Nada. Nico Rosberg no pagaría nada para que se muriera Lewis Hamilton. Muchísimo menos aún para que alguien le rompiese las patas o le secuestrase como si fuese una novia de la Momia Ecclestone. Porque Nico es un caballero. Pero quizá no todos los que le rodean o admiran o simplemente apuestan por él son tan caballeros. Me atrevo a pensar -soy un personaje de ficción y estas palabras son literatura- que Luisito Hamilton, amuletero y supersticioso, quizá si se rascase el bolsillo que tan lleno tiene si la situación fuese inversa, si su título mundial dependiese de neutralizar a su compañero.

Es algo relativamente normal. En las novelas que protagonizo, aunque no tanto en las que firmo. Es relativamente normal en el mundo de la ficción. Y decían tanto Agatha como Patricia (Christie y Highsmith) que las personas más inofensivas del universo son los escritores que matan en la ficción a sus enemigos: así se quedan tranquilos, se evapora su rabia y cabreo.

Pero también es cierto que sucede realmente. No voy a asustar al ocasional lector de estas palabras explicándole lo baratísimo que es librarse en Mad Madrid de alguien odiado o tan solo modesto; una cantidad que cualquier burgués u obrero o clasemedio puede permitirse.

Estaba viendo el divertido gepé de Bélgica del año dos cero uno seis cuando se me acercó el africano, el negro marabú, capaz de poder y magias inconcebibles para los pobres blanquitos simplones que cada vez lo fían más todo a la ciencia y el dinero.

-Soy amigo de Babacar.

Pues mira qué bien.

-No tengo ni idea de quien es Babacar.

-Babacar dice toi toujours mirar coches coorriendo.

A quien miré fue a él. Me cabrea levemente quien habla mi idioma como si estuviese doblando a Tarzán en una de sus películas.

-Tú periodista -insistió el amigo de Babacar.

Asentí.

-Tu poder transmitir mensajes a piloto coche que necesita su rival neutro.

Dijo neutro, no muerto. Aún así negué con la cabeza. No me fío ni de mi abuela cuando viene a verme desde ultratumba, toda envuelta en llamas, por supuesto.

-No puedo, no conozco, no amigo mío. Sólo ver a través televisor.

Al final yo también hablando como si estuviese doblando a Tarzán. Cuando llegase a casa me daría una colleja a mí mismo.

El marabú, el brujo africano, me miró desde arriba, era muy alto. Sus ojos oscuros incluso en la parte blanca (¿estaría en trance o enfermo?).

-Yo poder hacerlo.

-Pues allá tú, pero conmigo no me cuentes para esas chorradas. Soy un blanquito y sólo creo en la ciencia y el dinero. (Y en mi Dios cuando estoy muy flojón y tengo demasiado miedo).

Se alejó de mí. Pensé en Rosberg, en Hamilton. En los dos campeonatos que a Alonso se le fueron de las manos como si alguien estuviesen realizando un hechizo para robarle la fortuna. Tonterías, claro.

Pero el estilizado individuo, era un woolof me dijeron luego, se me apareció de nuevo durante la noche en el sueño. Y esta mañana me he despertado mucho más pronto de lo habitual. Absurdamente inquieto.

Otro burbon, por favor.

 

Tigre tigre.

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