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Cosas que niegan quienes suelen hablar de “negacionistas”

"La forma de actuar de estos presbiterios 'progres' del pensamiento parece tener como patrón psicológico principal el de la nobleza castellana de antaño"

Thomas S. Harrington
Thomas S. Harrington
Catedrático emérito de los Estudios Hispánicos en Trinity College en Hartford (EE.UU.) donde impartió durante más de dos décadas clases sobre la literatura, el cine y la historia cultural de los Países Ibéricos en la época contemporánea. Sus líneas principales de investigación son los movimientos peninsulares de identidad nacional, el iberismo, la cultura catalana contemporánea, la teoría cultural (especialmente la teoría de polisistemas) y las migraciones entre las llamadas culturas periféricas de la Península y las sociedades del Caribe y el Cono Sur. Ha ganado dos becas Fulbright (Barcelona y Montevideo, Uruguay) y ha vivido o trabajado también en Madrid, Lisboa y Santiago de Compostela. Además de su trabajo como hispanista, es analista de la política y la cultura en la prensa de su país y en el extranjero. Más información sobre su obra y bio en su web: https://www.thomassharrington.com/about
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análisis

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Durante estos últimos dos años hemos visto y escuchado muchas jeremiadas contra los llamados “negacionistas”, aquellos que, escuchando sus voces interiores, evidentemente fascistas y orgullosamente antiintelectuales, niegan hechos preclaros como, por ejemplo, que la existencia de un virus que mata a gente a un ritmo muy parecido a la gripe estacional sea un buen motivo para romper todos los ritmos normales de la vida cotidiana y suspender sine die los derechos más básicos, incluido el derecho de la soberanía corporal.

Para muchos miembros de la izquierda bienpensante, decirle negacionista a una persona que simplemente quiere pruebas de la eficacia de las medidas diseñadas contra la covid se ha convertido en un reflejo tan natural como lo es jactarse de su pertenencia a SOS-Racismo o la Amnistía Internacional.

La elegancia de la técnica radica en cómo salvar al autor de la maldición de la necesidad de ensuciarse las manos con lecturas y opiniones que no le llegan directamente y pre-masticadas por la big tech en la bandeja de entrada.

La forma de actuar de estos presbiterios progres del pensamiento parece tener como patrón psicológico principal el de la nobleza castellana de antaño. Pero, mientras que los antiguos barones de la meseta central despreciaban a quienes trabajaban con las manos, los barones bienpensantes del culto de la covid desprecian a todos los que no se creen al pie de la letra las teorías recientemente cocinadas por los “expertos” y las figuras mediáticas surgidas de la misma extracción social.

Otra diferencia entre aquellos terratenientes del pasado y los comisarios de la corrección covidiana de hoy es en sus actitudes frente a la naturaleza aparentemente caída del hombre. Mientras que los primeros rendían homenaje –por lo menos verbalmente– al concepto de la piedad y a la conocida capacidad humana de equivocarse, estos últimos, no. No, para ellos la única respuesta válida a las preguntas evidentemente impertinentes de los escépticos del discurso cóvido es la imposición de alguna u otra forma de la muerte social.

Cualquiera que haya estudiado un poco la historia sabe que tanto las revoluciones como los pánicos sociales tienen fechas de caducidad, y que lo condenado como ilógico y hereje durante el período de la hegemonía de las autodenominadas vanguardias del pueblo tiene una manera muy consistente de restablecerse como lógico y sensato una vez pasado el momento de fervor.

Este proceso ocurre en todas partes, por ejemplo, en Reino Unido, Israel y EEUU. Pero con la muy loable excepción de Beatriz Talegón, muy poca gente en el complejo mediático catalán –un colectivo de una vocación supuestamente muy cosmopolita y escéptica en comparación con otros de la misma parte de Europa– parece tener interés en verlo o hablar de ello.

¿Orgullo? ¿Vergüenza? Quién sabe

Es cierto que cuanto más dura sea la negación frente a los hechos, más dura será la decepción ciudadana y la caída de la credibilidad de un estamento mediático ya bastante desacreditado. Esto, sobre todo, si los miembros del gremio tratan de cubrir su ceguera voluntaria con excusas como: “Nadie sabía nada de eso de lo que hablas cuando hacíamos los reportajes.”

¿De qué hablo?

1. De que las vacunas no funcionan, al menos contra la transmisión del virus, que es, sin lugar a dudas, la razón principal que las autoridades dieron para ponérselo y la razón por la que la mayor parte de gente lo conceptualizó como un deber social. La evidencia empírica no puede ser más clara. Pero si sois de los que creen más en las palabras de las “autoridades” que en lo que ven con sus propios ojos, puedo remitirles a las constataciones de la directora del CDC, que ha dicho que las vacunas no tienen esa capacidad , o el gurú Fauci admitiendo, el 10 de enero de 2022 , después de haber sido uno de los propulsores más visibles a la hora de decir que las vacunas frenan la infección, que tarde o temprano casi toda la población se infectaría con el virus.

