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Cristianismo: La mayor mentira jamás contada (C)

Filosofía para pobres (XVI)

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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En 1676 en una biblioteca en París apareció un manuscrito de finales del siglo XI que se identificó como la obra de Lactancio titulada Sobre la muerte de los perseguidores. Supuestamente la obra es una copia de algo que se escribió en torno al año 315; el viaje y las vicisitudes durante 700 años hasta su copia, y los otros 600 hasta su hallazgo son el misterio de la transmisión de la Cultura Antigua, en su mayor parte oscura.

Se trata de un libelo pro Constantino que anuncia ya el trato histórico falsificado que recibirá este mandatario frente al otro firmante del Edicto de Milán, Licinio, obviado o ladeado. Cuando se estudiaba en los colegios, “In illo tempore”, aprendíamos que Constantino en el 313 tras visiones y milagros hacía cristiana a Roma; en realidad romanizó al cristianismo, pura estrategia, ya hemos visto que fue Teodosio en el Edicto de Tesalónica en el 380 quien cristianizó a Roma consolidando el proceso.

Resulta curioso cómo los críticos se devanan los sexos intentando cuadrar su narración con los datos históricos, ni éstos ni los narrados son contrastables. Lo que sí puede observar el lector actual es la inquina, la malicia, el odio con el que está escrito el texto, un odio fanático henchido de la razón absoluta que otorga la fe. El argumento es sencillo, Dios tenía preparada una muerte horrenda a cuantos autorizaron o ejecutaron persecuciones contra los cristianos (se ve que matarlos formaba parte del divino plan). Paradigmática es la descripción del persecutor Galerio, podrido en vida a partir de sus órganos reproductores (qué fijación); agusanado y reventado hasta la peor pesadilla, cinco días antes de su muerte publica un edicto de tolerancia pero no le servirá para sanar… Lactancio, o quien sea, se regodea en el sufrimiento cruel (infligido por Dios) hasta el extremo de asumir la aniquilación de los familiares: “Fue así como Dios terminó con todos los perseguidores de su nombre, de modo que no quedó de ellos ni huella, ni raíz” (cap. 50); las terroríficas resonancias genocidas de esta cita hablan ora de cómo se había ya pervertido una supuesta religión pacífica, pues en realidad lo que hace el autor es una historia de las intrigas romanas denostando a determinados sectores políticos, ora de cómo a lo largo de los siglos la Historia se ha ido torciendo para narrar lo que interesa. Por cierto, a esas alturas, en todo el libro sólo se nombra a un sólo judío en una sola ocasión, para calificarlo de traidor e indigno… ¿era judío El Mesías?, ya no me acuerdo.

Ésta es la fuente principal para leer el Edicto de Milán (en el cap. 48); teniendo en cuenta la credibilidad del otro historiador de la Iglesia contemporáneo suyo, Eusebio de Cesarea, poca o ninguna, temo que estamos teniendo la benevolísima voluntad de creer a alguien de 1700 que creyó a alguien de 1100 que sabe Dios (nótese otra ingeniosa algazara) a quién creyó, de dónde sacó el texto, quién y cuándo lo escribió, o sea que: esto sí que es fe.

Es el problema de las fuentes, que uno se encuentra en cuanto estudia algo un poco lejano, no mucho… El problema no es si Colón salió de Pals, giñada irrelevante; el problema gordo es cómo hemos llegado a asentar que salió de Palos.

En el año 314 el Concilio de Arlés comienza considerar la violencia como legítima hasta el extremo de asumir la participación de los feligreses en el ejército, pudiendo ser castigados por deserción. Ya sólo faltaba un pasito para tener una iglesia castrense, un oxímoron poco poético, más o menos como “deliciosa mierda”. El Estado (mafioso-romano) y la fe se abrazan. Del camello por el ojo de la aguja se perderá la pista y eso de la igualdad de todo humano: con no describir como humanos a los esclavos, la Iglesia mantendrá su propiedad hasta finales del siglo XIX (en España especialmente contumaz este uso), incluso después de las doctrinas abolicionistas que, por otra parte, siempre habían existido. Sobre la mujer aportará poco, Aristóteles la consideraba una necesidad para la reproducción, como una humana de segunda clase; el relato alternativo de la costilla para Eva consolidará la duda acerca de si las hembras son seres humanos completos hechos a imagen y semejanza del Padre como Adán, problema teológico no resuelto nunca por la Iglesia, jamás, aunque a efectos prácticos diga que sí: el hombre es copia de Dios, la mujer es copia de la copia de Dios.

