Foto: Alejandro Barragán

David Monthiel es más de Cadi-Cadi que las coñetas de La Caleta. Creador de historias periféricas y populares, cuenta a través del detective Bechiarelli, protagonista de su última novela “Nuestra señora de la Esperanza” (Editorial Roca), los claroscuros de una ciudad trimilenaria en plena legislatura del cambio. “Una suerte de Asesinato en el Comité Central” a la gaditana que le ha llevado a ganar el Premio Internacional de Novela LH Confidencial 2019, traspasando la frontera de PuertaTierra en un alegato crítico con la situación existente en la Baja Andalucía, sin perder la guasa y el cariño en su narrativa “metía en manteca”.

Hay quien afirma que Cádiz es el centro de universo. En términos universales, ¿qué tiene la ciudad para que se llegue a tal consideración, y sea musa de tu obra literaria?

La consideración de la vieja ciudad amurallada como centro del universo conocido, lugar mágico, espacio de trolas y atlántidas, de viejas leyendas, cuna de dos cantes (flamenco y carnaval) es una constante a lo largo de la historia de occidente. Varía con las épocas de esplendor y mojón. Yo solo soy un humilde continuador de esa mitografía que intenta unir la concepción popular y local (tachada de chovinista y narrada de forma magistral por flamencos como El Cojo Peroche, Beni de Cádiz o Pericón) con la magna historia de las dos viejas islitas, unir el Cádiz de Quiñones con el Cádiz de Moloch y Astarté. ¿Qué tiene Cádiz? De todo. Desde el porculero de Hércules y los toros de Gerión, pasando por Herodoto y las leyes de seis mil años, el que venía a estudiar las mareas, la visita de los Bárcidas, César soñando y llorando, Thelethusa y las puellae gaditanae, el asiento reservado en el Coliseo para los gaditanorum, Haydn componiendo «Las siete palabras» para la Santa Cueva… Un bastinazo. Mi labor narrativa plantea la interacción entre estas dos concepciones: una muy actual y alimentada por las letras de carnaval y los comentarios en airbnb, la historia antigua y los mitos. Ese es el garum de mi narrativa autocalificada como «metía en manteca».

“Nuestra señora de la Esperanza” forma parte de una trilogía protagonizada por el detective Bechiarelli. ¿A qué tipo de entramados se enfrenta un profesional del espionaje en una isla que apenas supera los 115.000 habitantes?

Bechiarelli se enfrenta a la endogamia, a las consecuencias de vivir en una ciudad moderna y cateta a la vez, una isla que es muy artista, muy suya, muy rápida, muy cotilla. En la novela hablo de la Stasi local, esa red de cotillas y enteraos que están al día de todas las vicisitudes de sus vecinos y políticos. Es una suerte de KGB de patinillo que el detective aprovecha para resolver casos. Bechiarelli entronca con una forma de ver la vida y las cosas que tiene que ver con la picaresca, con estar al liqui de todo lo que se menea por alrededor. Es buen detective porque sabe leer la realidad con una rapidez de tunante que sabe detectar un tangazo, una oportunidad, una trola o un embuste.

En tu novela te vales de la descripción para acercar el paisanaje gaditano desde diferentes puntos de vistas, pero siempre desde la crítica y de abajo hacia arriba. 

El paisanaje gaditano es peculiar, como lo es el de Nebraska o el de Katmandú (si se lo conoce). La novela negra de detectives, la que a mí me gusta, debe ofrecer un corte transversal a una sociedad concreta para revelar las partes oscuras de esa realidad que nos dicen etérea, eterna y que se autorregula con manos invisibles. El novelista debe señalar que a veces esas manos están manchadas de sangre y que existen crímenes que no pasan por crímenes (tener hambre con supermercados abiertos, no tener casa con pisos vacíos…). Las tramas de la saga Bechiarelli son críticas porque tratan de la raíz de las necesidades de los más desfavorecidos y se preguntan el porqué de esas mismas.

