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Cuando la norma es el árbitro

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Podemos aceptar que el Derecho es un objeto transparente, apto para ser conocido y que el objetivo del conocimiento jurídico consiste en la identificación de los deberes y derechos de los ciudadanos conforme a las pautas que integran el Derecho.

Una vez dicho esto, es necesario decir que hay en el derecho reglas que guían el comportamiento y hay procedimientos para discernir si alguien se ha comportado de acuerdo con las reglas o no. Además, cualquier sistema de reglas dispone de procedimientos y autoridades para establecer cuándo las reglas han sido vulneradas.

Un ejemplo, conocido por todos, que nos puede orientar de como el derecho, la norma, está supeditada muy a menudo al árbitro es el gol que Maradona marcó con la mano y no con la cabeza. Dado que el árbitro del encuentro de México 1986 señaló la jugada de Maradona como gol y el tanto subió al marcador es fácil ver que, con arreglo a las reglas del fútbol, la jugada de Maradona no era un gol válido. Ahora bien, el fútbol también dispone de otras reglas, de carácter procedimental, que establecen que las decisiones del árbitro sobre la validez de las jugadas es definitiva y de obligado cumplimiento.

Tal vez podamos decir que hay dos nociones de gol válido en fútbol: según la primera, es un gol válido aquel conseguido sin vulnerar ninguna de las reglas del fútbol que regulan el juego; según la segunda, es un gol válido aquella jugada que señala el árbitro como tal y sube al marcador.

Podemos ver en el ejemplo que existen dos concepciones o dos doctrinas del Derecho de cómo afrontar las equivocaciones, si las hay, de los jueces. La primera los jueces pueden equivocarse y tiene sentido disentir antes de que decidan acerca de si alguien tiene o no determinado derecho. Un juez puede sentenciar que una persona cometió un determinado comportamiento, el de actuar con violencia, y en cambio no haber sucedido de dicho modo. Pero aún cuando se equivoquen, las decisiones finales de los jueces y Tribunales son obligatorias.

Si por el contrario aceptamos como verdadera la tesis según la cual los derechos y deberes de los ciudadanos los adjudican al final los jueces y los tribunales, entonces los jueces no pueden equivocarse puesto que el “Derecho es lo que los jueces dicen que es” y por lo tanto no habría espacio para las discrepancias en el derecho. Serían discrepancias o bien fingidas, hipócritas, o bien fruto de una concepción equivocada de las cosas.

La conclusión tiene un cierto aire absurdo: los jueces pueden equivocarse, pero también han de ser obedecidos, con arreglo al derecho, cuando se equivocan. El gol sube al marcador, y el árbitro es la norma.

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