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¡Cuidar la tierra!

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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La digitalización del mundo que equivale a una peculiaridad total, hace que la tierra desaparezca, recubrimos la tierra con nuestra retina y al hacerlo nos volvemos ciegos para lo distinto. Digital significa numérico: lo numérico desmitifica al mundo y lo aleja de su encanto. Lo numérico le arrebata todo misterio, toda extrañeza. El dato lo vuelve todo comparable y por la misma razón igualable. Por eso es necesario devolver dulzura al mundo. Redescubriendo la tierra; devolviéndole la dignidad de lo misterioso y lo bello, deberíamos aprender de nuevo a asombrarnos de la tierra.

Hemos perdido el hábito del silencio y el de callarnos: la tierra, el campo, es un lugar de silencio;  en el campo se crea silencio. La digitalización aumenta el ruido de la comunicación, no solo acaba con el silencio, sino también con lo táctil, con lo material, con los aromas, con los colores. La palabra humano proviene de humus, tierra. La tierra en nuestro espacio de resonancia y cuando abandonamos la tierra nos abandona la alegría.

Cuando se trata a la tierra como una fuente de recursos para explotar, ya se la destruye. A veces al acariciar con asombro la tierra percibimos que cada brote que surge es un milagro, por eso es necesaria una consciencia planetaria. Hemos perdido toda sensibilidad con la tierra, ya no sabemos qué cosa es. Tratarla con cuidado significa devolverle su esencia. El campo es rico en sensibilidad y materialidad, contiene mucho más mundo que una pantalla. Trabajando en el campo podemos percibir el tiempo de manera distinta, transcurre mucho más lento. El tiempo se dilata y parece que falta una infinitud para que llegue la próxima primavera.

Pero en primavera la tierra despierta una nueva vida, de la  protuberancia muerta vuelve a brotar un fresco verde. Sería razonable preguntar,  por qué a los humanos no nos es dado tan asombroso milagro. Nosotros envejecemos y morimos. El hombre no tiene primavera, no despierta de nuevo, se marchita y se pudre. Estamos condenados a ese destino triste e insoportable: en eso envidio a las plantas, que siempre rejuvenecen, que siempre vuelven a comenzar.

Porque tenemos que  debilitarnos cada vez más. Envejecer incesantemente sin posibilidad de regresar. Acaso la mortalidad sea el amargo precio que haya que pagar por habernos liberado de la tierra, por poder movernos libremente, por ser autónomos. Según eso, la libertad consistiría en la mortalidad.

Las plantas y los animales son lo que nosotros fuimos, son lo que hemos de volver a ser. Fuimos naturaleza como ellos y nuestra cultura debe llevarnos de vuelta a la naturaleza. Llega el otoño y reina  una gran desesperanza, pero cuando todo está consagrado a la decadencia de pronto surge del suelo tapizado de hojas otoñales una gran flor y esa flor sume a todo el jardín en un curioso estado de ánimo, cuando la vida comienza a declinar surge una nueva vida, se trata de una flor que no se somete al tiempo.

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