Que esto parece una noticia chocante para algunos es una muestra de la enorme capacidad que tiene mucha gente de no querer ver nada que no secunde los discursos presentados en la prensa como mayoritarios y sin discusión. Tal y como apunté en mi artículo de mayo del año pasado –con enlaces a los documentos oficiales de la FDA– , las pruebas clínicas no aportan ninguna, repito, ninguna evidencia sólida de que las vacunas eviten la infección o frenar la transmisión del virus . Pero esto no impidió que las autoridades dijeran cínicamente cada dos por tres que tenían precisamente esa capacidad esencial, ni que muchísimos ciudadanos desesperados, víctimas del abuso psicológico sistemático del complejo mediático-gubernamental, se lo creyeran plenamente.

2. Que existe un cuerpo emergente de estudios –de países como Escocia e Israel– que sugieren que las vacunas no sólo no bloquean la transmisión del virus sino que podrían ser catalizadores de la replicación viral.

3. Si las vacunas no bloquean la transmisión, y su único beneficio mínimamente probado es que minimizan los efectos del virus a los más vulnerables, no existe ninguna justificación para el certificado covid. Vacunarse es una opción puramente personal y debe ser visto como tal.

Habiendo visto la lógica elocuente e inapelable de lo que acabo de decir, algunos miembros del culto de las vacunas han intentado justificar que se continuara con la campaña de administración forzosa en todo menos el nombre para “salvar” el sistema sanitario, como si los ciudadanos que pagan de sus bolsillos tuvieran la responsabilidad de servirle, y no al revés. Pero asumimos que estamos todos de acuerdo con el supuesto absurdo de que los ciudadanos están ahí para servir al gobierno y no al revés. En este contexto, ¿no tendríamos también la necesidad moral urgente de quitar derechos básicos también –por decir sólo dos grupos– a los obesos ya los fumadores, personas que sabemos a ciencia cierta que cargan el sistema de salud más que otras?

4. Emplear cualquier coacción en la administración de cualquier medicamento es una violación absolutamente clara de los Principios de Nuremberg, elaborados después de la Segunda Guerra Mundial como respuesta a las prácticas abusivas y frecuentemente abiertamente eugénicas de los nazis, entre más cuestiones. Que nadie de la prensa ni de los altos estamentos gubernamentales lo haya dicho en Macron o en los mandatarios de los gobiernos de Austria y Alemania es una buena muestra de la parálisis moral casi total de la UE en este momento de la historia.

5. Que las pruebas PCR, que fueron una pieza clave en los esfuerzos de generar “casos” y fomentar el pánico entre la población en relación con la supuesta amenaza grave “para todos” de la covid en realidad son, tal y como van señalar a algún negacionista loco y también al tribunal de relación de Lisboa en noviembre de 2020, máquinas de falsos positivos, sobre todo cuando operan más allá de 28-30 Ct (ciclos de amplificación). Sin embargo, el gobierno de EE.UU., así como la gran mayoría de los gobiernos de Europa, recomendaba emplear las pruebas a 40-45 ciclos de amplificación. Durante dieciocho meses el gobierno de EE.UU., así como muchos gobiernos europeos, no admitió nada de todo esto mientras aplicaba una política de pruebas en masa entre la población asintomática. Pero ahora que está claro que las vacunas hacen entre poco y nada para frenar los contagios, lo que convierte los recuentos de casos tan “beneficiosos” de antes en un lastre importante para el gobierno, el santísimo CDC ha suprimido la PCR, sugiriendo que no distingue muy bien entre la cóvid ​​y la gripe. Y hace unas semanas, la directora de la misma organización admitió que las PCR pueden dar falsos positivos hasta doce semanas después de una infección. Y, por fin, la NBA, preocupada por que la última ola de positivos para el ómicron le destrozara los ingresos, dijo que tan sólo una señal obtenida por debajo de 30 ciclos de amplificación contaría como positivo. Poco después, la liga, invocando una de las leyes más básicas de la medicina de todos los tiempos hasta marzo del 2020, dijo que sólo investigaría como potencialmente nocivos para la salud del grupo aquellos jugadores con síntomas claros de la enfermedad.

