Cuando sea mayor

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mujer, dependencia
Exigen unos Presupuestos Generales para 2023 que garanticen la calidad de la atención a la Dependencia

Hoy, diecinueve de febrero de 1942, cumplo doce años. Somos nueve hermanos: ocho varones y una hembra. Hace dos meses ocurrió el bombardeo japonés sobre la base aeronaval de Pearl Harbour, en Hawaii.

Cuando yo era más pequeño, mi padre, maestro de escuela elemental, impartía enseñanza en Sierra Baja, barrio rural del municipio de Guayanilla, Puerto Rico, en la falda sur de la cordillera central. Sus treinta alumnos tenían edades entre los seis y dieciocho años, todos metidos en el mismo salón. Era un enseñante modelo, reconocido por el departamento de educación de la isla.

En mil novecientos veintiuno se casó con su más distinguida alumna quien tenía diez y siete años; él le llevaba siete.

Hemos vivido en distintos barrios rurales del municipio de Guayanilla: primero en Sierra Baja, en la falda sur de la Cordillera Central, luego unos tres o cuatro kilómetros más al sur y después en la zona urbana. Nos hemos mudado a menudo, según iba avanzando en sus estudios, nuestro hermano mayor, Felo, quien quería ser ingeniero. Esa carrera sólo se puede hacer en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Puerto Rico, situada en el campus de Mayagüez, en la costa oeste de la isla.

Cuando tenía diez años, nos fuimos a Yauco, municipio donde se cosecha el mejor café del mundo, proveedor del Rey de España, de SS el Papa, el presidente de Estados Unidos y otras personalidades internacionales. Esa ciudad es la sede de la escuela superior, previa a los estudios universitarios. Ahora estamos en Mayagüez, donde Felo se ha matriculado en ingeniería.

Papá es un esclavo de su trabajo, magisterio, con un sueldo miserable.

En Mayagüez, mi madre ha sufrido paludismo o malaria varias veces, unas con las fiebres tercianas y otras con las cuartanas. También ha sufrido varios panadizos que el doctor Quiles le ha curado. Me ha impresionado el trabajo de este médico. Aquí, en la casa donde vivimos, él ha sajado el último absceso, lo drenó y ha dejado una sonda; finalmente ha suturado la herida y la cubrió con gasas y un vendaje. Ha dejado una receta para unas inyecciones de un medicamento nuevo y maravilloso llamado penicilina. Su enfermera vendrá mañana.

No me gusta ver sufrir a mi madre. No me gusta que la gente sufra por enfermedad.

Quiero ser médico cuando sea mayor.

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