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análisis

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Una amiga que trabaja como enfermera en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid me pide que escriba sobre las duras condiciones en las que ella y el resto de trabajadoras y trabajadores están librando una guerra total, sin descanso, hora tras hora, día tras día y cuerpo a cuerpo contra el maldito Coronavirus. Me pide por favor que escriba sobre las durísimas condiciones en las que están peleando contra reloj y hasta la extenuación para salvar el máximo de vidas. Me dice que haga especial referencia a la falta de material que tanto necesitan, este es un asunto de primer orden pues son las imprescindibles municiones para mantener a raya al enemigo. Llevan días pidiendo batas desechables, mascarillas, lejía…etc y comenta que cuando, acompañadas de su supervisora, fueron a hablar con la subdirectora de enfermería ésta les dice que lo que tienen que hacer es ponerse a trabajar o empezará a tomar medidas disciplinarias.

Tienen mascarillas quirúrgicas, pero no sirven para el tipo de trabajo que tienen que realizar. La dirección, ante la falta de las mascarillas adecuadas, han decidido cambiar el protocolo para que las usen sin más. Las enfermeras saben el peligro a que se están exponiendo y no dejan de decir lo que los jefes ya saben, que las mascarillas quirúrgicas no sirven, no las protegen cuando realizan las extracciones de sangre o cuando lavan la boca a los pacientes mientras éstos tosen y escupen sin parar. La subdirectora les dice que esas mascarillas sirven porque lo dice ella y tienen que usarlas y a callar.

Otra de las cosas que peor llevan estas profesionales con muchos años de experiencia en la sanidad pública, como es el caso de esta amiga, es que los familiares de estos enfermos, la mayoría muy graves, no saben nada de sus enfermos durante dos, tres, cinco días, incluso una semana, y de repente, reciben una llamada del hospital diciéndoles que su padre, madre, marido o esposa han muerto, y no permiten despedirse, ni acercarse siquiera. Me cuenta que hay enfermos que llegan muy graves y a los que solo les queda unas horas de vida y no permiten que se acerquen un momento los familiares para despedirse.

Son conscientes de que se hace para prevenir el contagio, pero se debería buscar algo, alguna forma, algún protocolo especial para que esos familiares pudieran acercarse un minuto para verlos por última vez y de esta manera aliviar el sufrimiento por la pérdida de un ser querido casi de un día para otro. También aliviaría mucho el sufrimiento, la angustia, la ansiedad, la incertidumbre que viven los familiares, si hubiera un teléfono donde recibieran información, aunque fuera de manera telegráfica. sobre el estado de sus enfermos y no pasar del tormento de la insoportable espera, del dolor del opresivo y atronador silencio a la llamada comunicando que su familiar ha muerto.

En este asunto de la comunicación con los familiares hace mucho hincapié mi amiga porque conoce muy bien el padecimiento que supone no tener noticia alguna del familiar enfermo. Es otro de los muchos daños colaterales de esta descomunal guerra desatada.

Mientras tanto la lucha contra el virus no cesa ni un segundo y los profesionales de la sanidad pública, cada uno desde su puesto, como soldados en el frente, y a pesar de las dificultades que ya se han indicado y otras muchas que padecen a diario, libran una batalla sin descanso hasta la victoria final, hasta la total aniquilación de este virus asesino.

Aprovechando la coyuntura, los medios de comunicación, aunque sería más acertado llamarlos de propaganda, conservadores también libran a diario su lucha particular contra el gobierno de Pedro Sánchez al que solo falta de culparle de la creación del virus con el juego de química Quimicefa que le echaron los reyes cuando tenía diez años. El repulsivo Ussía arremete en su último artículo titulado “Son ellos” contra la cacerolada contra el emérito por parte de “comunistas, peronistas y bolivarianos” mientras glorifica a los tres ejércitos “del más alto general o almirante al último soldado”.

“Oro macho en los soldados” llega a decir este fanático pregonero del odio y la mentira. Habría que decirle al señor Ussía que una mayoría de españoles quiere saber qué “negocios” tiene el rey emérito y cuanto dinero procedente de esos “negocios” ha amasado y tiene repartido en cuentas opacas en Suiza, patria querida, y otros lugares todavía desconocidos. Y eso es muy legítimo, patriotismo de verdad y no ese miserable gesto de envolverse y parapetarse en banderas. Ussía culpa de todo a la amiga Corinna, a la que llama “la de las cuatro letras” como si el emérito fuera un pobre hombre ingenuo, cándido e inocente.

