendo que no puede (¿o no quiere?) cambiar nada. Esta corrupción de las ideas no solamente aleja la política de muchos ciudadanos, sino que libera los políticos de su responsabilidad.

El primer tipo de corrupción, el de la contraprestación, se basa en el “yo me lo merezco” (por ello califiqué con anterioridad este político de narcisista) que el sistema consumista extiende a la sociedad haciendo más “aceptable”, por asumido como algo sistemático, el comportamiento del político. Esta extensión la vemos en el futbolista que no paga impuestos (despreciando a la sociedad) y que, aun así, es aplaudido (por la misma sociedad que le transmite “sí, te lo mereces”). Es como si uno aceptase un trabajo, considerase que la contraprestación no es suficiente, y decidiese, él mismo, tomársela por su mano. Uno está por encima del resto. La gran expansión de ello permite, en política, librarse de responsabilidades, al menos si uno no ha caído en desgracia, ha sido demasiado evidente o ya no es útil a sus financiadores. La aplicación, de sopetón, de un modo correctivo estricto, probablemente inhabilitaría gran parte de las élites políticas (tan solo el caso del máster de Casado, en otros países sería suficiente para apartarlo de la política. Aquí, es peccata minuta, pues todavía es “útil”).

La problemática de esta corrupción extendida (y que uno cree que muy relacionada con no haber hecho una ruptura y catarsis con el sistema establecido por una dictadura de 40 años), es que, en cierta manera, al ser aceptada por gran parte de la sociedad, es muy difícil de erradicar. Otro gran lastre, también relacionado con los 40 años de un sistema dictatorial corrupto, es que no haya una separación de poderes suficiente efectiva que permita ir desmantelándola: ¿cuántas veces vemos consecuencias “efectivas” recaer sobre las élites políticas? Además, todo el sistema judicial, también está impregnado de ello (recientes casos de nepotismo e influencias familiares sobre acceso de jueces y fiscales, nombramientos más que dudosos, demuestran no solo lo anterior, sino también que no pasa nada y se acaba aceptando por una sociedad resignada o complaciente).

El segundo tipo de corrupción, la de las ideas (o, si lo prefieren, del lenguaje que las transporta), también tiene graves consecuencias. La más evidente es la desconexión o distanciamiento entre la clase política y los ciudadanos, que, en el fondo, no deja de ser útil para los primeros. Esta falta de confianza se intenta compensar con enunciados basados en el falso pragmatismo: si un servidor estira el hilo sobre la confianza en el mensaje político, no me quedará más remedio que escribir un artículo que tacharán de “ingenuo”. Esto es debido a que la confianza ha sido derrotada por el falso pragmatismo de la “realpolitik”, un concepto abstracto y difuminado que permite cualquier incumplimiento sin responsabilidades (y el abandono, por ingenua, de toda ética). Una rama del maquiavelismo. No me voy a extender sobre lo anterior, creo que es el pan de cada día.

Hay, también, otra grave consecuencia de la corrupción de las ideas, pero más solapada: evita la concreción de alternativas reales para con el Sistema. El hecho de asumir que el ámbito del poder tiene otras normas y valores, que no haya una correlación entre lenguaje (lo prometido, la ideología) respecto al proceder, transmite el mensaje que el Sistema no es modificable, sino que es el Sistema quien modifica. Decía Mafalda (cito de memoria muy lejana): <<o cambiamos rápido el sistema o el sistema nos cambia a nosotros>>, aunque ahora pienso que decía “mundo”, pero viene a ser lo mismo.

