Se cumple este diciembre, 15 años de la peor crisis socioeconómica de la historia argentina, de la que aún hoy no se conocen todos los hechos y de las que todavía hoy muchos deben dar explicaciones.

Una crisis que, como la cocción de la rana, se fue realizando a fuego lento… pero a diferencia del anfibio, quienes estábamos dentro de la olla éramos los argentinos, y sí éramos conscientes de la situación.

Cuando el peronismo planteó el Plan de Convertibilidad como salida a su propia crisis de hiperinflación, ideó una fábula infantil en el que todos éramos felices consumiendo y siendo parte de una fiesta que, aunque supiéramos que en algún momento habría que hacerlo, pocos querían pagar. Pero como en toda fábula, para que pueda funcionar todos deben creer en ella.

Sin embargo poco a poco se vio que este cuentito dejaba a muchos argentinos a la vera del camino, y las consecuencias sociales de este ‘vivir de prestado’ comenzaban a hacerse insostenibles. Para más, los increíbles casos de corrupción que involucraban a miembros del gobierno (luego la historia, y algunos funcionarios, se encargó de demostrar que cuando uno cree haber llegado al límite, siempre se puede ir un poquito más allá) hicieron eclosión en la elección parlamentaria de 1997 donde la oposición nucleada en la Alianza triunfó en los principales Distritos.

Con esa base, y una carrera electoral de final anunciado, la misma fuerza triunfó en las elecciones presidenciales dos años después y pese a haber desarrollado bajo el liderazgo de Alfonsín desde el Instituto Programático de la Alianza una plataforma electoral de claro sentido socialdemócrata, con la llegada al gobierno de Fernando de la Rúa y su configuración ministerial se vio nítidamente que el cariz del gobierno no iría en la línea de la propuesta electoral.

Sin embargo el hastío era tal que la ciudadanía confió en el nuevo gobierno, quien en lugar de plantearse una salida ordenada, aunque dolorosa del corsé económico en el que se encontraba, eligió realizar correcciones que, luego resultó evidente, no dieron soluciones a la compleja situación… como señalara Alfonsín por esos días ‘es un problema seguir con la convertibilidad y es un problema salir de la convertibilidad’.

Para más, y cuando los problemas económicos se acumulaban sin respuesta, el entonces vicepresidente Álvarez renuncia al gobierno denunciando por corrupción a algunos de sus miembros más importantes.

Sin dudas esto fue una estocada que dejó herido de muerte al gobierno de la Alianza. No encontraba respuestas económicas y perdía su baluarte más preciado y sobre el que había basado gran parte de su campaña electoral, la honestidad. Resultaba que al final de cuentas, todos eran lo mismo.

Mientras tanto la ciudadanía cuestionaba fuertemente el accionar del gobierno, pero no quería dejar de tener, los que podían tener, que cada vez eran menos, los beneficios de un dólar subsidiado que permitía importaciones y viajes al exterior.

Y la estocada final la dio la elección de medio término de 2001, donde el oficialismo pierde claramente y el justicialismo decide avanzar sin pruritos por los espacios de poder. Así entonces se quebró una regla no escrita de la democracia por la que el oficialismo ostenta la Presidencia Provisional de la Cámara de Senadores de la Nación, y el peronismo impuso a Puerta al frente de la Cámara alta.

Con el poder minado y la crisis económica sin solución, el gobierno entró en una lenta agonía… pero el peronismo, una vez más y como en la cocción de la rana, comenzó a subir el fuego, en algunos casos, de manera literal.

La entonces Senadora Nacional Fernández de Kirchner, en un acto por demás ‘democrático’, pidió públicamente la renuncia del Presidente de la Nación y diferentes dirigentes de su partido incitaban a los sectores más vulnerables a tomar justicia por mano propia y en una suerte de venganza ante la realidad que vivían, saquear comercios… aunque algunos de quienes pasaban hambre muchas veces saqueaban casas de electrodomésticos y pequeños comercios. En general se trató de una lucha entre pobres donde comerciantes, en defensa de su patrimonio, no dudaron en herir e incluso matar al saqueador.

En un aquelarre bizarro, con patéticas escenas, hubo casos donde el saqueador y el policía represor se conocían, porque eran del mismo barrio y la ruptura social fue insuperable.

Y la tensión se resolvió de la peor manera posible, con represión, con muertos y dejando al país en la peor crisis socioeconómica de su historia de la cual son responsables, en mayor o menor medida, la mayor parte de los dirigentes políticos de nuestro país, algunos por acción, muchos otros por omisión.

15 años después estos hechos parecen muy lejanos, pero es necesario que todos recordemos que rol le cupo a cada uno en la historia argentina. Dice Gieco que ‘Es mi país, es un país esponja se chupa todo lo que pasó’, por eso es necesario tener memoria, y que la memoria sea completa.

Para que cuando pretendan erigirse en salvadores de la Patria o recitar nuevas fábulas, aunque ahora en forma de relato y ya no de cuento infantil, pero con la mismas consecuencias de exclusión y vivir de prestado, aunque ahora ya no del exterior sino de las generaciones que nos sucederán, cuando pretendan decirnos que están preparando comida para todos y todas, en realidad como a la rana, a fuego lento, nos están cocinando a todos y todas.

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