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Cristianismo: Sobre todo Dios (A)

Filosofía para pobres (XVII)

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Una de los fenómenos mejor ocultados por la Historia ramplona es el de los “antisistema”. Adoro la obra de Michel Onfray (corran a por ella) porque, aunque a veces a un poco a vuelapluma, resalta a quienes fueron a la contra y existieron tanto como los historiados, sólo que no interesan. Son el contrapunto perfecto a cualquier Historia del Pensamiento; habría que leerlo simultáneamente con éstas.

Antes de hablar de los pensadores del cristianismo, cabría citar a los despreciados. El concepto de “herejía” o desviación sólo ha tenido la utilidad de aplastar todo cuanto no casaba con quien estuviera al mando de la fe en un momento determinado; nada más voluble que los dogmas supuestamente inamovibles, difícilmente podríamos narrar un siglo de creencia cristiana firme y, sin embargo, en defensa de un monolitismo de mentira se ha arrasado permanentemente.

Hemos defendido, más o menos, que el evangelio triunfante es la superposición sobre los cultos gnósticos y sobre una secta judía pobrista de la interpretación grecorromanizada de la confusa figura de Jesús. Lo cierto es que desde entonces hasta nuestros días, han existido cristianismos antisistema conscientes de la incongruencia evangélica de la visión política y económica de una Iglesia oficial más heredera de la mafia imperial romana que de Cristo. Irrelevante aquí, pero recuérdese a san Juan Pablo II y su “amor fraterno” para con la Teología de la Liberación y, sin embargo, la asunción incluso de liderazgo no negado en las dictaduras de inspiración miltonfriedmaniana…

La presencia en el seno de la Iglesia de las corrientes hedonistas y libertarias (respecto de la fe puesto que las escrituras materiales eran bien raras) es constante. Las raíces diversas griegas entre la multitud de cultos previos a la imposición romana del Edicto de Tesalónica es inevitable: pitagóricas, platónicas, estoicas, epicúreas, cínicas… todo dentro de un batiburrillo de creencias propias de la zona más activa del Imperio: el Mediterráneo africano y cercanoriental, Europa casi no es relevante (aunque nos lo hayan hecho pensar: otra mentira histórica). En el seno de muchos grupos religiosos pervivirán deformándose hasta hacerse irreconocibles; sólo el regreso de algunos textos originales clásicos, tras el intercambio con los árabes que no los habían destruido, provocará su renacer más o menos fidedigno.

El caso de los Cátaros o Albigenses es modélico; hunden sus raíces en estas corrientes llegadas desde Oriente Próximo y serán exterminados en una Cruzada o Guerra Santa en el siglo XIII. Entre ellos hay rastros de diversos gnosticismos, del maniqueísmo (doble divinidad, el Bien y el Mal, curiosamente mantenido por el Vaticano en la versión más inculta del catolicismo), del pobrismo originario, de las dudas iniciales sobre la divinidad de Jesús, de la superioridad del modelo ético y el conocimiento sobre la fe (sobre cualquier tipo de casta, incluida la sacerdotal) hasta el extremo de concederse entre ellos la absolución de los pecados con un simple abrazo, pervive en ellos la idea originaria de Hermandad y de compartir los bienes frente a la voracidad recaudadora de la Iglesia oficial… en definitiva, y ésta será una tónica, suponían un enorme atractivo para las clases serviles, en la práctica esclavas, sobre todo de las zonas rurales, y por tanto una amenaza para los poderes políticos, indiscernibles de la Iglesia; la Inquisición se implantará entonces para extirpar esta herejía del cuerpo cristiano; su alcance y uso político (monárquico), policial, expropiatorio, torturador, aniquilador… permanecerá activo hasta el siglo XIX.

Desde el siglo XIII al XVI, los Hermanos y Hermanas del Espíritu Libre basan su fe en la muerte de Jesús por nuestros pecados y consideran que todo es Dios, pues al ser hechos a su imagen y semejanza no cabe otra cosa en nuestra concepción de la realidad, sólo podemos ver modos de ser de Dios (muy spinozianos), por tanto no hay moral en un mundo esencialmente desprovisto del mal. La pobreza y los placeres nos purifican, robar a los ricos para dárselo a los pobres y aceptar las funciones y la desnudez de nuestro cuerpo frente a la riqueza insultante y la represión de la Creación, maravilla de Dios, impuesta por la Iglesia. El pecado sería contradictorio con el impulso natural que ha puesto el Creador en nosotros, a quien ensalzamos cumpliendo con los instintos naturales. Cielo e infierno no son nada en sí mismos, el infierno es el sometimiento y la represión… nada hay después de la muerte, nada que se pueda distinguir esencialmente del mundo de la vida otorgado por Dios.

En la estela del Espíritu Libre, o cambiando sólo la piel, están beguinas y beguinos, begardos, los adamitas… Convencidos de que la perfección sólo la dan la sencillez y la pobreza, mendigan y roban para repartir (¿Robin Hood?), participan en orgías sobre los mismos altares, con una presencia importante de erotismo reivindicativo femenino, en un momento en el que ni siquiera está claro en la Iglesia si la mujer tiene alma como el hombre o no. Citemos a los estudiantes de teología emperrados en el “carpe diem” y en reivindicar al vino y a Epicuro (asociación poco acertada pero comprensible): los goliardos con sus “Poemas del Monasterio de Beuren” cantando a la Virgen o la borrachera y el sexo, indistintamente. Son los “antisistema” de la Iglesia, el “hippismo” medieval con unos niveles de vicio perfectamente detectables en Libro del Buen Amor o Los Milagros de Nuestra Señora… Añadamos celebraciones consentidas durante un tiempo como “Las Fiestas del Asno”, en las que se hace obispo a un burro y se grita con desafuero durante el Magnificat al proferir “Deposuit potentes de sede, et exaltavit humiles”, más o menos: “Expulsó a los poderosos de sus sedes y exaltó a los humildes”.

De aquí saldrán las Órdenes Mendicantes (progresistas) frente a las Predicantes (conservadoras), aquéllas consentidas más o menos por cierta coherencia, éstas sosteniendo la muchas veces criminal oficialidad de la Iglesia (Umberto Eco lo noveló magistralmente en El nombre de la rosa). El Libertinismo barroco tendrá ahí su pasado inmediato y el remoto en Epicuro y Diógenes de Sínope. Éste será el sustrato latente (y oculto) de todos los intentos de reforma de la Iglesia imperante, que van a seguir la misma dirección: un supuesto regreso a los orígenes del testimonio de Cristo que pasa por traer un trozo del Cielo a la Tierra, no literalmente sino para evitar el infierno generado por los poderes económicos y su sustento eclesial.

El rechazo de la cúpula eclesiástica ha sido (y es) automático. Con la escisión luterana y el cambio de paradigma del conocimiento durante el Renacimiento se alcanzará el punto de inflexión del pensamiento vaticano, paulatinamente Dios dejará de ser la sangre de las ideas para convertirse en una autorreflexión ensimismante e inhabilitadora, más de consumo endogámico y paródico que de conocimiento público. La Iglesia perdió su relevancia intelectual, aunque seguiría influyendo por su actividad proselitista y sectaria… lo que no significa que la Iglesia haya perdido su poder político… ni mucho menos.

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