No se trata tanto de hacer creer a los individuos que no se puede cambiar el sistema, sino que, estableciendo que este es definitivo y es un ingenuo quien se plantea cambiarlo, los ciudadanos opten por “no desear cambiar el sistema”. No es una cuestión de contraprestaciones: cada vez este sistema ofrece menos al conjunto de individuos (a nivel público: sanidad, educación, seguridad laboral, pensiones de futuro, etcétera; todo gradualmente privatizado), y, a cambio, solamente le da más diversión y espectáculo (futbol, Netflix, Playstation, famoseo, prensa amarilla, etcétera) siempre y cuando cumpla con el consumismo. Si aplicásemos ese pragmatismo de la “realpolitik” a algo como la “real society”, veríamos que la contraprestación que nos ofrece el sistema es una tomadura de pelo. No “pan y circo”, sino mucho circo y te las apañas por el pan.

La cuestión, decía, es decapitar lo más rápido posible cualquier tipo de alternativa. En España se ha podido ver estos últimos años respecto a Podemos. Más allá de la ideología de ustedes, si dejan a un lado las simpatías u odios respecto a este partido o lo que propone, creo que coincidiríamos en que es una alternativa. Insisto: dejen a un lado, por favor, si la consideran una “mala” alternativa, ahora es irrelevante. Sí es relevante como el sistema se lanzó sobre Podemos al unísono. Sí es relevante las presiones (nacionales, internacionales) para que el PSOE no pacte con Podemos, o para que, si lo hace, Podemos no tenga cargos de poder “efectivo” a la vista.

La única manera de demostrar que uno es una alternativa, es gobernando (aunque sea a medias) y demostrar que aquello que la “realpolitik” dice, tan pragmática, que no es posible, realizarlo y dejar al sistema y acólitos como un rey desnudo. Por ello, aun siendo un servidor “indepe” entiendo perfectamente el proceder de Colau en Barcelona: es uno de los últimos reductos de poder efectivo que le queda a Podemos en España (aunque sea tangencialmente). Para un servidor, el error de Colau ha sido convertirse en algo útil para el sistema (ejemplarizado en el utilitarismo de Valls), y caer de lleno en este falso pragmatismo de la “realpolitik” aceptando sus reglas como las únicas posibles. Estoy convencido que había más alternativas para mantenerse como alcaldesa (ni que fuera parcialmente), pero como desconozco si el error ha sido una mala estrategia de negociación de Maragall u otra razón, dejo el tema.

La política ideológica, generalmente, es criticada porque se aleja de las personas sometiendo estas a la ideología. Por ejemplo, el comunismo o el nacionalismo, aunque se basen en conceptos emocionalmente antónimos, una vez se aplican acaban por menoscabar derechos del individuo en pos de una ideología “más pura”, “más alta” o ideal. Dejan de ser pragmáticas para la vida diaria y corriente de los ciudadanos (de todos aquellos que no pertenecen a las élites), pues lo abstracto deshumaniza. La política utilitarista, se ha servido de lo anterior para que supongamos que se basa en su utilidad para con las personas. No obstante, no es así.

Parecería que hoy en día no hay una ideología donde sucumban los derechos del individuo, pero uno opina que esto no es cierto. Ocurre que, si bien ante el nacionalismo o comunismo, es la ideología la que se pone en primer lugar y acaba dictando las normas, actualmente las normas del mercado son las que dictan una ideología que queda oculta por estas. El consumismo, que va dando lugar a un nuevo modo disfrazado de ideología (el neoliberalismo), es la verdadera ideología reinante, única, totalitaria y descabezando alternativas.

No es el neoliberalismo, en el fondo, la ideología base, sino que este es una herramienta utilitaria de la ideología consumista. Si toda ideología exige un modo para aplicar su “pureza” por encima de los individuos (y, en el caso del consumismo y nacionalismo hemos visto que, al final, son las dictaduras), el consumismo exige políticas cada vez más y más neoliberales. Fuerza la política llevándola hacia un extremo en el que no importa qué votan los ciudadanos (socialdemocracia, conservadurismo, lo que sea), porque quien gobierne se verá “forzado por el mismo sistema” a tender hacia el neoliberalismo.

