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Corinna Larsen asegura que a Juan Carlos I “no se le daba bien jugar a 007”

La examante del rey emérito asegura que el CNI utilizó al monarca para sacarle información comprometedora

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análisis

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Las últimas confesiones de Corinna Larsen en sus diálogos de mesa camilla y brasero con Inda y Cerdán revelan una nueva faceta hasta hoy desconocida del rey emérito: la de espía del CNI. A Juan Carlos I lo habíamos visto hacer de todo, de avezado regatista y patrón de yates, de implacable cazador, de general en jefe experto en controlar golpes de Estado, de aguerrido motero en plan Los Ángeles del Infierno, de emprendedor o intermediario con los jeques árabes (todo siempre en interés de España, por supuesto) y en otros muchos papeles más. Pero nos faltaba esto, verlo metido en el rol de agente 007, de James Bond borbónico, lo cual confiere al affaire Corinna un nuevo toque surrealista, no porque el exmonarca no esté preparado para cumplir con la misión (siempre se ha rodeado de espías y maderos y algo se le habrá quedado) sino porque por lo general son los reyes los que envían a sus espías a los frentes diplomáticos y cancillerías, para que vayan rascando información, y no a la inversa, como parece ser aquí. Spain is different.

“El rey llevaba un pin en la solapa, como una bandera de España, y se comportaba de forma muy rara. No hacía más que echarse hacia delante y preguntarme lo que quería. Así que le pregunté: ¿Estás aquí para hablar de una salida pacífica, constructiva y digna a esto para nuestras familias o ha preparado el general [en referencia a Félix Sanz Roldán] esta visita?”, declara la examante del emérito a preguntas de Inda/Cerdán. El asunto es de todo punto fascinante y viene a demostrar que una bandera puede servir para muchas cosas más que para envolverse en ella, como hace el populista Santi Abascal a todas horas. Por otra parte, lo de que el monarca se comportaba de forma “rara” es algo normal, nadie nace espía, nadie viene a este mundo enseñado, y no debe ser fácil que de buenas a primeras a uno lo suelten por la neblinosa Londres en misión especial a vida o muerte, como por lo visto era este trabajo de grabar a un señora bien que podrá ser de todo menos tonta, de modo que enseguida se coscó, se quedó con la copla y con la supuesta trampa.

“Me respondió enigmáticamente. Primero empezó a decirme que el general era su mejor… mayor protector, un amigo íntimo… Y después dijo que sin el general…” En ese momento el emérito (siempre según la declaración de Corinna Larsen) hace un gesto característico con la mano en forma de cuchillo como rebanándose el cuello, caput, finito, lo cual no deja de ser preocupante. La conspiración palaciega estaba en marcha, tal como ha reconocido la empresaria alemana, ya que había poderes fácticos en la sombra tratando de maniobrar y consumar un cambio en el trono. La propia comisionista señala directamente a la Reina Sofía como muñidora de la trama y del “golpe de Estado interno” para colocar a su hijo, Felipe VI, al frente de la Jefatura del Estado, mientras que Mariano Rajoy estaría de acuerdo con el plan. Cuesta trabajo pensar que alguien tan pacífico y gris como el registrador gallego pueda meterse en estos fregados y berenjenales, pero cosas peores hemos visto y estamos viendo en este bendito país.

El testimonio de Corinna prosigue: “Eso fue lo que nos indicó. De pronto me preocupó de veras que el general podía estar usando al ex rey de España como espía. Había venido a Londres con un micrófono oculto, como todos los demás, para tender una trampa a su exnovia. Pienso que a Juan Carlos no se le daba nada bien jugar a ser 007 porque fue simplemente una situación embarazosa y nos quedamos atónitos de adonde habían llegado las cosas”, ironiza la princesa alemana.

El caso Corinna tenía ya todos los ingredientes para un thriller trepidante de Alfred Hitchcock, una compleja trama internacional de espionaje, microfilms, el brumoso escenario londinense con sus bobbies de Scotland Yard, montañas de dinero negro y glamour y hasta una de esas rubias cañón por las que el maestro del suspense perdía el sentido. Sin embargo, faltaba el penúltimo giro inesperado, el toque mágico sorprendente necesario en cualquier relato negro, que al tratarse de una historia de espías a la española no podía evitar contar con ese ingrediente esperpéntico y valleinclanesco tan nuestro. La posibilidad de que Juan Carlos I haya hecho las veces de agente secreto para el CNI pone el turbio asunto a la altura de las mejores comedias landistas de los sesenta. Sola falta Pajares en el papel de consejero o secretario real y Esteso en el de comisario Villarejo. Por cierto, dicho sea de paso, las grabaciones del policía jubilado, auténtica caja de Pandora de la destrucción de España, revelan el bajo nivel cultural de nuestros espías. No puede ser, de ninguna manera, que los audios estén llenos de tacos y de incorrecciones gramaticales en un tono chusco de güisquería que recuerda bastante al estilo Torrente, el célebre poli facha de Santiago Segura. En este país siempre hemos sido más de comedia que de cine negro, salvo honrosas excepciones, pero lo mínimo que se puede exigir a un espía del CNI es un nivel, una elegancia, un saber estar. Vale que nunca podrán llegar a los modelos idealizados de Sean Connery, Roger Moore o Pierce Brosnan. Pero al menos que no hagan el ridículo cuando se les envía en misión suicida a la peligrosa Pérfida Albion.

El rey hizo lo que pudo en el papel de James Bond, un auténtico marrón desde el punto de vista del espionaje, pero sus estrechos colaboradores no se lo pusieron fácil. Lo del micrófono en la bandera fue ingenioso, eso sí. De esta, Vox hasta patenta el invento para sus conspiraciones contra Pablo Iglesias. Aunque mejor no dar ideas.   

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