Mediaba marzo. Él le cedió el paso al entrar en el ascensor del museo; ella correspondió aquel gesto con una sonrisa. La guía de la exposición itinerante les sirvió de excusa para no tener que improvisar ningún comentario sobre el cielo de Madrid, que amenazaba lluvia por quinto día consecutivo. Sin embargo, entre el segundo y el tercer piso el mecanismo del elevador quedó interrumpido. De algún modo ambos se sintieron obligados a romper su silencio en aquel justo instante.

Ella tomó la delantera:

– Las reglas del decoro dicen que en los ascensores no se debe ceder el paso.

– ¿Los ascensores son entonces una excepción?

– Sí, supongo que por razones de seguridad.

– Muy ilustrativo.

– ¿Se siente usted bien?

– Creo que tengo algo de vértigo.

– Siéntese y fije un punto que le produzca tranquilidad. Un punto cualquiera.

– ¿Le importa que mire hacia sus rodillas?

– Si a usted le ayuda a sentirse mejor no tengo mayor problema en que lo haga.

– Muy amable. Pero las leyes del decoro…

Ella sonrió entonces, apretando levemente la guía de la exposición itinerante (Grupo Zaj) contra su pecho.

 

NI FU NI FA.

FI.

PERO YO, FO.

¿Y FE?

FE EN FO.

– ¿Vio usted El Guernika?

– Me interesaron más los bocetos –dijo él–. Tal vez llamaron más mi atención que la obra final, o me resultaron más novedosos… No sabría decirle. En cualquier caso, se trata de una obra impresionante.

– Un pedazo de historia.

– Un monumento al pacifismo.

– Una enérgica condena a la barbarie.

Se quedaron sin epítetos. El ascensor recuperó entonces su natural funcionamiento. Se abrieron las compuertas muy despacio, como los párpados de una princesa de cuento, de esas que duermen mucho y piden el desayuno en la cama…

Él volvió a cederle el paso –incorregible– y ella volvió a sonreír.

Al despedirse, ambos reprimieron el deseo de besarse, tal vez por aquello de las reglas del decoro y porque sus respectivas parejas los aguardaban con mayor impaciencia que preocupación.

  • Laura, encantada.

Él pronunció entonces su nombre con torpeza, como si perteneciese a un extraño, mientras vencía el escalón que había dejado el ascensor al abrirse. Se miraron por última vez y el cubo tomó entonces el camino de vuelta a la planta baja.

A veces las máquinas sufren desfallecimientos inexplicables para los técnicos de mantenimiento.

A veces las máquinas juegan a Cupido con los extraños que no respetan las leyes del decoro.

zaj es como un bar.

la gente entra, sale, está;

se toma una copa y deja

una propina.

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