A cada nuevo gobierno, el punto de partida es más alto. Los gobiernos camuflarán sus decisiones, o las justificarán como ineludibles, o las aplicarán con cuentagotas, pero todos tenderán hacia allí: porque, a nivel ideológico, no hay alternativas. El votante, si reflexiona, contemplará perplejo que aquellos que tienen posibilidades de gobernar (los que reciben los votos de la masa sumando izquierda y derecha o lo que sea) tienden a lo mismo. No hay una alternativa real por una razón: todo el espacio lo ocupa la misma ideología sin permitir que asome, de manera efectiva, ninguna alternativa.

¿A quién debe ser útil una política utilitarista? Y, ¿puede ser humanista? Si el humanismo es algo abstracto, que está más allá del tiempo de la vida diaria, que habla de conceptos muy loables pero pasando por encima de la corta vida de los individuos que nacen, viven unos pocos años (entre 60 y 90, dependiendo de la zona del planeta) y mueren, si la política es utilitarista para este humanismo ideológico, vista desde la fugaz perspectiva del individuo, parecerá algo deshumanizado que pasa por encima de él como una nube altiva y lejana.

La utilidad de una política para la vida fugaz de los seres humanos es que sea humanística a ras de suelo. Pragmática para los individuos y no para la ideología. La ideología consumista, sofisticada y consciente de ello, permite que los individuos la vean como algo útil para su vida diaria, pero, sobre todo, es útil para las élites que manejan el modo de hacer neoliberal. Al no haber una alternativa real que pueda ser efectiva, es la panacea para estas élites que no deben temer ni revoluciones ni rebeldías ni verdaderas políticas de cambio.

En períodos pasados se trataba de imponer una ideología por encima de las alternativas, generalmente mediante el uso de la fuerza y del poder. Hoy en día, se trata de que la imposición sea innecesaria: no que la masa “acepte” la alternativa única, sino que la “desee”. Al desear esta única ideología (el consumismo) disfrazada de un modo de vivir, deja todas las vías abiertas para que el modo neoliberal se vaya extendiendo en todas las sociedades. En plural: la globalización es un éxito sin precedentes de la imposición (disfrazada) de una sola ideología a escala planetaria. Me podrían decir que el consumismo es un modo que convive con diferentes ideologías, y me pondrían como ejemplo la China, Arabia Saudí o Estados Unidos. Un servidor disiente de ello: la ideología de fondo es el consumismo, que se sirve de diferentes pseudo-modos político sociales para extender el único modo del neoliberalismo.

La efectividad del sistema consumista para impedir alternativas, es impresionante. Si partimos de que cualquier alternativa o bien surge de una explosión basada en la conciencia de la injusticia, y/o de una larga reflexión, el sistema hace todo lo posible para impedirlo. En España podemos ver algunos ejemplos de qué es lo que incomoda al sistema, aquello peligroso:

1) Por un lado, produce pánico que pueda llegar a cotas de poder el partido nacido a raíz de los movimientos del 15M, es decir, Podemos. Ante el auge de este partido, hay una gran movilización mediática y financiera para aupar a Ciudadanos, en un principio, como una alternativa de pacto para el PSOE (una vez fragmentado su voto).

La intención sería que el PSOE pudiera tener mayorías de gobierno sin pactar con la derecha (algo difícilmente explicable) pero también sin pactar con Podemos. Si lo anterior tuviera algo de cierto, veríamos como las élites empiezan a penalizar al iluminado de Rivera por haber intentado ocupar el espacio del PP: su función no era hacerse con ese espacio, sino dar posibilidades al PSOE para evitar el pacto con Podemos. No era Ciudadanos un partido para que Rivera fuera presidente (como parece ser que él creyó) sino un punto de fuga para el PSOE y poder mantener políticas, ni que fuera a cuenta gotas, neoliberales.

