Cuando Gamarra terminó, Feijóo seguía allí, y hasta Casado también

Una derecha inmovilista sin el más mínimo gesto conciliador y una ultraderecha desbocada alabando “la cruz más grande del mundo” niegan la mayor y ponen el foco en el presidente del Gobierno como el único causante de todos los males que aquejan al país

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El suflé se desinfla
El suflé se desinfla. Foto: Agustín Millán

Cuando terminó su intervención de media hora, incluido el minuto de silencio inicial en memoria de Miguel Ángel Blanco que Cuca Gamarra se sacó de la manga pese al reglamento del Congreso de los Diputados que le recordó la presidenta de la Cámara, la portavoz del Grupo Parlamentario Popular hablaba con tal soltura y autonomía que por momentos parecía Pablo Casado y a ratos el propio Alberto Núñez Feijóo. Finalizó Gamarra su cara a cara con el presidente Pedro Sánchez, y el nuevo líder del PP seguía allí, en el escaño de ella, impertérrito, en silencio sepulcral, con gesto hierático, sentado en el sillón de Gamarra, que hasta no hace mucho era el mismo que ocupaba Pablo Casado. Porque el tiempo en el Partido Popular parece que discurre como en los relojes de Dalí, por meandros interminables que llevan al mismo lugar de partida en un bucle infinito de eterno retorno. “Superan en infundios a Casado”, espetó a modo de resumen en su turno de réplica el presidente del Gobierno a la portavoz popular. “Es la oposición que más miente de toda Europa”, apuntilló el presidente. Nunca sabremos si se lo decía a Casado, a Gamarra o al impertérrito Feijóo, que después de todo siempre parecía que seguía allí, aunque nunca lo ha estado hasta este martes mismo por primera vez.

Cuando habla Gamarra sobre el presidente del Gobierno, da lo mismo que esté sentado a su lado Casado o Núñez Feijóo. A los dos los sabe aplaudir a rabiar con la misma intensidad en un intervalo de tiempo de apenas de 24 horas. A los dos les ofrece, como fiel sacerdotisa a su entregados dioses, como aplicada portavoz parlamentaria, un discurso cerril, rocoso, inamovible, con un único culpable, ajusticiado y todo, sin sentencia; responsable único e inequívoco de todos los desastres habidos y por haber de este país, que no puede ser otro que el propio Pedro Sánchez, generador de pandemias, volcanes, guerras… del apocalipsis o poco menos.

A Sánchez le ha bastado mencionar a Alfredo Pérez Rubalcaba para acallar cualquier cualquier grito aislado de reprobación desde la bancada popular. Silencio absoluto y respeto. El mismo que brilla por su ausencia cuando se recurre al fantasma de ETA por un puñado de votos

En un momento desbocado de su discurso, Gamarra se llevó las manos a la cabeza (en sentido figurado) y se quejó de la falta de médicos en España y se atrevió a ofrecerle “alternativas” al Gobierno de Sánchez para solventar este déficit. No concretó si se refiere a los centros de atención primaria sin médicos que ha implantado sin rubor alguno el gobierno madrileño de Isabel Díaz Ayuso. “Merecemos una oposición diferente”, rogó Sánchez.

Incluso en el tema del terrorismo de la desaparecida banda ETA, tan recurrentemente traído, una década después de su derrota definitiva, bajo la luz de los focos por la portavoz popular al cumplirse el 25 aniversario del asesinato del concejal del PP en Ermua, la bancada popular parece seguir utilizando una terminología del siglo pasado, el veinte, no el diecinueve, mientras buena parte del hemiciclo, que siente y profesa el mismo dolor, recuerdo y memoria por todas las víctimas de todos los tipos de violencia, ya sabe mirar al futuro con la misma ilusión que con el respeto que evidencian hacia el pasado. Y a Sánchez le ha bastado mencionar al fallecido dirigente socialista Alfredo Pérez Rubalcaba y recordar unas palabras suyas para acallar cualquier rumor, cualquier grito aislado de reprobación desde la bancada popular. Silencio absoluto y respeto. El mismo que brilla por su ausencia cuando se recurre al fantasma de ETA por un puñado de votos.

El líder de la ultraderecha tuvo su momento preconstitucional alabando “la cruz más grande del mundo” y la figura de Calvo Sotelo, asesinado días antes del golpe de estado de 1936. Foto: Agustín Millán.

Llegó el turno del líder de la ultraderecha –tercera fuerza política del parlamento español, no lo olvidemos– y el dinosaurio se hizo carne, mucha carne, tanta como para una comilona indigesta. Santiago Abascal partió de una frase hecha venida que ni al pelo para articular un discurso negacionista por partida triple: “Ni debate ni estado ni nación”. A partir de ahí, una cascada de reproches interminables hacia Sánchez, en su habitual tono de fin de todos los tiempos, como protagonista absoluto de un mal tras otro mal aún peor, con uno de ellos por encima del resto que no cogió por sorpresa a nadie: el supuesto afán desbocado del presidente socialista de “romper España”. Ya sea con un gobierno de coalición con comunistas, con los pactos de Estado rubricados con Bildu, “herederos de ETA”, o con los “independentistas” de ERC. Y así hasta recordar el asesinato del político monárquico José Calvo Sotelo, ministro del dictador Miguel Primo de Rivera, días antes del golpe de estado que dio manu militari su añorado Francisco Franco aquel 18 de julio de 1936.

“La cruz más alta del mundo”

En un tono monocorde que, lejos de los altibajos gritones de tiempos pretéritos, ahora asemeja el siseo de una moscardón canicular, Abascal tiró por elevación con promesas rimbombantes: “Destruiremos todo lo que construyan y levantaremos todo lo que derriben”, “lo vamos a derogar todo”, “no nos temblará el pulso”. Se viene por momentos tan arriba el líder ultraderechista que incluso pide al respetable de la Cámara baja que aplauda que los españoles tengan en el valle de Cuelgamuros “la cruz más alta del mundo”, omitiendo todo lo demás de aquel ominoso entorno donde ya no descansan afortunadamente los restos del sátrapa que mandó construirla con el sudor, la sangre y la vida de miles de presos políticos republicanos, muchos de los cuales allí reposan en una inmensa fosa común.

No tuvo que esmerarse mucho el presidente en articular la réplica, le tiene cogido el punto al líder ultraderechista, más que el sastre que le toma las medidas, y con pocas sentencias lo sitúa en el altar que merece un discurso homófobo, machista, xenófobo, clasista y hasta preconstitucional. “¿De qué museo salen ustedes?”, “hay que devolverles al armario de la historia”.

Y mientras tanto, Feijóo seguía allí, donde debía estar Gamarra, o incluso algún día no muy lejano estuvo el propio Casado. ¿Recuerdan?

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