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COVID-19 en África, un virus que no distingue entre ricos y pobres

Carmen Marchena
Carmen Marchena
Periodista
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análisis

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Las enfermedades infecciosas ya no son cosa de pobres. El COVID-19 no ha distinguido entre sociedades opulentas y paupérrimas, entre norte o sur, entre Oriente u Occidente. Una pandemia globalizada que ha puesto en jaque a los sistemas sanitarios del mundo entero, a su competencia política y a la capacidad de cooperación y solidaridad de la sociedad en su totalidad. Si bien los países pobres o en situación de guerra tienen una mayor capacidad de frustración y sufrimiento, lo cierto es que sus sistemas sanitarios, a pesar de las carencias que puedan tener los de las grandes potencias, son muchísimos más débiles y la falta de medios materiales y recursos humanos se hace notable.

Resulta paradójico que el continente más azotado por epidemias y enfermedades infecciosas haya sido el último en contraer el coronavirus. Los primeros contagios fueron importados de China y Europa -mayormente procedentes de Francia, Italia y España-. El primer caso se registró en Egipto, el 14 de febrero, a través de un turista chino y el segundo reparó en Nigeria, el 27 de febrero, con un viajero procedente de Milán, declarándose como primer país de la África Subsahariana en contraer el virus, informaba El País. En este sentido, recuerdan que el patrón de contagio ha sido similar: primeros casos procedentes de viajeros de Europa y a los pocos días, comenzaba la transmisión local.

Sudáfrica es con 1.280 contagios y dos muertes, la nación más afectada del continente, le sigue Egipto con 609 casos registrados y 40 muertes. En ambos países se ha ordenado el confinamiento total de la población y, en el caso de Egipto, se ha impuesto el toque de queda, así como la suspensión de todo el transporte púbico y privado durante dos semanas. Según los últimos datos oficiales, el continente africano cuenta con 4.897 casos confirmados y la aceleración de contagios diarios sigue siendo considerable. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó recientemente un mensaje de esperanza: “Aún podemos contener el virus en muchos países”. No obstante, su directora regional para África, Matshidiso Moeti, habló de “una evolución muy dramática” de la pandemia en el continente.

De los 55 países que conforman África, 47 están afectados por el COVID-19 y se han registrado 154 muertes y 290 personas recuperadas. Las fronteras de prácticamente la totalidad de los países se encuentran cerradas y, a pesar de haber formado a 90.000 sanitarios y haber habilitado los test de detección en 48 países, el sistema de salud es uno de los más débiles del mundo que, sumado a una economía débil y a la falta de medios, se presentan como los grandes retos para África. Sin embargo, en muchos países africanos los casos registrados siguen siendo importados y no ha llegado a contagio local, por lo que la doctora botsuana consideró a Efe, que “aún hay la oportunidad de contener la epidemia en naciones que podrían salir muy mal paradas humanas y económicamente”. Como es el caso de Burkina Faso con 222 casos y 12 muertes, según los últimos datos oficiales, donde además de luchar contra el COVID-19, también sufren de la extrema pobreza y el azote del yihadismo, por el que millones de personas han tenido que desplazarse de sus hogares, recordaba El País en un artículo.

¿Qué hacen las élites y los poderes fácticos mientras tanto? ¿Cuál es el papel del mundo rico ante un problema de pobres? La Unión Europea está demostrando su incapacidad de llegar a un acuerdo para ayudarse entre los países miembros, ante la negativa de Alemania y Holanda de crear un instrumento para compartir los costes de la crisis pandémica que, sobre todo, está afectando a España, Italia y Francia. Una situación que deja manifiesta la falta de respuesta comunitaria ante una crisis sin precedentes, más propia de África o Latinoamérica, que del Eurogrupo falto de cooperación y unanimidad con fines para el bien común. Por tanto, si los países de la moneda única no son capaces de ponerse de acuerdo ante una situación de tal escala, ¿qué puede esperar África del oráculo europeo?

La Comisión Económica para África organizó el pasado jueves una reunión con el fin de analizar el impacto del COVID-19 en el Continente. Dicho encuentro fue copresidido por el Ministro de Finanzas de Sudáfrica, Tito Mboweni, y Ken Ofori-Atta, Ministro de Finanzas de Ghana, que reiteraron “la gravedad de los efectos de la epidemia” y destacaron “la necesidad de una respuesta inmediata para mitigar su propagación con un enfoque coordinado en el diseño de medidas antivirus, así como la importancia de ser estratégicos en la optimización de los recursos asignados para combatir el COVID-19”. Basado en los resultados de países como Senegal, Marruecos, Sudáfrica, Costa de Marfil, Ruanda, Etiopía o Ghana, resulta que, en el escenario menos probable, “los países africanos experimentarán una caída en la tasa de crecimiento del PIB, de 2 a 3 puntos porcentuales en 2020.

Entre las acciones inmediatas, sobre las que existe un amplio consenso entre ministros africanos, se encuentran la necesidad de recursos adicionales como respuesta inmediata para África valorados en cien mil millones de dólares, “bajo el liderazgo de instituciones financieras multilaterales, el Banco Mundial, el FMI, el Banco Europeo de Inversiones, el BCE, incluido el Banco Africano de Desarrollo y otras instituciones asociadas”; la necesidad de una intervención sanitaria inmediata por la vulnerabilidad de las personas, con especial atención a las que viven en asentamientos informales; trabajar con la OMS y la instituciones continentales como los CDC de la Unión Africana; especial atención a los colectivos más vulnerables como las mujeres, con un aumento de los casos de violencia y explotación sexual, o las niñas y niños; la protección del sector privado africano; la necesidad de garantizar que el cierre de fronteras no interrumpa el flujo de productos médicos y alimenticios esenciales; eximir el costo de envío de fondos por la desaceleración esperada en las principales economías africanas; trabajo con líderes sociales y culturales para educar y transmitir sobre medidas para controlar el coronavirus en las comunidades; trabajo con empresas tecnológicas para el análisis de datos, además de soluciones a medio largo plazo para ayudar a las economías a recuperarse de la crisis que actualmente existe en el continente africano.

El carácter globalizador de la pandemia del COVID-19 nos traerá muchas enseñanzas a quien no sufrimos de hambruna, a las generaciones que sufrimos la precariedad, pero no conocimos la guerra, a las del privilegio de tener un grifo en casa donde lavarse las manos, mientras ven por la tele a sus políticos peleándose por ver quien tiene la -cartera- más grande. Así, en mitad de la desgracia global, los grandes damnificados serán los de siempre: en el primer mundo, la clase obrera, y en el tercer mundo, la gran mayoría, pues además de enfrentarse al dichoso bichito -sumado a otros muchos bichitos más, debido a las sequías causadas por el cambio climático- apenas tendrán agua con las que lavarse las manos. Un gesto sencillo pero indispensable para la prevención del virus en gran parte del resto del planeta.

 

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