2) El movimiento feminista es otro temor. Si bien algunos sectores neoliberales han tratado de demonizarlo y relacionarlo con ideologías que dan miedo (la ultraderecha acusándolas de feminazis haciendo referencia al nacionalismo extremo, y, recuerden, Arrimadas justificaba no sumarse a una manifestación del 8M porque, decía, ocultaba un mensaje comunista), ahora lo que se pretende es desarmarlo, algo más efectivo. Se tratará, seguramente, de aprobar alguna medida mediática, de repetir en twits y declaraciones que el sistema es muy feminista, y poco más: veremos el G7 y variaciones como siempre, gobernado por hombres y alguna mujer ultraliberal. Un servidor cree que el sistema consumista está muy ligado y relacionado con el sistema patriarcal, en esa política utilitaria de las élites: ¿qué es el machismo sino “utilizar” a la mujer como objeto propio, de consumo? Aunque esto daría para otro artículo.

3) La reivindicación soberanista catalana es otro peligro. No tanto el independentismo, que es más fácil de demonizar y contrarrestar, y que así se hace para ocultar el verdadero peligro: que una sociedad se empodere y se crea con el derecho de tomar una decisión por encima de las élites.

Que también pueda haber unas élites catalanas, es secundario: la mayoría están en contra de la reivindicación, y en una República Catalana veríamos como corren para cambiar de bando y mantenerse como élites. No vean aquí un intento de glorificar esa posible República, ni mucho menos, pero sí que el soberanismo propone una alternativa basada en el voto popular, y eso es peligroso. Piensen cuántos referéndums sobre la monarquía se habían producido en España antes de la reivindicación catalana, y cuántos llevamos, aunque sean inocuos, en los últimos años en universidades, barrios o ciudades. El gran temor es que descabezar el independentismo no anule la reivindicación soberanista. Veremos.

y 4) Algo que está por ver: la relación de los jóvenes con el problema del cambio climático. Es indudable que los conceptos como ecologismo o sostenibilidad son in-encajables con el sistema consumista. Aunque sea de una manera solapada y profundamente egoísta, los que somos adultos hemos podido evitar la disyuntiva entre el sistema consumista y la supervivencia de un ecosistema habitable: la lejanía en el tiempo de una posible catástrofe nos ha permitido creernos cualquier mentira. Para los jóvenes, no va a ser tan sencillo autoengañarse. La política neoliberal ya corre para encauzar el descontento de los jóvenes una vez comprobado que la negación del cambio climático no es efectiva. Un servidor opina que, semejante a la reivindicación feminista, les élites harán todo lo posible para esconder su inacción con proclamas populistas muy dulces, caramelos para los medios y la consciencia de las masas.

Esto serían unos pocos ejemplos de lo que incomoda al sistema, a las élites que van extendiendo su política neoliberal. La difícil exposición de alternativas (algo casi imposible a nivel mayoritario) deja a los que disienten como gotas sueltas en medio de un desierto. Difícilmente va a haber un partido político que, por la vía política, pueda luchar contra tal sistema globalizado. Un servidor no tiene la menor idea de cómo se deberían aglutinar esas gotas dispersas para obtener algo que sea útil, a nivel humanístico y a ras de suelo, para los individuos. El poder del sistema es enorme, sus armas poderosas.

La disidencia, difícil, pues se basa en la lentitud y la reflexión, algo contra lo que lucha el sistema que nos impone lo rápido y lo impulsivo (las élites sí que han reflexionado largo tiempo para aprender a hacer su trabajo). Lo efímero, lo impulsivo, lo rápido, como artífices de la distracción, ocupan prácticamente todos los huecos de la vida diaria de las personas. El móvil, una herramienta excelente para muchos propósitos, no se suelta victoriosamente al aire para que dé vueltas por el espacio: se fusiona con la palma de la mano, se nos adentra para copar todos esos espacios vacíos encargados de procurar soledad, aburrimiento, juego, curiosidad, descubrimiento, pensamiento. La disidencia más difícil es aquella que debe tomar un individuo contra todo un sistema: procurarse esos espacios a sí mismo, en soledad, o colectivamente en sociedad. Una disidencia, sí, contra el sistema que ya está en nuestro interior. Realmente difícil. “Real Difficulty”.

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