En este mundo que es mundano porque si fuera otra cosa pues ya no sería mundo, a veces pasan sucesos extraordinarios. Imposible de olvidar es para un muchacho el día que mete su primer gol en un partido de fútbol; o cuando pasa la selectividad, o todas esas cosas que se dicen en los artículos manifiestamente cursis y sentimentales. No obstante, a mi larga lista de memorias se le ha unido de forma inalienable el día que me encontré con un cuadro flamenco en la Calle Fuencarral de la Villa y Corte de Madrid. 

«Poco puedo decir», diría un mudo, yo, que no soy mudo, les digo que aquello tenía un arte que no se podía aguantar.

Qué profundidad tenía el que tocaba las palmas, cómo se le notaba que tenía ganas de tocar las palmas desde que se levantó por la mañana y empezó a tocar las palmas. ¡Oh, razón altiva del ser que decidió que aquel hombre sobrenatural tenía que tener manos para no hacer otra cosa que dar ritmo al cante! Qué pena que no tuviera ningún tipo de sentido del compás, porque por lo demás daba gloria verlo.

¿Y ese guitarrista? ¡Qué guitarrista! ¡Qué habilidad! ¡Qué sentimiento más puro y qué de verdad tocaba ese gachó! Una pose que parecía el tío que había nacido en una peña flamenca del mismísimo Cádiz. Qué pena que tocase con los pies, la criatura. La gente allí presente pensaba que el chaval era zurdo y ese día estaba innovando, qué cosa más mala.

Por no hablar del cantaor, ¿El cantaor? ¡Oh! Qué bien vestido iba, cuánta flamencura, qué de lunares. Y ese pañuelo blanco al cuello, al más puro estilo de David el Palomar, qué cosa más lorquiana. Cogió el tono estupendamente, qué lástima que lo soltase tan temprano, el pobre. De cantar algo, debería cantar los goles del Betis, que son pocos.

En cuanto al bailaor, oh, qué bailaor. Cómo se le veía que era del sur. Del sur de Islandia, como poco. Qué de verdad, qué manera de moverse, era la envidia de los macacos.

Como les digo, aquello tenía un arte que no se podía aguantar. Yo, desde luego, no lo aguanté. Valiente el espectáculo que dieron aquella gente en el medio de la Calle Fuencarral de la Villa y Corte de Madrid, frente por frente de una tienda de helados ecológicos de los que venden por allí. Qué bochorno más grande. Parecía aquello el Congreso de los Diputados cada vez que le dan la palabra a Rafael Hernando, no les digo más.

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