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Criminología global, control social y pandemia

Raúl Allain
Raúl Allain
Escritor, poeta, editor y sociólogo.
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análisis

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La pandemia por coronavirus ha introducido nuevamente el concepto de control social, mediante intrincados sistemas de vigilancia, siempre con el objetivo de buscar el bienestar de los demás. En la búsqueda de la vacuna para la COVID-19, los gobiernos vivieron el día a día entre cuarentenas, toques de queda y confinamiento domiciliario. También el Estado decidió qué empresas pueden operar, siempre bajo reglamentos y sistemas, que a la vez implican procedimientos burocráticos.

Ya se ha visto, el sistema estatal de compras y abastecimientos está atravesado por casos de corrupción, lo que hace que el caos pandémico sea aparentemente inmanejable.

A propósito de lo enunciado, estaba analizando el artículo “El Goliat en tiempos cibernéticos”, de Nicolás Campoverde (https://tinyurl.com/y79xcpsf), donde describe una preocupación social latente en el campo de la sociología: la existencia del llamado ‘Nuevo Orden Mundial’ (NOM), como parte de un “proyecto civilizatorio que establece los nuevos pilares y rutas de las relaciones sociales para el ejercicio del poder absoluto a través del control y vigilancia total de cada persona a escala global, siendo la despoblación un objetivo principal”.

Uno de los puntos más polémicos es el control y vigilancia de las personas, con poblaciones homogenizadas en el gusto y consumo y con respuestas biológicas previstas para medicalizar la vida. Esta “idea” es un proyecto que siempre ha estado presente en la historia de la humanidad, desde tiempos prehistóricos donde comenzó a erigirse la figura del jefe del clan o de la tribu, más tarde en rey, emperador y ahora “jefe de Estado”.

Además, la filósofa Marina Garcés –doctora en Filosofía y profesora de la Universitat Oberta de Catalunya– cree que con la crisis del coronavirus se refuerzan los populismos y los movimientos clasistas y excluyentes. En una entrevista reciente (https://tinyurl.com/y9tgnd33) ella piensa que lo que nos muestra de manera muy cruda la crisis del coronavirus es que el capitalismo global, que parece un sistema muy poderoso, se basa en grandes capas de precariedad económica, social, material, sanitaria… “Es una precariedad individual y estructural, porque también afecta el estado en que se encuentran los servicios de atención pública en diferentes países del mundo. Es un sistema basado en la actividad y el crecimiento, pero cuando tiene una patología no puede detenerse, cuidarse ni cuidar de las vidas que cotidianamente expolia y explota. Tampoco las de aquellos que ha dejado al margen, como las personas mayores. Más que la fragilidad del sistema, lo que nos muestra es la desigualdad y la violencia social sobre la que funciona nuestra normalidad”.

“La pandemia del Covid-19, es el escenario propicio, para -los interesados en el manejo del mercado y poder mundial- aplicar el experimento global para medir hasta dónde la población mundial es capaz de resistir la reclusión, el control y la vigilancia aplicando procesos extremos como el del ‘estado de excepción’, la militarización de todos los espacios, apoyados con las leyes que criminalizan la presencia de los civiles en las calles, o declararle un Homo Sacer, ciudadano sin derechos de ciudadanía a quien se le puede aplicar la fuerza progresiva, hasta matarle, sin que la persona -policía o militar o un agente del orden- después de ese acto, pudiese ser juzgado como culpable (Agamben, G. 1998). Además en este experimento social no importa los efectos negativos subyacentes a la paralización de la producción y de la vida social, porque aquello es insignificante ante los resultados alcanzados con este experimento a nivel global, imposible de ejecutarlo en condiciones de ‘normalidad’ social”, señaló Campoverde.

La pensadora afirma que son crisis que van debilitando el tejido social y alejando los grupos humanos y las clases sociales en su relación con las expectativas y los futuros compartidos. Ante esta crisis de los futuros compartidos, es fácil que cada uno se proteja detrás de sus privilegios y perciba a los demás como una amenaza. “No basta, pues, un plan de choque social para paliar los daños de esta crisis, sino un trabajo crítico que nos ayude a percibir colectivamente cómo hemos llegado hasta aquí y cómo queremos salir como sociedad”, opina.

Lo cierto es que los teléfonos celulares representan esta ansia de libertad de expresión, ahora materializada en dispositivos y aplicaciones de uso individual, que parecen multiplicar nuestra independencia, nuestras comunicaciones, nuestra vida privada, incluyendo cuentas bancarias. Incluso nuestros secretos.  

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