Tengo la suerte inmensurable de que José María Conget se acuerde de mí cuando publica sus libros. No se mide este privilegio porque no lo tomo como un gesto de amistad, me quemaría como profeta atrevido ante un dios, como aquellos astronavegantes de Espacio 1999 con el extraterrestre-pulpo o, más bajo aún y simple, como polilla que flamea sus alas en la lámpara de la noche de agosto. Para mí Conget es un clásico vivo, un maestro.

Confesión general es una colección de cuentos (alguna novela corta para mi criterio) editada por Pre-Textos en abril de 2017 dentro de su hermosísima colección “Narrativa Contemporánea”: diseño, papel, maqueta y tipografía redondos. Ya he escrito elogiosamente en otras ocasiones sobre el zaragozano, su obra es larga y contundente en cantidad, pero bastaría leer su novela última, La bella cubana, editada en la misma colección, para darse cuenta de que estamos ante un escritor soberbio desde todos los puntos de vista: con capacidad para sorprender formalmente, una inventiva desaforada, un nervio que te ata al texto y una acidez que despierta los sentidos.

Para mí Conget (… et pecatum meum contra me est semper, soy congetiano sólo desde hace diecisiete años) es una de las referencias en la prosa hispánica contemporánea, y afinando más: creo que con Rafael Chirbes constituían la pareja de retratistas complementaria y perfecta de la mentalidad de nuestra sufrida patria; Chirbes captaba mejor lo ideológico, lo político, Conget es nuestro psicoanalista más capaz. Leer la obra de los dos es revivir la España desde la posguerra a nuestros días. Y ambos son prodigiosos prosistas, manejadores del ritmo de las ideas pero también del sonido; Conget controla mejor los recursos, Chirbes narraba con absoluta claridad. Muerto Chirbes, reina solo José María Conget.

Basta el primer cuento, “Madurez”, para sentir esa capacidad de introspección, de inmersión en el pensamiento más íntimo de una mezcla de narrador, texto, climas, calles, sonidos, personas… de inmersión en la que el espectador experimentará una simpatía que le involucra en la perspectiva del atribulado protagonista. “Qué cabrón el Conget… ¡otra vez lo ha hecho!” rezaba un crítico con su libro anterior, y es que cuando te quieres dar cuenta: el exhaustivo repaso a todos los recovecos de las emociones o los sentidos que su prosa-catarata te lanza, disecciona sin tremendismos el alma humana. Porque este escritor es humor socarrón o grueso, pero humor, hasta el dolor es humor en él, incapaz de la solemnidad pero recuperador de la dignidad humana en sus debilidades pequeñas, simples, ridículas, verdaderas. Conget es análisis y cada cuento de este tomo nutricio aporta una ventana por la que mirar a un hombre o una mujer siempre asustados y siempre perdidos en un absurdo de ascendencia literaria muy británica, muy Swift o Beckettiana. “Tiempo hostil” o “Sueños compartidos” son cuentos de referencia sobre melancolía, sexo, juventud perdida…, la novela corta (o cuento largo, qué más da) “Dentista” es hipnótica e inquietante en su trato con la obsesión, y “Confesión general”, relato epónimo, es una indagación magistral en el sufrimiento de una vida entregada a la moral y el más allá.

A mí me interesa mucho la forma. Conget derrama la prosa, crea una urdimbre en la que los diálogos terminan formando parte de la narración, el monólogo interior se hace explícito en las descripciones y eso le permite jugar con el lector hasta el virtuosismo técnico de plantearle elipsis que la inteligencia interpretativa completa, dice por ejemplo: “[…] a partir de cierta edad el ombligo se extiende y esa frase hecha se traduce en la preocupación por los delicados procesos de la digestion […], o por ese ruidito del oído, qué será, y por el peso de las piernas pues las varices. El hombre se reía de tantos melindres”, señalo con negrita los lugares en los que el lector es forzado a participar en la literatura. Toda esta narrativa está repleta de recreaciones sonoras, rupturas rítmicas, acumulaciones de ideas, todo en un flujo acompasado y medido, como en una obra orquestal bien dirigida, la prosa de Conget es polifónica.

Sí, otra vez lo ha hecho, aprendamos y preguntémonos por qué un tipo así se puede permitir reírse de sí mismo clasificándose como uno de los worst-sellers de las letras ibéricas. Da grima ver quiénes pasan por genios, mientras quienes lo son de verdad reposan el sueño del magisterio para calar por siempre… después. Me gustaría verle mejor vendido, sin venderse, que en esto, conociéndole, podemos confiar.

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