Que dice Andrea Levy, así de sopetón, que ella y su partido el PP son revolucionarios. Que su marcha reivindicativa y rebelde le vino repentinamente leyendo con delectación la obra de Lorca, La casa de Bernarda Alba. ¿El mundo al revés?

Federico García Lorca, como es bien sabido, fue un poeta de efímera vida y verso excelso, además de “maricón” y “rojo”. Su cuerpo de comunista republicano aún yace en un lugar desconocido (gracias a la derecha de antes y a la de ahora de este país: unos lo mataron y otros no le dejan tomar digna sepultura).

Sea serpiente de verano para rellenar huecos mediáticos o una confesión íntima liberadora, un salir del armario para equilibrar psicológicamente la mente culpable o acosada por fantasmas de la razón crítica, Levy ha conseguido ser trending topic y crear alboroto de estío playero.

En una España de abotargamiento colectivo, las palabras nada significan porque ya hace tiempo que a base de ser manoseadas hasta el vómito, sobre todo las de carácter ideológico y político, nadie puede señalar a ciencia cierta con su dedo índice dónde residen las ideas de izquierda y en qué territorio tienen su hogar materno las doctrinas derechistas.

Es tal la confusión que parece que habitamos el país del coño de la Bernarda, un espacio intangible, hecho de barullo patrio y jarana costumbrista, en el cual meter mano a lo que sea, por el solo gusto de joder al contrario, encaramarse al sucedáneo de la notoriedad pasajera y sacar lucro inmediato, se ha convertido en el deporte nacional por antonomasia.

Según eruditos en la materia, Bernarda no pasaría de ser un personaje de leyenda, sin asideros en la realidad terrenal, aunque todavía se discute si pudo existir tal señora por Andalucía o La Mancha, si fue, caso de haber sido algo, puta o sanadora, morisca o cristiana, pero con un coño que curaba milagrosamente males en general introduciendo la persona enferma la mano en la vagina de la susodicha e hipotética mujer con ínfulas de bruja. No hay vestigios documentales de que Lorca conformara su Bernarda Alba a partir del coño de ninguna Bernarda real o ficticia de la tradición hispana.

Tampoco hay rastro alguno de que Andrea Levy esté fuera de sus cabales. Es viceconsejera de Estudios y Programas del PP. Y en su trayectoria profesional cuenta con adornos de lujo en el ejercicio de la abogacía de postín, dos firmas con pedigrí elitista como Roca Junyent y Uría Menéndez, ambos bufetes de la vanguardia “más revolucionaria” de este país llamado España, antiguamente una casa plácida durante el franquismo, en boca del ínclito ex ministro del Interior Mayor Oreja o posmodernamente conocida como nación de naciones por mor del “efecto Sánchez” de última hornada.

Si bien las declaraciones de Levy parecen una soberana sandez, ella no es tonta. Sabe que a río revuelto, ganancia de pescadores. Conoce perfectamente que su rol en el PP, formación sumida en miles de corruptelas y desvergüenzas sonrojantes, es el de imagen joven, desenfadada y mundana que debe neutralizar o maquillar las canalladas que día a día afloran de sus mentores mayores en Génova y otras plazas de las periferias.

Es verdad que Andrea Levy matiza sus sensacionales confidencias aclarando que su revolución es individual, dicho más a lo coloquial, que su rebeldía es interior, una fuerza o impulso espiritual o telúrico entre lo ascético y lo místico, que la deja en una llanura de paz y felicidad consigo misma. Solo usa el término revolución para armar ruido y reírse soterradamente de las utopías desvanecidas y los sonados fracasos reales de los cientos de algarabías rebeldes perdidas entre la hojarasca de la gran historia humana.

A eso se le denomina ser una reaccionaria de libro, dando la vuelta a la tortilla ideológica sin rubor alguno. No obstante, algún pez de mente atiborrada de fútbol y consumismo barato podría morder el anzuelo. De esos tejemanejes intelectuales de burda costura emergen muchos sufragios del PP, de la derecha en general.

Hay que reconocer a Levy, sin embargo, que sus argumentos destilan cierta sutileza; su discurso es menos zafio, por ejemplo, que el de su portavoz parlamentario Rafael Hernando. Andrea Levy pretende conectar con una juventud de tintes apolíticos y desencantada con el sistema, mientras que Hernando juega a asegurar al votante ultra e irredento de toda la vida. Levy se dirige a cabellos recién espolvoreados de espuma seca de perfil light y Hernando a la caspa contumaz de la España eterna, de víscera anticomunista y tarde de olés y rancio machismo.