El pueblo de Cádiz lleva consigo una resiliencia adquirida, que puede identificarse entre callejones de piedra ostionera, marujas vigilantas y pícaros locales del s.XXI. ¿Estamos, por tanto, ante un ejercicio de resiliencia literaria con mirada decolonial?

En mi narrativa hay mucho sofrito sesudo, lo asumo, que tiene que ver con la reivindicación del lugar de enunciación. Se narra desde un lugar muy concreto con una personalidad bastante acusada, una forma de vida. El que conozca Cádiz sabe que, a veces, es difícil entenderla por su guasa milenaria y por sus formas solo para iniciados. Si existe eso de mirada decolonial tiene que ver con una reivindicación de las narraciones periféricas que rechinan en los centros, con el lenguaje no estándar castellano, con una apuesta por salirse del cerco normativo de las narrativas comerciales del «centro» para venirse arriba con aquello que éste rechaza por popular, costumbrista, cateto o que no le interesa hasta que sea negocio. La periferia literaria es donde está la manteca para aportar nuevas cosas al viciado aire de historias de funcionarios separados que no saben qué hacer con su vida mientras viajan en el metro con cara de siesos maníos. Intento abrir la puerta a lo «real maravilloso» de lo popular en la línea alejocarpenteriana, que la mayoría de la veces acaba siendo lo «cachondo maravilloso» con viejas en bata, locos en chándal, carnavaleros filósofos, una canalla deslenguada de pícaros y vividores, de militantes y maleantes.

La última entrega de la trilogía se desarrolla con un gobierno del cambio similar al que hay en Cádiz, que ya va por su segunda legislatura con José María González “Kichi” a la cabeza. ¿Cuánto te ha inspirado la realidad política municipal? 

Mi intención con «Nuestra señora de la esperanza» era escribir una suerte de «Asesinato en el comité central» de Cadi-Cadi. La realidad política municipal de la primera legislatura me ha inspirado de forma definitiva: los líos en los plenos, las broncas, el cambio en el ayuntamiento, la presión de la prensa, el derrotismo político de la oposición, las mentiras, los bulos, el acoso y derribo, fotografías falsas de políticas desnudas. Alíñalo con altas tasas de paro, la gentrificación, el exilio, la vivienda. Todo eso ha sido material para desarrollar una trama en la que aparece muerto el concejal de vivienda en un solar y en la que se habla de la esperanza y sus asesinos.

¿Hay quien se haya sentido identificado/a o molesto/a? Pues hay escenas harto familiares para quien haya conocido, desde dentro, los mamoneos propios de la conspirania política, los consejos ciudadanos y demás parafernalia asamblearia.

Mi abogado no ha recibido ningún fax todavía. Pero, como ya he dicho varias veces, la identificación es solo una anécdota ya que parto de situaciones reconocibles pero enriquezco los personajes con una amalgama de hechos, descripciones y cosas. No negaré que la realidad y sus protagonistas son la fuente de todo este embuste literario, pero creo que está hecho con respeto y cariño. Y ética. Parto de una memoria sentimental rica en movidas y mamoneos.

Sobre la ruptura de los estándares de la narrativa y la importancia de otras maneras de contar.

Hay mucha realidad que la manera comercial y estándar de contar deja fuera porque no son del agrado de la normatividad narrativa de los más leídos o los libros que más se venden. Salirse del cerco es mirar la realidad con otra forma y olvidarse del canon y apostar por otros lectores. Es un salto mortal pero, insisto, si puede haber innovación, originalidad, cosas nuevas, es desde otros lugares que no sean los seres del centro con sus neuras que tantos vemos en las películas, series y demás. Esto al principio produce rechazo en el lector no avezado en esos lenguajes ya que se le confronta con una historia en la que hay sobreentendidos, jerga, cosas que no ve en la tele, personajeo. El estilo literario es una forma de hacer política también.