Una mayoría de españoles ve el tema del emérito como una mancha, un feo lamparón en la bandera española que hay que limpiar. Y por otra parte, es verdad que los militares están haciendo muy bien el trabajo que se les encomienda, como se espera de ellos, igual que el resto de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Y nadie duda de su total implicación, de su sacrificio en muchos casos, y lo agradece y aplaude. Pero no estaría de más que hubiera dedicado una línea a los profesionales de la sanidad pública que trabajan hombro con hombro en primera línea contra la pandemia. Pero no lo hará porque personas como él jamás harán autocrítica, no saben lo que es eso, reconociendo que muchos de los problemas que está encontrando en estos duros y complicados días la sanidad pública son consecuencia de los recortes de todo tipo que sufrió durante los largos años de gobierno del PP.

Una sanidad pública que deberían haberla no solo mantenido sino mejorado como era su obligación, pero no lo han hecho, todo lo contrario, porque siempre han entendido la sanidad pública como un gasto y no como, junto con la educación, la mejor inversión pública que puede hacerse, y que todo presupuesto es poco cuando se trata de la salud de los ciudadanos, esos españoles a los que dicen querer tanto, pero solo de boquilla, porque a la hora de destinar recursos para su bienestar ya es otro cantar. Pero la sanidad pública a pesar de tantos embates, de tantos palos recibidos, y gracias a los grandes profesionales que la forman, desde los jefes de unidad hasta los celadores, también ha resistido el asedio, la presión, a la que ha sido sometida de forma sistemática. Pero a pesar de la profesionalidad y la energía con que se entrega a diario el personal sanitario, no puede compensar los recortes de años anteriores que dejaron a toda la estructura sanitaria muy tocada.

En la Comunidad de Madrid fue escandaloso el acoso y derribo a la sanidad pública por parte del gobierno de Esperanza Aguirre, que puso como consejero de sanidad a un tal Fernández Lasquetty que se dedicó en cuerpo y alma durante todo su mandato a privatizar la sanidad pública madrileña y dimitió cuando la justicia paralizó la “externalización” de seis hospitales de la Comunidad de Madrid. Sobra decir que “externalizar” es privatizar, pero se usó esa palabreja para disimular la entrega de esos hospitales a manos privadas, es decir, a empresas que como tal solo buscaban beneficio económico.

Tampoco se quedó atrás Castilla La Mancha bajo la funesta gestión de la señora De Cospedal, que se limitó a cerrar plantas de hospitales y a recortar profesionales y presupuesto, lo que para ella y su equipo eran gastos y solo gastos. Una gestión desastrosa que de forma vergonzosa ahorró dinero a costa de la sanidad pública, donde nunca debió ahorrar, para favorecer a sus amigos que no dejaban de jalearla para que favoreciera al sector privado, el que anda como loco desde hace muchos años detrás del suculento negocio de la sanidad privada, que quiere convertir a los pacientes en clientes que se dejen convenientemente los cuartos en la caja.

Como si fueran al supermercado: “aproveche la oferta de operarse de la vesícula o de los juanetes con un veinticinco por ciento de descuento, últimos días”. De aquellos polvos vienen estos lodos.

La señora De Cospedal, como tantos de su cuerda, fueron fuertes con el débil y débiles con el fuerte, arrebataron todo tipo de ayudas a los más necesitados porque es lo más fácil para recortar el déficit, para cuadrar las cuentas. Los débiles no muerden porque no tienen dientes ni te llaman a tu teléfono privado porque no saben el número, en cambio los poderosos tienen grandes colmillos y te pueden llamar a cualquier hora y hacerte una oferta que no podrás rechazar. Además conviene muy mucho tenerles como amigos, de esa manera, cuando dejes la política ese amigo o amigos te devolverán el favor. Sin embargo los pobres, ésos que siempre están pidiendo, que parece que les ha hecho la boca un fraile, en el peor de los casos solo dan un poco de ruido, de molestia, y después se van a su casa. Igual vuelven a casa calientes con las costillas medidas a porrazos, que para eso se hizo la infame “ley mordaza”.

No hace falta decir que políticos como la Cospedal, ahora fuera de la política porque ya no la necesita, sobran y siempre han sobrado, lo que falta y faltará siempre son políticos que defiendan lo público, que se comprometan a mantenerlo y mejorarlo para ofrecer el mejor servicio a la ciudadanía. Ahora estamos viendo lo necesario, lo fundamental que es tener una sanidad pública potente para hacer frente a esta terrible crisis que en estos días nos tiene contra las cuerdas.

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