Crónica por el laberinto de la Sanidad de los seguros

Escasos medios, falta de personal y mínima atención es el día a día de la falta de calidad de la atención y el confort de los servicios que se prestan a través de seguros sanitarios privados

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Que la Sanidad Privada es mejor que la Pública es otra leyenda urbana de las muchas que recorren los laberintos de la opinión pública y publicada. Pero que, al menos es más rápida, da argumentos para tener un seguro privado que, mal que bien, evite meses de espera para un dolor en la ingle, prevenciones y posibles contratiempos de salud.

Así las cosas, andaba yo contenta con el seguro que me había regalado mi empresa. Familiar y todo que es mi seguro. Bueno, ante la inexperiencia, no sé si es que todos son familiares o qué. Pero ahí estaba yo. Me lo imaginaba todo de color de rosa: Me van a tratar mejor, voy a tener más confort y será todo muy rápido, rapidísimo.

Y tanto pensar, con mi dolencia a cuestas, me prometí que, si había que operar algo, sería en la pública, porque ya para temas de gran escala mejor un gran hospital de los de siempre.

Quien es hija del cuerpo sanitario, por parte de madre, de un gran hospital público no ha tenido prácticamente contactos con lo privado. Así que idealizo.Y tan feliz que estaba con un seguro desde hace dos años que ni había tenido que utilizar de lo sana que está una.

Pero llegó el dolor, molestias, incertidumbre y momento de ir al médico. Que si será la edad, que si una hernia, que si un tema muscular…Nada, nada, llegaba el momento de hacer uso de mi seguro sanitario privado.

Primer contratiempo

Primero llamar a ver dónde podían atenderme. Porque el mejor médico de la privada que conozco, con consulta propia y centro de rehabilitación y todo, no trabaja con mi seguro. Primer contratiempo. ¡Vaya por Dios!.

Prometo no volver a ser infiel a la Sanidad Pública

Fue entonces cuando mi compañero de profesión y vida se encargó de buscar un lugar donde atenderme. Y ahí llega el segundo contratiempo: Que el traumatólogo tiene la consulta en un hospital privado, pero que la de la rehabilitadora es en otro sitio (que en el otro hay lista de espera, ¡ya empezamos!) un centro médico, donde según el diagnóstico de la rehabilitadora, me sometería también a rehabilitación.

Yo no lo he sabido hasta ahora por eso de ser una ignorante en todo lo que es el laberinto del seguro privado, pero un centro médico realmente es un lugar con apariencia sanitaria que conforma su cuadro médico en función del médico que quiera alquilar allí su consulta.

Ya me sorprendió, nada más entrar, ver todo tan viejuno. Por fuera, parecía otra cosa. El olor, la verdad, era terrible. Luego ya supe que había habido algún incidente con algún paciente, porque el resto de los días que he tenido que ir, sin que el olor fuera para tirar cohetes, era menos agresivo.

Me ve la reumatóloga, me organiza la rehabilitación que necesito y tan ricamente me tengo que someter a una serie de sesiones cada tarde para empezar la tarea de mi recuperación. Ahí viene el siguiente contratiempo (he perdido la cuenta que cuántos van): Yo esperaba entrar en un box con una camilla, tumbarme, quitarme la camiseta y, boca abajo, ahí me las dieran todas: que si calor, que si ondas, que si masaje…Ah no, no. Que tienes que estar diez minutos en cada box, uno para cada cosa. Y así pon y quita, quita y pon para pasar de un box a otro. Porque donde hay calor, no hay corrientes y tampoco está la fisioterapeuta. Una joven muy seria y antipática, pero que para lo que le pagan a la mujer, y las horas que mete, pues bastante hace. (De todo eso me entero después).

Tiempo de autocontrol

Tan requetemal estaba yo acostumbrada en la pública, que resulta que alguno de los aparatos esos para mejorar mi espalda no pitan cuando acaba la sesión. No, no, ¡qué te crees!, aquí, en la privada de los seguros, tú tienes que controlar el tiempo de un bombilla gigante de calor que tienes sobre tu cuello como una amenaza.

Los novatos de la privada, como yo, nos confiamos en las moderneces de la pública y, zasca, el contratiempo más grave: Que me noto que me quemo. Así que, como nadie viene ni se acuerda de que estoy en ese box, me salgo despavorida. Entonces la auxiliar de fuera me dice: ¡claro! “es que son diez minutos, tienes que controlar el tiempo y salir para no quemarte”. Vamos que es una sesión de autocontrol del tiempo que, si fallas, pues te quemas.

Que no es broma, no. Que al día siguiente al volver a rehabilitación, me encuentro a una anciana amable expicando, junto a su hija, que tiene que suspender el tratamiento porque la bombilla gigante en cuestión le ha abrasado el cuello. ¡Claro, a la mujer -como a mí- la sentaron en ese box para calor en cuestión- y como buena disciplina que tienen los mayores con sus médicos- pues no se movió hasta que alguien la fue a avisar, y debido pasar casi una hora.

