Como te quiero ladrona

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Es Navidad y a pesar de estar lejos de los míos, las risas vuelan felices por mi casa. Es tiempo de alegría y de compartir la mesa con la familia. La magia de la fiesta engalana tristezas, soledades y penas, permitiendo a muchos fijar la mirada en quien ni siquiera el tiempo ha sido capaz de perdonar.   Por suerte yo disfruto de sonrisas honestas y dejo la impostura a quien la quiera. Un brindis tras otro para desearnos felices fiestas.

Suena el teléfono, artilugio infernal que nos retorna a la realidad con crudeza. Mi suegra está muy mal, ha sufrido un infarto. A pesar de su leucemia y su avanzada edad, un ángel del hospital le va a practicar un cateterismo cardíaco.

Alocados, mi marido y yo hacemos las maletas, introducimos varias prendas y algo de aseo. Él no ha caído en llevar ropa de luto. Se lo sugiero, pero no insisto. Probablemente la Navidad ha querido nublar su entendimiento. El AVE Sevilla-Madrid, majestuoso, atraviesa con nosotros media España. El tren va vacío y tras la ventana, ni un alma.

Otra llamada. Gracias al Cielo mi suegra ha despertado, todo va bien, enseguida llegamos…

Pero lo hacemos tarde. Y aunque sé que lo ha intentado, la Navidad no pudo obrar el milagro. Dios decidió llevársela, con urgencia y sin esperarnos.

Como la rama quebrada que abandona su árbol. En calma y verdecida, la corriente la habrá guiado a la otra orilla. Seguro que su alma ya reposa en el remanso de las aguas y que todos los que la quisieron y se fueron antes, la habrán ayudado a cruzar al otro lado.

Se ha marchado mi suegra. Mujer fuerte y honesta. Bondadosa. Verdadera. De Santander «de toda la vida» como clamaba ella orgullosa. Una mujer ungida de grandeza. Hoy, más huérfana, me despido de ella con el corazón colmado de invierno.

Te miro una vez más antes de irme y tu sonrisa lo invade todo. Cuantos buenos momentos y recuerdos. Cuanto me diste sin pedir nada a cambio. Parece que la Navidad sí hace milagros porque te escucho decirme una vez más «como te quiero ladrona». Y eso me llevo, tu cariño. Todo y nada más que eso.

Salgo del hospital. Fuera hace un frío atroz. Cruzo la acera a oscuras del brazo de uno de tus hijos, tu adorado Alfonso, mi marido. Le miro a los ojos y en él te veo, te siento cerca y no quiero que me aleje de ti la tristeza. Te recordaré con alegría, con la felicidad que tú me diste.

Es Navidad y esto iba a ser un minúsculo cuento navideño. No lo he podido remediar y te he escrito. Sirvan mis palabras como pequeño homenaje, que te hagan feliz allá donde estés y para que el mundo sepa lo mucho que te respeto y te quiero.

A todos aquellos que tengan una suegra fantástica, disfrutadla. No todas son un infierno.

¡Feliz Navidad!

A Carmen Ortiz Gutierrez-Répide

DEP

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