Luca Prodan afirmaba que cuando dicen que el poder corrompe, hay que ver siempre quien es el que llega al poder, a tener poder. Quizá no es que lo corrompió el poder, sino que siempre estuvo corrompido. Es el mismo silogismo que el del enterrador shakesperiano requerido por Hamlet para que le aclare el tiempo que tarda un cadáver en corromperse y que antepone la consideración de que no estuviera putrefacto antes de morir. Y ningún daguerrotipo de la corrupción más plástico que el Estado fallido en el que los derechos cívicos, las libertades públicas, la igualdad son menos importantes que el balance de un banco. El poder económico en su afán por exterminar la política y convertir a los partidos en entes de gestión produce, en muchos casos, que la coherencia sea simplemente la de los mercaderes del templo a través de un pragmatismo sin predicados.
El carácter pragmático del “realismo político”, como explica José Luis López Aranguren, oscila entre una abierta repulsa de la moral y la pretensión de presentar la política, en un tertium quid imposible, no como opuesta a la moral sino como independiente de ella y regida por leyes estrictamente “técnicas”, es decir, éticamente neutrales. Esto da paso a que los conceptos emancipadores -como libertad, tolerancia, etc.- puedan convertirse en instrumentos de dominación. La libertad del dinero y de los mercados prevalece sobre la libertad política y la tolerancia se fundamenta por el relativismo moral, tolerancia equivalente a que todo vale y todo es negociable. La corrupción alojada en todas las intersticios oficiales y oficiosos impulsa a interrogarse si el sistema está corrompido o es la corrupción el sistema.
El Partido Popular es el paradigma perfecto de la corrupción institucional, valedor de los intereses que la fomentan, muñidor ideológico de las holguras estatales que la hacen posible y beneficiario del patio de Monipodio en que ha convertido la vida pública. Este hecho nada subjetivo produce una multiplicidad de paradojas subyacentes muy adheridas a la llamada posverdad que no deja de ser un epifenómeno pseudofilosófico para que tenga un nombre decente el engaño y la mentira. La primera incongruencia severa se desprende de que el máximo responsable de una organización política trufada de corruptelas, granjerías y el más amplio desorden ético sea el más inocente de toda la estructura piramidal del partido conservador. Es algo tan extraordinario como inverosímil. Y sin embargo, ¿cómo es posible que un presidente del Gobierno, con una exigua minoría parlamentaria, cercado por la putrefacción del envilecimiento y la deshonestidad que supuran todos los cornijales de su partido y la escasa credibilidad de sus explicaciones, pueda mantenerse en el poder sin excesivos agobios?
El sistema favorece la presión del poder económico para obligar a los agentes políticos a adoptar la filosofía que gira en torno a unos elementos básicos: simplificación del análisis (dicha simplificación consiste en presentar necesidades subordinadas antepuestas al verdadero problema), lógica binaria (anulación de alternativas y de soluciones complejas), estabilidad política como ficción, el miedo como instrumento principal de sumisión de la ciudadanía, la tendencia natural al abuso de poder, la priorización del interés propio. De esta forma, hemos visto como Mariano Rajoy ha sido alzado a la jefatura del Gobierno por el apoyo de Ciudadanos con la peregrina idea de combatir la corrupción en maridaje con el partido corrupto y que a pesar de que Albert Rivera reconoce casi diariamente que el Partido Popular incumple todos los acuerdos que suscribieron en el pacto de investidura, siga manteniendo el apoyo parlamentario a los conservadores. O ese sector del PSOE que llevó a la organización a la más aberrante peripecia autodestructiva con el único fin de facilitar la continuidad de Rajoy en el ejecutivo. En conjunto, la perspectiva de la situación política nos ofrece un contorno nítido: una mayoría fragmentada está sometida a una minoría uniforme y que impone su propia narrativa ante la falta de un relato coherente de la oposición.
Combatir la corrupción en alianza con el partido corrupto, facilitar a Rajoy el acceso al Gobierno para después intentar desalojarlo del poder, son falacias que no le ahorran a la oposición la frustrante mirada sobre un Rajoy indemne ante sus increíbles declaraciones en sede judicial, parlamentaria o en comisión. Por ello, la oposición, si pretende serlo, no debería olvidar que el más alto grado de corrupción es la incompetencia.
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