Boris Pérez se disponía a comprar un billete de avión por internet. Para el mismo vuelo encontró distintos precios, según el tipo de criptomoneda que utilizara para realizar la compra. Mientras calculaba la opción más económica, Boris recordó el momento en el que las criptomonedas desplazaron a las monedas de los países. Ahora solo quedaban el dólar, el euro, el rublo y la libra esterlina. Los países no afectados por estas divisas habían cerrado sus monedas de curso legal y las sustituyeron por criptomonedas, que no respondían a sus bancos nacionales, sino a empresas y corporaciones.
A Boris le vino a la memoria cuando las grandes empresas multinacionales empezaron a emitir sus propias criptomonedas. Pronto dominaron el mercado. Hubo un periodo de adaptación en el que muchas personas perdieron todos sus ahorros, pero al final la situación se había estabilizado.
Boris buscaba un billete para viajar a Japón. Podía pagar con Toyota-coin, Soft-coin o Mitsubishi-coin. Tenía que elegir cuál era el cambio más conveniente y obtener el mejor precio, pero así era como funcionaba el mundo en ese momento.
La eliminación de patrón oro tuvo consecuencias inesperadas en la economía mundial. La tecnología era quien marcaba el rumbo que tenía que seguir la sociedad. Quienes se quedaban atrás, salían perdiendo.
Ya había ocurrido antes, pensó Boris. Cuando comenzaron las tarjetas bancarias, muchas personas no siguieron el ritmo de esa tecnología, y aunque el uso de las tarjetas se extendió rápidamente, continuaban yendo al banco con su cartilla de toda la vida, siendo víctimas del cobro de comisiones innecesarias sin que los gobiernos hicieran nada por impedirlo.
Esa situación ahora se había multiplicado. La cantidad de personas sin formación, recursos ni ganas para ponerse al día en esta situación difícil de criptomonedas emitidas por empresas, era mucho mayor. Más víctimas para este nuevo sistema monetario con unos gobiernos que seguían sin hacer nada para impedirlo.