Quizás estas honradas autoridades puedan explicar todo esto a mis estudiantes, que, como gente entre 18 años y 22, tienen una posibilidad muy escasa de tener efectos graves para la covid, pero que fueron enjaulados y forzados a ceder gran parte de su vida social e interacciones reales con sus profesores como resultado de la plaga de “positivos” obtenidos en 40-45 ciclos de amplificación en sus amigos asintomáticos. Y eso mientras sus familias pagan 70.000 dólares anuales para que gocen de ese privilegio.

6. Que JAMA, una de las revistas de medicina de mayor prestigio en el mundo, ha confirmado un vínculo aparente entre la administración de las vacunas y un salto considerable en el número de casos de miocarditis en hombres jóvenes. Otro estudio ha confirmado un vínculo entre las vacunas y la disrupción del ciclo menstrual en las mujeres.

7. Que las farmacéuticas que fabrican las vacunas han pedido, y han recibido, en EE.UU. y en la mayoría de los países del mundo, indemnidad total para cualquier mal causado por las vacunas en la vida de los ciudadanos que se les ponen. Cuando un grupo de ciudadanos estadounidenses pidió acceso a la documentación sobre las pruebas clínicas de las vacunas que Pfizer le había dado a la FDA durante la petición para una Autorización Temporal de Urgencia (EE.UU., por sus siglas en inglés) del su vacuna –documentación que la FDA fue capaz de analizar en algo más de cien días– ¡la farmacéutica dijo que era imposible y que necesitaría setenta y cinco años para hacerla pública! Afortunadamente, un juez rechazó ese intento absurdo e insultante de esconder esa información esencial.

8. Que el argumento de que los confinamientos eran medidas probadamente eficaces contra la difusión del virus nunca tuvo una base científica sólida, algo sugerido por este metaestudio sobre la cuestión publicado recientemente por Johns Hopkins.

9. Que durante toda la pandemia tanto el CDC como la FDA, negando uno de los pilares más básicos de la inmunología, cuestionaron una y otra vez tanto la realidad como la duración de la inmunidad natural, llegando a sugerir unas cuantas veces que es claramente inferior a la inmunidad que podrían dar las nuevas vacunas experimentales. Tan omnipresente era el mensaje de que la gente de la revista Rolling Stone, en su momento todo un icono del periodismo de investigación, pero ahora no menos ávida que sus competidores de complacer al gran poder, presentó la idea de que la inmunidad natural podía ser tanto o más robusta que la inmunización por vacuna como una teoría de conspiración de cuatro gatos estrafalarios. Ahora que es evidente que las vacunas no protegen contra la infección o la transmisión, y que casi toda la gente que quería la inyección ya la tiene, el CDC ha admitido discretamente lo que era una teoría de conspiración sólo unos meses antes es cierto: que los no vacunados tienen resultados considerablemente mejores que los vacunados frente a las nuevas variantes del virus.

Una mentira hermosa, ¿no? Sobre todo para quienes, sabiendo la verdad sobre la realidad de la inmunidad natural, eran obligados a escoger entre perder el trabajo y sus derechos cívicos o tomar una inyección experimental que no podría ayudarles de forma sustancial, pero que sí podría aportar complicaciones, unas cuantas de ellas muy serias.

10. Otra preocupación de los supuestos negacionistas y conspiranoicos durante la pandemia –sobre todo los que leyeron este estudio o conocían el sistema de grandes recompensas financieras que el gobierno de EE.UU. y más gobiernos del mundo ofrecían a los hospitales para cada diagnóstico y cada muerte” covid”– era cuánta gente ingresó o murió por cóvido o simplemente con una prueba positiva además de unas cuantas condiciones preexistentes. La cuestión fue ignorada sistemáticamente tanto por el gobierno como por sus transcriptores en la prensa comercial durante casi dos años. Así fueron las cosas hasta hace unas semanas, cuando el gurú  Fauci, sabiendo que ahora, a raíz del fracaso estrepitoso de las vacunas, necesitaba minimizar la importancia de los casos, ingresos y muertes relacionados con el virus, dijo como si fuera la cosa más normal y sabida en el mundo que la mayoría de los ingresados ​​por covid están ahí principalmente por otros motivos . Unas semanas más tarde, la directora del CDC dijo algo muy parecido, constatando lo que algunos hemos sabido desde el primer momento, pero que fue escondido sistemáticamente por el gobierno y la prensa corporativista: que la mayoría abrumadora de muertes por covid, el 75%, han sido de gente con “al menos cuatro comorbilidades” . Y ahí está los datos de la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido (entregadas sólo porque un investigador lo pidió a través de una petición FOI) sobre el número de gente que ha fallecido solo por cóvido durante la pandemia.

Lo que ninguno de los dos tuvo la decencia de hacer es pedir perdón a quienes han sido censurados y desterrados de las redes sociales por decir exactamente esto durante estos últimos veintidós meses.

