A principios de esta semana, celebramos un homenaje a Pedro Casaldáliga en la iglesia de San Antón. Gracias a la iniciativa de la editorial +Claret y de la ONG Tierra Sin Males junto a Mensajeros de la Paz, presentamos un libro que acompaña sus versos de imágenes preciosas, en blanco y negro, del fotógrafo Joan Guerrero.

Los poetas hablaron de poesía. De la poesía de Casaldáliga. Pero yo siempre he tendido a los hechos, más que a las letras. Por eso quise recordar que admiro a Casaldáliga porque puso y continúa poniendo su vida (no sólo su poética) al servicio de los pobres.

Ni el Príncipe de Asturias ni el Párkinson le trajeron de vuelta a España. Misionero catalán en Brasil, desde que llegó al Matto Grosso y a Sao Félix do Araguaia, nunca se movió de su lado. Del lado de los pobres. Se quedó, por esa decisión, sin el Premio a la Concordia, ya que recogerlo personalmente es un requisito para que te lo concedan. La enfermedad, sin embargo, no le ha dejado de acompañar. Pero eso no importa. “Por mi pueblo en lucha vivo, por mi pueblo en marcha voy”. Sus versos lo expresan rotundamente: el Araguaia es su casa, los pobres sus compañeros, la enfermedad también su hermana.

Casaldáliga es un ejemplo de que el sufrimiento se combate con amor. Perseguido a muerte por defender a los marginados, desde joven el llamado “obispo de los pobres” fue un mensajero de la paz. Proclamó con actos que este mundo podía ser la tierra sin males. Y se hizo necesario para el pueblo, porque en todas las épocas hacen falta profetas de una humanidad tan honda como la de Pedro.

Yo siempre digo que, aunque no he podido coincidir con él tantas veces como con Vicente Ferrer, a Pedro le quiero tanto como a ese otro catalán universal de la solidaridad. Porque, cuando el otro se muestra tan humano, uno siente que le puede acariciar, querer, como a cualquier amigo. Cuando ves a alguien que es considerado por miles de personas un santo, y ves que llega en camisa… te das cuenta de que la santidad es ser bueno y ya está. Servir para algo bueno a los demás. Y, después, ponerte la camisa de siempre. La misma que tiene el que trabaja pescando. La que lavan en el Araguaia las mujeres cuando hacen “la colada indiscreta” de los pobres.

Los pobres han sido quienes han hecho especial a Casaldáliga. Ni ser cura, ni ser obispo, ni extranjero, ni puede siquiera que ser poeta haya sido su seña de identidad en aquellas tierras americanas. Buscar en los pobres el sentido de su propia vida. Encontrarlo y entregarse, asumiendo los riesgos: la salud, la muerte, la periferia, la lejanía, y el sufrimiento del otro demasiado cerca siempre.

Por eso Casaldáliga se confiesa, y hasta pide disculpas. Conoce por quiénes ha sido su opción: “Si no he sabido hallarte siempre en todos / Nunca dejé de amarte en los más pobres”.

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