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Costumbres

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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La costumbre, noción central en muchas de las argumentaciones, se caracterizada como una suerte de fuerza inercial a la que los seres humanos se ven sometidos a cada instante y cuya autoridad se hace casi imposible de contrarrestar. Montaigne ya nos advierte sobre “esa maestra violenta y traidora que es la costumbre”, que exige ser venerada en su aparente intemporalidad. De este modo, los hombres se amoldan a la sujeción gracias a la costumbre, a este impulso inercial que tiene la potencia de trastocar incluso a la propia naturaleza.

Los sujetos se hallan aprisionados por los prejuicios que han ido incorporando desde su más tierna infancia y su capacidad de actuar más allá de los estrechos márgenes que establecen las leyes. Y la gran mayoría no sólo se ven coaccionadas a actuar de un modo determinado, sino que incluso son incapaces de detenerse a reflexionar acerca de esa particular forma de existir, poner en entredicho aquellos mandatos ancestrales de la costumbre.

Los hombres  tienen enormes dificultades para alcanzar a comprender que las opiniones, costumbres y leyes que sus padres les han trasmitido distan de tener un fundamento. El principal efecto de su poder es sujetarnos y aferrarnos hasta el extremo de que apenas seamos capaces de librarnos de su aprisionamiento y de entrar en nosotros mismos para discurrir y razonar acerca de sus mandatos

De ahí, afirma Montaigne,  “procede que aquello que se sale de los quicios de la costumbre se crea fuera de los quicios de la razón” Y a pesar de todo  existe un número reducido de individuos digamos los hombres de entendimiento que no pueden dejar de sentir la arbitrariedad de sus costumbres ni de intentar mantener libre su juicio.

La razón humana es como un barniz sutil más o menos en la misma proporción en todas nuestras opiniones y costumbres, sea cual sea su forma: infinita en materia, infinita en diversidad. Y en esa ilimitada variabilidad, la razón de los hombres, secundando a la costumbre, se convierte en un instrumento capaz de justificar con igual legitimidad las más dispares normas legales, por más extravagantes y peculiares que estas puedan resultar.

Por ello es difícil cambiar una ley  que habilita la represión sin trabas. Costumbre atávica y potencia absoluta de los usos de todo poder. Va a hacer ya seis años y sigue sin derogarse, como se había afirmado, la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, conocida popularmente como Ley Mordaza. Una ley que tiene el rotundo rechazo de los ciudadanos.

¿Cómo el gobierno más progresista de la democracia española ha sido todavía incapaz de abolir la ley mordaza? De hecho, en el último año, se ha utilizado la ley mordaza diez veces más que en los cinco años anteriores de cuando la aprobó el gobierno Rajoy. El New York Times instó incluso a la Unión Europea  a su abolición. En su editorial el New York Times dijo que esa ley recordaba al régimen franquista.

“Las leyes mantienen su crédito no porque sean justas, sino porque son leyes. Éste es el fundamento místico de su autoridad; no tienen otro… A menudo están hechas por necios, las más de las veces por gente que, por odio a la igualdad, carece de equidad, pero siempre por hombres, autores vanos e inciertos… Quien las obedezca porque son justas, nos las obedece justamente por el motivo correcto”. Dirá Michel Montaigne. En  suma, la costumbre es como una tiránica fuerza nacida de la debilidad del ser humano. La mera repetición de determinados actos a lo largo del tiempo les otorga una especie de fuerza inercial que obliga al sujeto a perpetuarlos indefinidamente.    

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