Es frecuente, sobre todo cuando pretendemos huir de la realidad y mirar para otro lado, sacudiéndonos la responsabilidad y traicionando la conciencia, suele ocurrir, digo, que interpretemos mal o sesgadamente los signos que establecen qué es lo que pasa y quién hace que suceda. Es como si intentásemos negar la evidencia en la creencia equivocada de que maquillando la verdad lográsemos esa falsa apariencia que le da carta de naturaleza a la trampa, que certifica el engaño, convirtiendo en real el espejismo. Recurrimos entonces al pasado para procurar dar explicación a nuestros propios errores, pretendiendo endosar a la historia, a la fatalidad o al destino lo que no es sino propia cobardía e incoherencia.

No resulta extraño entonces que esas culpas ajenas nos torturen y nos cieguen, ya que no nos pueden sorprender, deformando la perspectiva desde la que aspiramos a analizar y justificar los hechos que asumimos como propios.

La capacidad de discernir y razonar, el pensamiento crítico queda reducido a un mecanismo de defensa para justificar lo injustificable.

No seré yo quien niegue a estas alturas que en el pasado están las causas, el origen de todas nuestras tribulaciones, la renuncia a lo que un día aspiramos ser y a la sociedad que anhelamos construir edificando nuestro bienestar sobre unas ideas y unos principios basados en la ética y los principios democráticos, en la libertad y la razón, en la certeza y la determinación irrenunciable de quien está convencido que desde la dignidad otro mundo es posible.

Nos hemos dado cuenta muy tarde de que en este paraíso se vive muy mal y que la confianza que un día depositamos en la política, como herramienta válida de transformación y superación de conflictos y obstáculos, ha traicionado su vocación pública poniéndose al servicio de un poder corrupto, de dictadores privados omnipotentes y omnipresentes, decadente, que se devora a sí mismo porque se alimenta de sus propias miserias y ambiciones, de una codicia sin límites a la que no hemos sabido poner freno.

Y si es en el pasado donde debemos buscar las causas de esta ignominia, las razones de esta sinrazón, debemos saber que los que hoy son culpables por acción u omisión insistirán siempre en la inutilidad de volver la vista atrás, en la pequeñez de ese análisis retrospectivo. Y esto es así porque todos ellos niegan su responsabilidad y se resisten a asumir la parte alícuota de la culpa.

Persiguen una existencia sin culpables y cuando se dan cuenta de la inutilidad de sus pretensiones recurren al pasado para explicar lo que resulta evidente y, entonces, vuelven a ser lo que siempre fueron. En tiempos de crisis de valores, económica o de conciencias el poder no puede ser mediocre ni calculador ni mucho menos incoherente porque en la falta de coherencia radica la desconfianza y el desinterés. La defensa de lo público no se ve mermada por la desesperación, que es el caldo de cultivo donde puede acabar germinando la violencia, tampoco en la insumisión o la desobediencia, que anuncian el estallido social.

No se puede objetar nada contra quien lo ha perdido todo, el pueblo, y si en esas circunstancia se proyecta una imagen distorsionada se trata de una visión posible que entra dentro de lo razonable. Si es preciso lanzar un desafío no debe ser nunca contra el pueblo, que asume en esta coyuntura el papel de víctima propiciatoria, sino hacia el futuro, que nos reta a superarnos mediante la inventiva y la capacidad de innovar, compromiso, ética y dignidad, ante el inmovilismo de crear y de desarrollarnos. En la desigualdad, de todo tipo, solo anida el revanchismo, la venganza, el odio, el miedo, la rabia y todas las formas de la estupidez humana. Hasta en la cultura, siempre los mismos… Ahora incluso Vargas Llosa simboliza y ocupa su espacio en la revolución de una cultura progresista. De la política y la economía, el Ibex35 poniendo y quitando Gobiernos… Tirititeros en manos de trileros.

Madrid se esta convirtiendo en un gran rastro de la dignidad, todo se compra y todo se vende, vertedero de la ética desnuda, desamparada, vendida y comprada.

 

“Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena, / rompeolas de todas las Españas!”

(Antonio Machado)

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