En una sociedad moderna conviven la ciencia y la pseudociencia. Siempre es bueno ayudar al ciudadano a formarse opinión. El plan estrella del Ministerio de Sanidad para la evaluación con criterios científicos, de las pseudoterapias, (homeopatía acupuntura etc.) va en esta dirección, la de hacer ciudadanos informados y responsables.
En la búsqueda del bienestar, la gente prueba distintos sistemas de creencias para ver si le sirven. Y, si estamos muy desesperados, todos llegamos a estar de lo más dispuestos a abandonar la medicina reglada. La pseudociencia colma necesidades emocionales poderosas que no deberíamos subestimar. Es bueno aclarar qué hay de falso en las pseudoterapias y tener en cuenta que como pseudociencia es más fácil de inventar que la ciencia porque los niveles de argumentación, lo que pasa por pruebas, son mucho más relajados.
Dicho eso, el problema no está tanto en las pseudoterapias, pienso, y sí en los productos que se venden en las parafarmacias. Piénsese en la importancia para la salud y el brutal negocio que representan las parafarmacias. Es una manera blanca, podríamos decir, del negocio de la droga. Poner en relieve la importancia para la salud de las parafarmacias, porque claro, lo que caracteriza a las parafarmacias es que no se necesita recetas. Funcionan, debido a ello, sin control médico y hay como una especie de envoltorio ficticio, careciendo algunos productos, del correspondiente informe de composición.
Dejando de lado otras consideraciones, las razones del éxito de la ciencia es que tiene un mecanismo incorporado que corrige los errores en su propio seno. Cada vez que la ciencia ejerce la autocrítica, cada vez que se comprueba las ideas a la luz del mundo exterior, se hace ciencia. Cuando se es autoindulgente y acrítico, cuando se confunde la esperanza con los hechos, caemos en la pseudociencia y en la superstición.
Uno de los grandes mandamientos de la ciencia que debería recordar el Ministerio es: “Desconfía de los argumentos que proceden de la autoridad.” (Desde luego, los científicos, siendo primates y dados por tanto a las jerarquías de dominación, no siempre siguen este mandamiento.) Demasiados argumentos de este tipo han resultado ser dolorosamente erróneos. Las autoridades deben demostrar sus opiniones como todos los demás.
Se debe decir algo más de las ciencias y de las pseudociencias: que no hay conocimiento neutro. No hay justicia social sin justicia cognitiva. No puede haber justicia social si un grupo tiene el conocimiento riguroso y el otro nada. El conocimiento se obtiene por una multiplicidad de perspectivas en vez de la aplicación determinada de una ideología preferida.
Un ejemplo ilustrará los peligros de reemplazar un tipo de conocimiento por otro basado en jerarquías abstractas. En la década de los sesenta, los sistemas de irrigación de los campos de arroz de Bali, de mil años de antigüedad, fueron reemplazados por sistemas científicos de irrigación promovidos por los partidarios de la Revolución Verde. Los sistemas de irrigación tradicionales estaban basados en conocimientos ancestrales y religiosos, y fueron utilizados por los sacerdotes de un templo hindú-budista dedicado a Dewi Danu, la divinidad del lago. Estos sistemas fueron reemplazados precisamente porque se consideraban basados en la magia y la superstición, el «culto del arroz», como fueron despectivamente llamados. Sucedió que su reemplazo tuvo resultados desastrosos en los campos de arroz, las cosechas declinaron más de un 50%; fueron tan terriblemente malos, que los sistemas científicos de irrigación tuvieron que ser abandonados para restablecer el sistema tradicional.
