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Cuando el alma se llena…

María I. Clemente Martori
María I. Clemente Martorihttp://www.mariamartori.com
Licenciada en Psicología Clínica (Blanquerna. Ramón Llull - UOC). *Postgrado en Neurorehabilitación (U.B - Institut Guttmann) *Master en Sexología ( Universidad Camilo José Cela) *Otros estudios : Ingeniera Informática (Universidad Autónoma de Barcelona). Actualmente combino mi faceta profesional de atención psicoterapéutica y sexológica en consulta, con la de Gerente de la Asociación Tandem Team Barcelona (dedicada a la atención de las personas con Discapacidad), y cuya misión es la defensa de la diferencia y la diversidad en cualquiera de los dominios de la expresión humana. De orientación ecléctica me especialicé en la atención a la discapacidad, transitando hacia la mirada individual y social de la sexualidad de este colectivo, situándome finalmente y hasta el día de hoy, en un espacio que reviste grandes vacíos, como es el reconocimiento y el derecho de la sexo-afectividad de las personas con diversidad funcional Aficiones: natación y la practica de técnicas de meditación que me ayuden a expandir la conciencia del SER.
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análisis

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Hay tantas formas, caminos y matices que nos llenan el alma de vida…

Una canción, un soplo de viento helado en el rostro, una mirada que habla sin palabras…. sentir como tus besos inundan unos ojos repletos de lágrimas.

Que fácil sería llenar el alma… y que difícil nos lo ponemos.

Nos pasamos la vida en continua búsqueda. Hay quien busca la pareja perfecta. Otros el trabajo de su vida. Triunfar. Ganar dinero. Sentir placer…. a fin de cuentas, la felicidad.

¿No será que la propia búsqueda es la que nos desvía de la ruta, nos venda los ojos y juega a la gallinita ciega con nuestras miserias?.

¿Y si en lugar de buscar, optáramos por ACEPTAR?

¿Que pasaría si cada cosa que vemos, que vivimos y que sentimos, por dolorosa que esta fuera, nos la tomáramos como lo mejor que nos podía haber pasado? ¿Aceptando la VERDAD última de la vida, o que no hay mas verdad que la que experimentamos en cada momento?

Y la prueba de que lo que digo es cierto, es que una vez escritas estas palabras, ya perdimos para siempre el instante, dando paso al siguiente.

¿No será que la sobrevalorada felicidad, no se halla en un lugar, ni en un camino, ni siquiera en una persona, sino en la misma actitud de dar la bienvenida a todo aquello que nos acontece?

En lugar de eso, vivimos en una negación absoluta de nuestro destino, perdiendo mas tiempo en huir… que en vivir.

Recuerdo un día de final de invierno. Recuerdo perfectamente una acalorada conversación con uno de mis mejores amigos. Recuerdo mi mal humor. Mi enfado, mi dolor por no tener en mi vida, lo que tozudamente anhelaba. Esos destellos de amor dulce y tierno que nos estremecen el alma y nos erizan la piel.

Recuerdo también el momento exacto de la rendición, en el que acepté que ese tránsito no podía dejar de vivirlo. Y tras un ejercicio de toma de consciencia, tras la aceptación innegable de que lo que me sucedía era inevitable, me abandoné a mi existencia (fuera esta buena o mala) y me alegré por ser capaz de saborearla, a pesar de su gusto amargo.

Esa noche, esa misma noche, por absurdo que parezca, sucedió algo tan imprevisible como improbable. Conocí a un ángel que me llenó el alma, como lo hacen las cosas mas sutiles de este planeta. Como el reflejo del sol en el mar de un atardecer de verano. Como el olor a jazmín o como la suavidad de la piel de un bebé recién nacido.

No os voy a contar como continuó esta historia, ya que lo que os pudiera relatar no son mas que palabras simbolizando unas imágenes ya vividas, filtradas por la mente y la memoria, y subjetivadas bajo mi sistema de creencias. Y al final cualquier similitud entre mi relato y la verdad, sería pura coincidencia.
Por eso no importa si ese momento se repitió. Si esa alma volvió a vibrar a mi lado. O si ese ángel desapareció.

Da igual, por que la grandeza del todo, radica en el instante presente y no en la lectura de un pasado en el ahora.

Lo que si os puedo contar son sensaciones que quedan como el poso del café en el fondo de la taza. La certeza de que la vida encarnada en el encuentro íntimo, es casi el mayor milagro de nuestra limitada existencia. Lo mas cercano a la divinidad, a pesar de la distancia que los separa. Y saberse divino, aunque sea solo por unas horas, compensa y con creces los desiertos de sed y soledad transitados hasta llegar a ese destino.

Cuantos mas años cumplo, mas convencida estoy de que en la humildad de los pequeños gestos, como una mirada tímida y huidiza o un silencio compartido, es donde se hallan los tesoros mas hermosos jamás descubiertos.

Es difícil poner palabras a sensaciones tan profundas que nos acercan, no a la felicidad, sino a la paz, a la plenitud tras el ruido, a la verdad de lo que somos… o a cerrar los ojos y sentir que todo esta bien.

Por mi profesión, conozco de cerca el desgarro y el sufrimiento humano en todas sus variantes. Desde sentirse atrapado en un cuerpo que no responde. Perder sentidos tan necesarios y bellos como la vista. Hasta uno de los sufrimientos mas invisibles y mas dolorosos que conozco: el dolor psíquico o el dolor del alma.

La insatisfacción vital, por querer un mundo a tu medida, y estar eternamente luchando para conseguirlo, es tarea en vano. El mundo no está hecho a la medida de nadie, mas que a la suya propia y rigiéndose bajos sus propias normas.
Siempre invito a encontrar la dicha en el silencio. A soltar la mente abandonándola a merced de su propio ruido… y sin aferrarse a ello, abrazar otra consciencia mas profunda, que todo lo observa cual espectador en un teatro .

Ese observador, que no juzga, que apenas siente, que simplemente ACEPTA la naturaleza última de la realidad, diría que es lo mas parecido al alma, al espíritu y a la conexión que nos trasciende. Cuanto mas cerca estemos de ella, cuanto mas ejercitemos la consciencia de esa realidad, mas conoceremos cual es su verdadera alimento y menos tiempo y recursos invertiremos en otros niveles de existencia, que lo único que hacen es alejarnos de la verdadera paz interior.

Que fácil es alimentar el alma. Tan fácil como mirarse a los ojos, sentir la cercanía de una piel o ahogar tu aliento en el cuello del otro.
Tan fácil como soltarse ante aquello inevitable. LA VIDA.

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