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Contra el Banco de España

Braulio Llamero
Braulio Llamero
Escritor. Su última novela, recién publicada, “Lo que nunca se contó de Artemio”. Su último libro para niños, “¿Puedo borrarme de vampiro?”. También es periodista y ha trabajado en medios locales y regionales de radio, prensa y televisión. Fue columnista diario durante décadas en La Opinión de Zamora (donde también fue director) y Tribuna de Salamanca, entre otros. Más información en www.brauliollamero.com
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análisis

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Me irrita la mera existencia del Banco de España. Y me cabreo cada vez que su más algo responsable abre la boca. Vayamos por partes.

¿Cuál es la función del Banco de España desde que la peseta pasó a mejor vida y nos inyectaron el euro por salva sea la parte? Para justificarse, ahora se finge gran y neutral centro de estudios económicos. También tiene otra tarea más tangible: supervisar a los bancos. Visto lo visto, visto el colapso de las cajas que tan bien ha sentado a la banca privada (más de la mitad del negocio tenían aquellas), visto que los bancos van a su bola, hacen lo que quieren, pagan a sus prebostes cantidades obscenas y siguen con las fusiones que eliminan oficinas y crean paro masivo; visto todo eso, ¿supervisa algo? ¿O más bien los protege y ayuda?

En cuanto a lo otro, lo de centro de estudios, ¿lo necesita alguien? Los propios bancos tienen sesudos servicios de estudios económicos. En Moncloa hay todo un departamento para asesorar en esos asuntos al Presidente. Existe un Ministerio de Economía, con cantidad de altos cargos y funcionarios dedicados expresamente a lo mismo. Así que, ¿qué aporta de específico el Banco de España? Neutralidad, no desde luego. Siempre barre para la misma esquina, para la ideología dominante, para la del sálvese quien pueda, siente un rico a su mesa o el dinero del contribuyente donde mejor está es administrado por los de los yates. Ya me entienden.

Por eso, tras la irritación por su existencia, viene el cabreo cada vez que el Gobernador del tinglado nos lanza un sermón sobre lo que nos conviene. Lo acaba de hacer una vez más. Y no se corta un pelo. Nos dice, dice a quienes han sido elegidos por nosotros (que no es su caso), lo que nos conviene hacer ante la crisis que viene. ¿Y qué nos conviene? Lo que les conviene a los ultrarricos. Ojo con las pensiones, esa cosa de pobres. A ver la productividad, oye, que no doblamos el lomo lo suficiente. Cuidado con el sobre-endeudamiento de las empresas, porque si tu tienes deudas que te den, pero si las tienen los ricos hay que echarles una mano deprisa y a fondo perdido. Tiene el cuajo esta vez de pedir también una reforma del sistema educativo. Su propuesta imaginen por donde irá; ¿hacernos más sabios o más rentables? Y hasta se permite proponer la “mochila austríaca” en el ámbito laboral…

Un desatino de principio a fin. Pero terminemos con las preguntas clave: ¿cómo puede un Gobierno presuntamente progresista mantener en semejante púlpito a un defensor sin fisuras de la religión neoliberal? ¿Por qué mantenemos ese púlpito sin sentido, utilidad ni función? ¿No es hora de abordar algunas reformas, que, esta vez sí, lo sean de verdad y no las que se proponen desde el muy reformable Banco de España?

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