11. Que nunca hubo ninguna ciencia sólida detrás de las recomendaciones sobre la duración de las cuarentenas. ¿Cómo lo sabemos? Pues porque, a finales de diciembre, el CDC redujo el tiempo de cuarentena postinfección a tan sólo cinco días. Cuando le pidieron a la directora del CDC si el cambio era un resultado de nuevos estudios científicos, ella no citó ninguna investigación y dijo: “ Realmente tenía mucho que ver con lo que pensábamos que la gente podía tolerar ”.

12. Que después de vilipendiar como negacionistas que odian a la ciencia todos los que tomamos el tiempo de leer el cuerpo entero de estudios sobre la efectividad de las máscaras como barrera de infección, la FDA admitió – claro, ahora que la infectividad extrema con el ómicrón les ha dejado totalmente desnudos ante el público– que las de tela que algunos han llevado religiosamente durante veintidós meses básicamente no valen para nada. Mostrando la ausencia de vergüenza que hemos llegado a esperar de los comisarios de la covid, la doctora Leana Wen, que quizá ha sido la portavoz más fanática en nuestros medios en pro de la línea oficial sobre la covid, dijo poco después: “ No lleves una máscara de tela. Son pooco más que decoraciones faciales.” Y lo dice con otra mentira obvia: que es que ómicron que ha cambiado repentinamente las reglas del juego. ¡Esto como si la variante particular de un virus cambiara las dinámicas básicas de la física que rigen la filtración de los virus en forma de aerosol!

13. Que Israel, así como varios de los países más vacunados del mundo, ha tenido una proliferación de casos y de muertes por cóvido extraordinaria durante enero, mientras países como Japón, Sudáfrica e India, donde la presión para vacunarse es bastante baja, y donde, por ejemplo, en el caso de Japón, se ha distribuido Ivermectina ampliamente entre la población, las cifras son muy inferiores.

14. Que después de dos años las tasas de mortalidad covid en Suecia, aquel país calumniado sistemáticamente en la prensa de Cataluña, sobre todo en el diario del señor Rodés, son bastante mejores que las del estado español . Si las cifras fueran simplemente empatadas, todavía sería una victoria abrumadora para el país nórdico. ¿Por qué? Porque lo hicieron sin recortar libertades básicas, sin amordazar a nadie, especialmente a los niños, y sin sentenciar a esos mismos niños en el purgatorio de escuelas cerradas y clases remotas.

Estamos en medio de la campaña de censura y propaganda posiblemente más ambiciosa y amplia de la historia, una campaña mundial que en aras de la lucha contra la “desinformación” censura y cancela millones de ciudadanos ordinarios junto con sabios de altísimas calificaciones por el “ pecado” de tener opiniones que van en contra de la línea oficial sobre la covid propagada por los gobiernos y las autoridades médicas escogidas por ellos.

Y esto se hace, si se puede creer en las encuestas, con la aprobación de la mayoría de la ciudadana en la mayor parte de los países occidentales. Pero, como sugerí en una columna anterior, el concepto de fake news, que es el pretexto para la censura rampante de hoy, no resiste el más mínimo análisis lógico. Que tanta gente parezca ver en esta nueva censura contra la “desinformación” un buen remedio para las angustias que les causa un mundo hipermediatizado es una señal muy alarmante para el futuro de nuestras culturas.

Según veo desde donde vivo, en Catalunya no hay –y quizás me equivoco– mucha conciencia de la enormidad de esta censura y cómo afecta a las percepciones básicas de la realidad del fenómeno covid. Cuando sale la cuestión de la censura en la prensa del país, se limita más bien a casos puntuales y locales como el caso de López Bofill en la UPF o las muchas distorsiones sobre Cataluña en la prensa española. La idea de que posiblemente han sido los objetos, así como millones de ciudadanos en todo el mundo, de una de las campañas más ambiciosas y sofisticadas de desinformación de la historia, y en manos de la misma gente e instituciones que dicen luchar a su favor contra la desinformación, no parece que se le ocurra a muchos miembros del estamento intelectual del país.

Me parece que ya es hora de que algunos empiecen a considerar esta posibilidad. Si tiene interés en explorar explicaciones alternativas al fenómeno de la covid, un buen lugar para empezar es con el libro, publicado recientemente , del prestigioso académico neerlandés Kees Vander Pijl.

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1 COMENTARIO

  1. Menuda vergüenza de artículo, diciendo medias verdades, soltando bulos o directamente mintiendo. No voy a poner en duda la trayectoria o los estudios del sr. Harrington pero lo de este artículo es demencial, a la altura de muchos otros artículos publicados en este panfleto

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