¿Puede que David Monthiel ejerza, en cierta forma, como narrador omnisciente de su propia realidad, a través de la de Bechiarelli? 

Puede ser. Bechiarelli es una forma de estar y ser en una ciudad portuaria, que tuvo mercado de esclavos y gitanerías, que su apellido más castizo es uno genovés. Es una herramienta para escarbar en los estratos más incómodos de la realidad de Cádiz a modo de arqueólogo ontológico.

Hablas de caciquismo, clientelismo, enchufismo y una serie de -ismos, que forman parte del imaginario colectivo de la política andaluza heredada de los Chaves y Griñanes. ¿Por qué?

Porque los problemas endémicos de todos los ismos están a la orden del día. Treinta años de clentelismo han hecho mella en todos los ámbitos de la vida de los tiesos.  Y la literatura no se salva tampoco. Añádele a los mangazos los tópicos que nos atribuyen cada vez que una narradora andaluza le da por sacar en sus novelas a angangos, canis, maris, grifotas, chicucos, parados: costumbrismo, localismo, etcétera. Un desastre por todos lados. Creo que es necesario develar estos temas para romper cierta ceguera propia y el rechazo próximo ante los autores que plantean la realidad cercana de sus paisanos.

¿Manuel Vázquez Montalbán o El Beni de Cádiz?

Los dos, en perfecto equilibrio de bilingüismo cultural. Me reivindico en ambos. De Manolo y su literatura aprendo cada día. Bebo de su estilo, de su mirada acerada, de su forma de contar y su perfecta maquinaria descriptiva, de su pulso memorialista, de sus personajes, de su sabiduría y conocimiento, y de su fondo político y ético incontestable. Del Beni rescato otra forma de contar ajena a Manolo, muy de Cádiz, dentro de la más estricta tradición de los grandes contadores de embustes y trolas como fueron los flamencos nombrados antes. Asumo esa tradición de guasa y carga a la hora de contar, pero sin dejar de ser alguien que lo mismo conoce, y considera a la misma altura, a Magandé que a David Foster Wallace,  a Pericón de Cádiz que a Paco Ignacio Taibo II.

¿Cómo calan tus novelas de Cadi-Cadi en un lector o lectora de Casteldefels? Por poner un ejemplo de extramuros…

Calan. Los lectores y lectoras que no conocen las cosas de la ciudad se acercan a ellas de dos maneras: con prejuicios y sin ellos. Es común que comiencen extrañados ante la propuesta lingüística y narrativa. Pero si se dejan llevar acaban entrando en el universo y disfrutando de una novela, al igual que lo hacen con una serie en la que se habla en el slang de los negros de Baltimore y no tienen ni una sola crítica porque los personajes hablen así.

Ganador del Premio Internacional de Novela LH Confidencial 2019. ¿Goza de buena salud el sector literario? Ya que la Cultura parece la eterna herida de guerra por la falta de apoyo institucional y la precariedad, bajo el amparo del amor al arte.

Como periférico andaluz la salud del sector literario es la que es: todavía hay que ir a los centros editoriales a aparecer como la (gran o mini) promesa andaluza. Los medios no crean profetas en su propia tierra. Pero yo estoy muy contento con el premio y con haber traspasado las fronteras invisibles de La Baja Andalucía para publicar en Barcelona. Potencial creativo hay y hubo siempre a pesar de las tiesuras, las precariedades, los tópicos y los estereotipos sobre la educación andaluza. Solo hay que revisar el catálogo de las grandes editoriales. Ahí tenemos a cientos de autores y autoras. La precariedad está asociada a la práctica de la literatura fuera del mercado que marca las pautas: novela histórica de periodista o novela de influencer con miles de seguidores. Yo confío en que existen lectores para las novelas de Bechiarelli que saben agradecer la apuesta por una narrativa diferente y metía en manteca.

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