Participé el martes pasado en un acto de Unidos Podemos en el que algunas mujeres íbamos a hablar de cosas de mujeres. Naderías, ya sabes: Violencia, acoso, asesinato, sometimiento, esclavitud —en nuestra época y nuestras calles, esclavitud, sí—, discriminación, miseria y, de paso, algunas formas de enfrentar ese tipo de bobaditas.

Pasé un par de ratos pensando cómo enfocar mi actuación, que debía tratar “el machismo en los medios de comunicación”. La primera intervención que pergeñé estaba llena de cifras. La ventaja de las cifras, entre nosotras, es que no solo resultan demoledoras, sino que responden a ese tan bonito como bobo empeño actual en defender lo que llaman “periodismo de datos”. No hubo manera, no me calentaba. Regla número cero: Una intervención pública debe calentarte.

Después, en este orden, pensé en hablar de: Despidos de mujeres frente a despidos de hombres; sexo de los sujetos en las noticias; sexo de las personas que aparecen en las fotos de los periódicos; sexo de los propietarios y directivos de los medios de comunicación; e incluso el papel de la madre (snif) en las películas de Disney y Pixar.

Por fin recordé que yo también soy periodista —¡cuánto tiempo ha pasado!—. Así que me dije: Fallarás, cuenta lo que te ha sucedido. La ventaja de contar lo que te ha sucedido es que, al contrario de lo que pasa con el “periodismo de datos”, no sólo no aburre, sino que permite al auditorio conocer la verdadera y única fuente de lo narrado. En este caso, yo.

Y lo conté.

Conté cómo la primera vez que entré en la gran redacción de un gran diario, un jefe de sección me tocó el culo. Conté cómo un político me envió un sms y, al abrirlo, allí estaba la foto de su pene. Conté cuántas veces he cobrado menos que un tipo que hacía el mismo trabajo que yo, o menor. Conté cuántas veces a la semana me llaman puta, malfollada o loca. Conté lo que una siente cuando la despiden embarazada. Solo tenía cinco minutos, pero lo conté todo, como un vómito, como se cuentan las cosas que, al final, ya no te rozan de la misma forma que al principio. Ah, los años, qué bien sienta el paso del tiempo.

Luego le tocó el turno de nuevo a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Y entonces contó que un día, en una reunión de gentes de lo judicial, un par de tipejos se le acercaron etc (aquí se narra: eldiario.es).

Y el acto siguió adelante como siguen estas cosas, con júbilo, pero yo no dejé ya de darle vueltas a una idea: Las mujeres nos empeñamos mucho en ponerle nombre a las cosas que nos suceden, y está muy bien, nos pasamos el tiempo teorizando sobre cómo nombrar y clasificar “acoso”, “maltrato”, “brecha salarial”, etc, y está muy bien.

Sin embargo…

Sin embargo, de repente me di cuenta, en ese acto en el que una alcaldesa confesó su humillación, en el que narré las cositas esas “de las chicas” que me han sucedido a mí, me di cuenta de que bastaría con que cada una de nosotras contara lo que le ha pasado y le pasa. Así de simple. Si cada una de las mujeres que conozco se sentara y narrara ESO que le ha pasado alguna vez, ESO que le pasa, que le sigue pasando, todo cambiaría.

Que lo contara. ¿A quién? A las personas que tiene alrededor. ¿Cómo? Sin miedo, como se cuenta aquello que consideramos injusto, como se comenta en familia el horror de algunas noticias del telediario. ¿Cuándo? Habitualmente. ¿Dónde? En casa, en los bares, en el lugar de trabajo, en el bus, qué más da.

Sé que parece una propuesta marciana. Y que va dirigida solo a las mujeres, sí, pero quiero dejar claro que a TODAS las mujeres: CUENTA LO QUE TE HA PASADO. En público o a tu gente, seas alcaldesa o pescadera, temblando o sonriendo: CUÉNTALO.

4 COMENTARIOS

  1. Opino que esas cosas las perpetran tiparracos que seguramente se comportan zafiamente en TODAS las facetas de su vida porque son impresentables y punto, en ese aspecto como mujer me siento una damnificada más de dichos personajes…

  2. No solo a vosotras os pasan injusticias todas las personas deberían hacer lo mismo con las suyas, incluso si no somos mujeres, a mi me suspendían catedráticos para decirme que me aprobaban con un trabajo a sabiendas de mi inteligencia y mi forma de pensar propia para plagiarme y luego decirme que me merecía sobresaliente, pero que eso era sólo para su enchufados. Y como quería acabar al carrera, todas esas humillaciones te las tienes que tragar. A una compañera le pidieron sexo a cambio de un sobresaliente (el notable ya lo tenía) se negó, y nos lo contó, y el solicitante era un reputado escribiente en prensa muy feminista, otras nos hacían esperar en las revisiones aunque supongo por vergüenza no lo contaban. Y de esto ya hace 30 años, en fin que los poderosos, sean hombres o mujeres, comunistas o feministas públicamente a veces abusan, y es un fastidio, (sin discrimianr por género) y debería no sólo contarse sino denunciarse, caso a caso, más aún ahora con la facilidad que los móviles dan para tomar al menos la precaución de grabar esos encuentros con poderosos que sabes por referencias abusones.

    Imagina a aquellos fiscales grabados, expuestos, y reprendidos por sus parejas, o incluso si hubiese justicia suspendidos de empleo y sueldo por una buena temporada «que pique». O a tu jefe dando explicaciones a su pareja y a la junta directiva de la cadena (sabiéndolo sus parejas, que casi todo serán hombres) etc.

  3. Nunca dejéis de contar esas ‘anécdotas’,nunca.Cuándo no se saben se alega desconocimiento,pero sabiendo se pueden (se deben) tomar medidas.Un Hombre (no un macho) que os quiere Libres y en Iguadad.

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