Desde el comienzo del sincretismo greco-romano-cristiano asistiremos a una “paulatina” (broma repetida) sustitución del debate filosófico acerca de qué es la realidad, más o menos la Ciencia, por un enfrentamiento entre “cerrados” y “abiertos”: esto es, partidarios de la fe sin más o quienes considerarán que la Cultura Clásica griega y latina podía suponer una ayuda a la propia fe e incluso que había sido un envío propedéutico de la Providencia; desaparece en el debate cualquier atisbo de naturalismo, de explicación natural de la realidad, el artificio dramatúrgico del “Deus ex machina” se convertirá en la argumentación esencial de la civilización cristiana, la Naturaleza es un efecto: el estudio sólo tiene sentido si lo dedicamos a la causa, la divinidad. Se acabó el pensamiento crítico, pues hasta en los más moderados el límite está claro, si la Razón ayuda a la fe será bienvenida, la concepción de la “Philosophia ancilla Theologiae”, la esclava, la sierva, presidirá la labor intelectual hasta el Renacimiento y en algunos sectores sigue siendo hoy signo de distinción (¿capillas en las Universidades?).

Éste es el fin del Mundo Clásico porque, como supo ver Nietzsche, el olvido de lo vital empós de lo divino, de la vida hacia la muerte, del acá al más allá, de lo animal a lo pervertido es la Historia del Occidente cristianizado. El veneno de lo “anímico”, “espiritual”, de la omnisciencia todopoderosa divina impregnará y mediatiza nuestra mentalidad indefectiblemente.

Empezábamos esta exposición señalando la dificultad de conocer de dónde vienen realmente los textos antiguos: se debe establecer una analogía entre esa imposibilidad de justificar la transmisión y la secuencia de los hechos históricos; se ve más fantasía interesada que Historia, si es que ésta puede ser otra cosa. Digamos que la Literatura Clásica se reescribió tantas veces como novedades iban a apareciendo en el mundo bibliotecario: la inestabilidad del rollo antiguo, frágil en materia y contenido; el salto progresivo al códice a partir del siglo II, barrera que provoca una especie de renovación en las copias, haciendo desaparecer y aparecer casi todo de nuevo; la traducción al siríaco, al árabe y al armenio mientras la lengua griega se olvidaba; el hostigamiento cristiano siempre receloso del paganismo que hacia los siglos V-VI ya ha causado un desinterés que se traduce en la reutilización de los materiales (palimpsestos); el abandono de la letra uncial (más o menos mayúscula) en favor de la novísima minúscula en el siglo IX, que volvió a regenerar el fondo de manuscritos hasta tal punto que la mayor parte de lo que hoy usamos como fuentes primarias y familias de manuscritos proviene del Renacimiento Carolingio; la retraducción y enésima reelaboración de los textos procedentes de Oriente con un foco principal en la época de Alfonso X, que será el origen del Renacimiento o restauración de lo Clásico a partir del 1300; la moda de coleccionar manuscritos y las empresas de escribas fabricantes de colecciones renacentistas; la llegada de la Imprenta de tipos móviles y otra nueva reconstrucción de los textos hacia mediados del siglo XV; la falsificación para la que el coleccionismo y los precios han un rico caldo de cultivo…

Nuestro desconocimiento, entre forzado y manipulado o vicisitudinario, es casi absoluto. Siendo conscientes de todo esto, ya podemos penetrar en nuestra Era Cristiana.

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