Si miramos el espectro ideológico, la izquierda huyó de la revolución hace décadas, dejando un vacío político huérfano de referentes. Hasta la pijería luce lacostes que combina ad lib con la figura del Che Guevara o un pañuelo palestino sin advertirse ninguna reivindicación o connotación cultural, social o metafísica. Es simple moda: tendencias capitalistas de ida y vuelta que engullen las propias contradicciones del régimen para salir más fortalecido de esa fusión en apariencia imposible.

Por esa hendidura líquida de la posmodernidad se nos ha colado la Levy revolucionaria, que tiene sus antecedentes en las “revoluciones” conservadoras de las postrimerías del siglo XX lideradas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Como las izquierdas se fueron de hurtadillas al centro de la nada, las derechas compraron la palabreja maldita y se inventaron una era vintage la mar de resultona y flexible. Hoy, la inmensa mayoría estamos en cueros vivos, sin derechos, sin trabajo y sin futuro, y son las elites, el PP y Andrea Levy las que gritan desaforadamente ¡viva la revolución! mientras las izquierdas en busca de identidad son tildadas de reaccionarias y viejos cachivaches a la caza de un storytelling atractivo que enganche a las masas desnortadas que pululan por el páramo del fin de las ideologías y el imperio de la posverdad.

No sabemos si Levy deliraba o soñaba cuando hizo sus revolucionarias manifestaciones a las que aquí nos referimos. Lenin decía que “no hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria. Y viceversa”. Demos tiempo a la diputada del PP para que eche raíces tanto en el hacer como en el pensamiento. Aún es joven y el nicho revolucionario, por el momento, se halla desierto.

De manera gratuita le damos un consejo a Andrea Levy en su incipiente carrera hacia la revolución y, quizá, quién sabe, hasta hacer saltar los pestillos de La Moncloa pepera: “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.” La sentencia también se atribuye a Lenin, a buen seguro Vladimir para Levy en su intimidad. Por tanto, si Andrea Levy persigue su fantasía con denuedo, tal vez… Eso sí deberá realizar un ejercicio extremo de análisis de la realidad con la máxima urgencia, y elegir entre la España fantástica del PP y la suya propia.

Del barullo político de egos y monólogos solipsistas de la actualidad (el coño de la Bernarda metafórico de esta España nuestra) crecerán como setas en primavera nuevos revolucionarios a diestra y siniestra. Flores de un día, casi todos.

Hablando de delirios megalómanos o calenturas abrasadoras… Primero fue el yo absolutista del Rey Sol francés, Luis XIV, el que dejara para la posteridad su archifamosa frase “El Estado soy yo”. El siguiente eslabón de empoderamiento de la mismisidad ególatra se registró, ya en tierra conquistada por el franquismo a las garras republicanas, en la cabeza del inefable Manuel Fraga en su recordado eslogan “La calle es mía”. ¿Cuál será el hito que dé continuidad a esta secuencia histórica? ¿Tal vez cuando Andrea Levy pronuncie “La revolución soy yo: hágase mi voluntad”.

Fuera de bromas, Levy es una mujer muy inteligente. Al tiempo que nos ocupamos de ella y su revolución individual, el Gobierno Rajoy sigue haciendo de la suyas. El próximo caso aislado de corrupción está al caer y la gente del común en la inopia estival.

Pese a lo dicho, la dirigente del PP más se asemeja a una feligresa new age que a una revolucionaria fetén. Es lista; su guiño feminista y LGTBI+ a través de Bernarda Alba y su autor Lorca es una jugada maestra. Sin embargo, el énfasis que pone en la revolución individual e íntima acota su rebeldía a pura palabrería estética de salón. Su inspiración entronca más con las moradas teresianas y la noche oscura del alma del santo Juan de la Cruz. Su levitación reivindicativa procura que la revolución se desate únicamente en las entrañas privadas. O explicado de otra forma, que la rebeldía no salga jamás a la esfera pública. Que cada cual, en suma, ajuste cuentas con su malestar propio cegando la expresión social o política de su dolor personal.

Esa revolución made in Levy, silente y sacrificada, es la que sostiene al PP. El silencio de los corderos siempre se decanta por el poder establecido.

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Guionista, Copy, Analista Político, Escritor. Autor de los siguientes libros: ¿Dónde vive la verdad? (2016, Editorial Seleer), De la sociedad penis a la cultura anus: reflexiones anticapitalistas de un obrero de la comunicación (2014, Editorial Luhu)), Pregunta por Magdaleno: apuntes de viaje de un líder del pueblo llano (2009, Ediciones GPS) y Primera crónica del movimiento obrero de Aranjuez y surgimiento de las comisiones obreras (2007, Editorial Marañón). Más de 25 años de experiencia en el sector de la comunicación.

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