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Conget: Blackbird singing…

Una maestría

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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En mi plena crisis literaria propia y permanente, atenuada por las amistades, leo El mirlo burlón de José María Conget, que ha publicado en Valencia la editorial PreTextos hace nada, libros editados más que dignamente… y me entran ganas de denunciarlo a la Inquisición, a ver si con arder un rato en la plaza evitamos la aplastante genialidad literaria que a los envidiosos nos anega.

Conget lleva un puñado respetable de volúmenes publicados, La Bella Cubana o Confesión General son los títulos más recientes de la misma editorial que vienen a mi memoria marchita, pero acumula ya cantidad y calidad suficientes y comienza a tener premios de ésos de puro prestigio… (los otros son inversiones de dinero para ganar más). Conget está consolidado, es un nombre estable en la nomina de escritores que de alguna manera son el canon de la prosa actual, la viva y coleante que va marcando Historia literaria. Con cada libro, y repito que ya son muchos, uno encuentra las maneras de este Conget, esta forma de narrar aparentemente enrevesada en la que las entradas de diálogos se mezclan con la voz omnisciente o las frases se cortan abruptamente en unas suspensiones que el lector sobrentiende; podría aparentar dificultad, aunque cuando este lector se hace con el ritmo narrativo: ya está capturado por una especie de plasticidad en la que, cuando levantas la mirada, sientes la necesidad de seguir leyendo: estaremos atrapados por la magia adictiva que nos ha generado a los congetianos.

“El mirlo burlón” aparece en una canción francesa en la que el pájaro se ríe de la ilusión de amor de la juventud; conste, incluyo la anécdota como pegote artístico, que he tenido la suerte de oírsela chapurrear al escritor y hasta eso hace bien.

Unos estudiantes de un seminario de filosofía, en torno al año de la muerte del dictador español (les recuerdo que fue un dictadura), elucubran sobre los límites entre la amistad, el amor, las ideas y el deseo… el profesor, poco mayor que ellos, es un jesuita brillante, atractivo y heredero de una familia burguesa zaragozana; Conget aprovecha para memorar la ciudad en la que eclosionó como persona, probablemente una ciudad tan desaparecida como lo es para los personajes de su novela trascurridas las décadas oportunas a partir de los hechos.

La trama se la leen, que es lo que interesa. Yo sólo voy a alabar lo que me parece literario (se confunde esto con lo ingenioso mucho, con la singularidad de lo narrado: esta tontada está matando a la prosa). Yo no diría de Conget que su escritura es afectada, pero ha ido decantando una maestría, una experiencia que le lleva a narrar, a contar sin lirismos explícitos (me consta que lleva eso a gala) pero, y aquí me enfrento a él, con una sustancia poética que está anclada en el ritmo, el cuidado por el sonido, en la adecuación entre la mente y la cosa: el escribir de Conget es evocador, provocador y melancólico a la vez, porque aúna el verbo y el metro exacto con un análisis psicológico de los personajes digno del más sesudo de esos autores que tanto le aburren…

Tranquilo, don José María, su magisterio es alcanzar todo eso sin que se le note el artificio; su maestría radica en esculpir un espejo en el que se encuentra quien ejerce la tarea de la lectura, usted no pontifica aunque tenga nombre de obispo, sino que tiene ese misterio de la creación (alabado por el Estagirita) que permite al espectador su catarsis sin moralizar y sin aconsejar, dota de vida a los personajes, a los lugares, a los hechos, a la recreación histórica y ahí penetramos, conviviendo, sufriendo, amando y deseando…

El jesuita, para que se hagan una idea, aparece en muy contadas ocasiones y, sin embargo, atraviesa toda la novela con una presencia permanente que recuerda a la del mismo Dios (qué jodido el Conget)… no sé si esto será simbólico; se mete el autor en ciertas narraciones sicalípticas que son un delirio de erotismo, a veces repleto de humor o de terror y hasta de teología (podríamos sacar de aquí un diagnóstico de la sexualidad cristiana)… y todo ello con el arte retórico expresado con la naturalidad más efectiva: Literatura, Conget, Literatura.

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