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Cuando Felipe González estaba en Moncloa no renegaba tanto de los nacionalistas

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análisis

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Felipe González ha pasado por la Cadena Ser para someterse a una de esas entrevistas de mesa camilla donde se habla sobre lo divino y lo humano sin entrar en los trapos sucios del pasado. Entre otras cosas, el patriarca socialista ha asegurado que los líderes del procés siguen los esquemas trumpistas, ya que es de esa forma como se construye un “nacionalismo excluyente”. A González habría que preguntarle por qué no le decía esas cosas a Jordi Pujol cada vez que el honorable, hoy venido a menos, se daba una garbeo por su bodeguilla de Moncloa para pedirle más transferencies y pesetes. O por qué no se ponía tan exquisito cuando los mandamases del PNV se dejaban caer por Madrid para negociar el cupo vasco y él, como presidente de la nación, les regalaba la propinilla que pedían a cambio de un buen pacto de estabilidad en Ajuria Enea y en el Gobierno central. Sin duda, FG también contribuyó a alimentar ese nacionalismo desintegrador que ahora le repugna tanto.

Felipe se ha convertido en un think tank con piernas, o sea un laboratorio de ideas en sí mismo, y va soltando perlas por ahí según convenga sin reparar en que existe eso que se llama hemeroteca. Todo el que haya vivido en los últimos 30 años en este bendito país sabe de sus trapicheos con los nacionalismos periféricos, con los que negociaba sencillamente porque los necesitaba y porque además no podía ser de otra manera, ya que España no se puede gobernar sin las nacionalidades históricas, tal como recoge la Constitución. Lo que se jugaba el PSOE de aquella época, al igual que el PSOE sanchista de ahora, era la gobernabilidad de España y seguir en el poder, de ahí que no se entienda muy bien la intransigencia de Felipe con los jóvenes de Ferraz que no hacen más que lo que él hizo en el pasado.

No muy lejos del expresidente estaba Iñaki Gabilondo, que ha hecho un diagnóstico político mucho más acertado al asegurar que “España no funciona” porque tiene “problemas de estructura, de desajustes y una sensación de ineficacia”. Que vaya tomando nota el respetado y sabio socialista de níveos cabellos, ya que ese es el gran mal de nuestro país, que sus estructuras institucionales sufren de grave aluminosis, que la jefatura del Estado está aquejada de un incurable problema de credibilidad tras los últimos escándalos del rey emérito y que el modelo territorial ha gripado sin remedio, tal como se está poniendo en evidencia en esta pandemia que ha aflorado las averías ocultas de nuestras comunidades autónomas. Cuando nuestros gobernantes no son capaces de hacer acopio de jeringuillas especiales para aprovechar al máximo el maná milagroso de las vacunas es que ya hemos tocado fondo. Por no hablar de los listillos que se remangan el brazo y se ponen en primera línea de vacunación para que les inyecten los primeros en una espeluznante muestra de cobardía, falta de ética y podredumbre política. Allá donde se mire todo huele mal en España, desde el Poder Legislativo ocupado hoy por la extrema derecha franquista hasta el Poder Judicial, que no dicta una sola sentencia contra la banca ni por equivocación, tal como nos ha advertido Europa en su última regañina.   

España atraviesa por el momento más complicado y crítico desde la instauración de la monarquía parlamentaria y en lugar de ponernos manos a la obra, examinar las piezas del mecano que no funcionan y repararlas, Felipe apuesta por echar más leña al fuego del odio contra los nacionalismos que él, cuando ejercía el poder, alimentó como quien cría cuervos. Habría que preguntarle a Pujol, en la actualidad perseguido por la UCO (qué demonios será eso de la UCO, decía el exhonorable) para saber lo que se cocinaba entre aquel PSOE «socialisto» y liberal y los regionalismos de extrarradio. “Todos los nacionalismos y todos los populismos hacen políticas excluyentes”, dice Felipe. No se pronunciaba con tanta rotundidad cuando los señores del frac de la Generalitat pasaban el cepillo por Moncloa.

Evidentemente, Pedro Sánchez tiene un problemón no solo con los indepes de Puigdemont y el secesionismo irredento, sino también con sus socios de Gobierno de Unidas Podemos que por momentos parecen uña y carne con ellos. Pero esa gravísima avería en la junta de culata del motor institucional no se solucionará con el nuevo españolismo rancio y caduco al que González parece haberse entregado últimamente. La vía para la solución de los problemas siempre es el diálogo, hablar con el diablo si hace falta, avanzar en el federalismo y reformar lo que haya que reformar, porque de lo contrario estamos condenados al naufragio total. La cabeza del buque ya está en posición de picado en barrena, cada vez queda menos tiempo, y todo lo que no sea afrontar que este país ya no es como en 1982 es un inmenso error. Por lo visto, Felipe está en otra cosa, en erosionar el liderazgo de Sánchez para que los barones recuperen el terreno perdido, en hacer el papel de martillo de herejes antiespañolistas, en reinstaurar el socialismo ultracapitalista que nos dejó sin empresas nacionales (por la maldita privatización de Endesa hoy millones de españoles pasan frío) y en manos del capital extranjero. Demasiadas puertas giratorias y demasiados amigos millonarios mexicanos o árabes (así le ha ido al emérito). A Felipe habría que decirle que para hacer de extremista español ya está Aznar, otro think tank con patas.

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