¡Qué cuello aquel!, ¡pobre mujer!, abrasada que estaba, Pero ni ella ni la hija mostraron enfado alguno. Casi se disculpaban. Tanto, tanto, que al final la auxiliar hasta la trató con condescendencia. Desde luego, la sanitaria no mostró apuro ninguno y pidió a la fisio que le comentara a no sé qué médico que a ver que pomada se daba la mujer en el cuello.

Si es la pública, se le cae el pelo al centro, a la auxiliar y hasta al que está mirando. Pero como es la privada, todos a callar. Que no lo entiendo, pero oye allá donde fueres…

La bronca por el volante

Así las cosas, yo ya no sabía si echar a correr, suspender el tratamiento o echarle dos ovarios y tirar para adelante. Opté por lo segundo. A una guerrera feminista nada le para. ¡Ayyy!

Pues llega mi tercer día, cuando ya por fin me van a dar una sesión de masaje, el que tanta falta me hace. Pues tras el periplo de box en box, acabo en la consulta de la fisioterapeuta. Antipática es un rato, pero oye, en esto de la salud, lo importante es la eficacia. Entre que te desvistes -como ya entró el frío llevas más ropa encima- te tumbas y empezamos, que, oye, tuve la sensación de que acababa de llegar cuando me dijo la fisio: “ya está”. ¡Diez minutos escasos para tanta historia estuve sobre la deseada camilla”.

Al salir, me atreví a preguntar, -pero como disculpándome- que por qué sólo diez minutos. Tajantemente respondió la fisio: “Porque es así”.

Y luego llega la bronca. Que me dice otra auxiliar, que era la primera tarde que veía, que me falta el volante. ¡Ay madre!. ¿Que volante? -pienso para mí-, pero en un gesto de valentía sin límites digo: “Yo ya lo he traído todo”.

La auxiliar nueva -o que yo no había visto hasta entonces- se acerca a otro box donde estaba su compañera más veterana atendiendo a otro paciente. Y desde allí, a lo lejos, para que todo el mundo lo oiga, me dice que dónde está mi volante. Y yo: “pues yo ya he entregado todo aquí el otro día”… Y ella: “Pero a quién se lo has entregado”. Yo (cada rato más asustada): Pues a quien se sienta en esta mesa…Y ella: “Pues tendrás que saber a quién le das las cosas”.

Y oye, que de repente me vino todo a la mente a la vez: el periplo de box en box, los escasos 10 minutos de sesión, la bombilla gigante sobre mi cuello, la señora toda chamuscada y, sí, me lleno de valentía y le digo a la auxiliar que me increpa por un volante: “pues deme el libro de reclamaciones, hasta aquí hemos llegado”.

Oye, palabra mágica eso de reclamar. La auxiliar :Que si perdona, que si fíjate ahora que lo miro bien no falta nada, si es que se ha equivocado mi compañera, perdona..”.

Precariedad

Y mientras todo esto ocurre, me encuentro bajo un techo plagado de humedades y manchas, unas paredes descascarilladas y un entorno que, no sé explicarles bien, pero hostil.

Y pienso en el maravilloso hospital donde trabajó mi madre hasta su jubilación, y sólo quiero volver a casa, desplazarme en el tiempo y no volver nunca más a ser infiel a la Sanidad Pública.

Y entonces investigo un poco y me entero que los seguros pagan fatal a los centros médicos y consultas de los facultativos. Que el masaje no debe superar los diez euros o así, que todo lo que se mueve en torno a los seguros privados es una precariedad y que ¡cómo alguien puede esperar que sea como en la pública!.

Y así, vuelvo al redil de la excelente Sanidad Pública española de la que nunca debí salir.

4 COMENTARIOS

  1. Quizás es que cada uno cuenta como le va en cada sitio
    Yo después de visitar a mi médico de la seguridad social (69 años 52 trabajando y 43 cotizados ) me dijo que estaba muy gorda y que lo único que podía hacer por mi es enviarme al endocrino para que adelgazase
    Un día no podía respirar y me fui a urgencias de un hospital privado cerca de casa y me diagnosticaron un corazón muy grande (jajajajaaj) y una capacidad de un 19% ,tenia los pulmones encharcados y si no se me ocurre ir ,ahora ya no estaría dando por saco
    Gracias a que me dejaron ingresada y me cogió bajo su ala el Dtor Pedro Caravaca hoy puedo decir que después de un marcapasos y muchos cuidados de control estoy mucho mejor
    Ves? Dos maneas de ver las cosas

  2. Rotura de rótula 40 días escayolada me quitan la escayola la rehabilitación se va a hacer en un hospital público de Madrid mes y medio pasa hasta que me llaman para la rehabilitación está consiste en ir a un gran gimnasio y cargar con un peso y levantar y bajar la pierna el personal está a otra cosa me dan también 5 minutos de ondas en un box 5 minutos de otra cosa que ahora no recuerdo en otro vox Y ale para casa 10 sesiones viva la sanidad pública

  3. Buenos días Maria José, entiendo tu particular calvario, pero no generalices, ya que ni todas compañias son iguales ni todos los servios tienen la misma calidad. Simplemente decirte que antes de contratar cuaquier seguro sea de salud, vida, autos… hay que ver las diferencias, no solo ver el color o el precio como y por desgracia en la mayoría de los casos se hace.
    Un saludo.

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