El universal microrrelato de Monterroso se adapta a todo con naturalidad, frescura y nuevas perspectivas. Es lo que tiene la genialidad de la literatura. Cuando se amolda a la política adquiere una dimensión insospechada y poética a prueba de bomba. Ese memorable dinosaurio imperecedero siempre seguirá ahí, se mire como se mire la cosa. También el soñador que despierta y lo observa es maleable y se viste con el traje adecuado a conveniencia de este u otro protagonista. Veleta, dirán algunos. En definitiva, el cuento multiplica las moralejas según la plantilla que pongamos a izquierda o derecha. Pero la única verdad es que aquel dinosaurio ha engordado libre de forma asombrosa sin saber a día de hoy si ha sido por su voracidad carnívora o por su capacidad de fagocitar todo tipo de comida basura.

Una de esas moralejas, el “hasta aquí hemos llegado” de Pablo Casado al ultraderechista Santiago Abascal, dormirá en Madrid el sueño de los justos y se recicla en un “ya que hemos llegado hasta aquí, vamos a seguir cogidos de la mano derecha, que no nos va tan mal”. Génova 13 tiene razones más que sobradas para despedirse definitivamente a lo grande desde ese balcón a prueba de saltos y discos duros destrozados a martillazos, aunque el lugar central del mismo lo ocupa con toda la libertad del mundo una candidata que hasta el último momento ha hecho de la provocación, el chascarrillo y el populismo más castizo su razón de ser. Y le ha ido de maravilla por méritos propios y, sobre todo, por incomparecencia de los contrincantes. Casado, mientras tanto, no tiene más que apretar la sonrisa forzada y sumarse al carro. A ver a dónde llega.

Madrid ha hablado alto y claro: quiere populismo a la madrileña, quiere libertad entre cañas de cerveza, quiere turismo de jóvenes franceses deseosos de atrincherarse en pisos franco turísticos, quiere hospitales saturados de enfermos de covid

Cuando el río baja revuelto desde inicios de 2020 por la llegada de una pandemia mundial, el trumpismo a la madrileña ha sacado un rédito inconmensurable ahora que precisamente el magnate estadounidense aún hace balance desde su mansión de Miami del asalto al Capitolio protagonizado por sus huestes encornadas, o su hermano brasileño del resfriadiño no sabe, ni parece querer, cómo frenar la sangría de fallecidos por el virus.

Madrid ha hablado alto y claro: quiere populismo a la madrileña, quiere libertad entre cañas de cerveza, quiere turismo de jóvenes franceses deseosos de atrincherarse en pisos franco turísticos, quiere hospitales saturados de enfermos de covid, quiere más desigualdad social, le resbala ver colas del hambre, quiere menos impuestos para los que más tienen, quiere hacer de la comunicación telegráfica de Twitter –como su alma máter Donald– su medio de expresión en pleno boom de las fake news y sobre todo quiere hacer del vacío más absoluto una propuesta de gobierno enarbolando la palabra “libertad”, de la que se ha apropiado indecentemente mientras enfrente miran boquiabiertos y con los brazos desplomados e inanes.

Todo esto endosa al líder del PP, Pablo Casado, un ser o no ser hamletiano para sus planes de asalto a La Moncloa. ¿Quién quiere ser Casado realmente? ¿el que queda reducido a la mínima expresión en los comicios vascos o catalanes o el que arrasa en Madrid con una estrategia en las antípodas de la que expuso durante el debate de la moción de censura de la ultraderecha? He aquí la cuestión, un ser o no ser que la arrolladora victoria de la ex community de ‘Pecas’, el perrito de la ex presidenta Esperanza Aguirre, aclara sin el más mínimo margen de error.

El papelón de la izquierda

Enfrente, un papelón en toda regla. Ni melodrama siquiera, absoluto thriller con final encaminado al gore más terrorífico. Ferraz mató desde un primer momento cualquier atisbo de sorpresa al confirmar la designación de Gabilondo de nuevo como candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid en un escenario completamente diferente a 2019. Tiro al pie sin paliativos.

Sólo Mónica García y el proyecto de Íñigo Errejón salvan los muebles de una forma más que digna por incomparecencia de sus compañeros de la izquierda, que dormían el sueño de los justos pensando que aquí no había más que remover el avispero de la lucha antifascista para frenar el populismo barato del trumpismo a la madrileña de Ayuso. Craso error. Pablo Iglesias ha bajado del cielo de la Vicepresidencia del Gobierno para asentarse en la casi irrelevancia que le da un ridículo ascenso de respaldos respecto a la cita de 2019.

Y mientras tanto, Ciudadanos…

Ya es historia de España, esa España Sui génesis que tanto enarboló en pulseritas y banderolas durante años mientras servía de puente de contención a un PP carcomido de corrupción hasta el tuétano bajo las directrices directas del Ibex 35. Descanse en paz. Nació como un bebé desnudo con las manos en sus partes pudendas. Muere en cueros escenificando un entreguismo indigno a esa derecha populista que se lo ha comido sin consideración.

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