Siempre que se abre un debate sobre monarquía o república en nuestro país, hay gente que “llena de sus razones” argumenta sobre el fracaso de las dos experiencias republicanas en España, el caos que fueron, y que vista la experiencia ¿para qué una tercera?.

Sin entrar en explicaciones de por qué y quiénes hicieron que ambas repúblicas fueran más bien efímeras en nuestra historia, me gustaría dar un repaso sobre la institución monárquica; más bien sobre las personas que han detentado, sobre todo en los últimos tres siglos, el cargo de monarca.

La Monarquía institución secular, los reyes y reinas ungidos por la gracia de Dios, símbolos de las esencias de la patria, pero tan mediocres como personas y, como en España en sus reinados, el pueblo fue empobreciéndose y los poderosos lo fueron más, sus disputas dinásticas nos llevaron a guerras civiles como la guerra de sucesión o las guerras carlistas; el oscurantismo de la iglesia atrapaba la vida de la gente; lo mal que se gestionó la independencia de las colonias;… Pero no, no importa, nos dicen que la monarquía es la esencia de España. Y ni hablo de la otra dinastía como se endeudó en guerras y más guerras y aquel imperio fue una ruina para las arcas de estado con tantas deudas a los banqueros flamencos y genoveses, la banca siempre con las garras sobre nuestro país.

Y repasamos un poco a los borbones, cabezas del Estado español, y si se es monárquico, deben ser nuestro ejemplo a seguir, pues para eso se cree en la monarquía como lo mejor para España.

Felipe V, nuestro primer Borbón, el Rey Loco, con trastorno bipolar y depresivo, que no lo digo yo, que lo dice el mismísimo y monarquísimo ABC, en un artículo de César Cervera en el que nos cuenta que… “No se dejaba cortar por nadie el cabello ni las uñas porque pensaba que sus males aumentarían. Así, las uñas de los pies le crecieron tanto que llegó un momento que ya no podía ni andar. Creía que no tenía brazos ni piernas. Y que era una rana.”

Y su sucesor Fernando VI, al que de niño su madre Isabel de Farnesio le encerró para impedirle visitas no convenientes y que también desarrolló posteriormente episodios de locura, como podemos leer en la obra de Pedro Voltes “La vida y la obra de Fernando VI»: “Durante ese tiempo se mostró agresivo —«tiene unos impulsos muy grandes de morder a todo el mundo», escribió el infante Luis a su madre Isabel de Farnesio— y para calmarlo le suministraban opio; intentó suicidarse en varias ocasiones y pidió veneno a los médicos o armas de fuego a los miembros de la guardia real; jugaba a fingir que estaba muerto o, envuelto en una sábana, a que era un fantasma. Cada día estaba más delgado y pálido, lo que se unía a la dejadez en su aseo personal. No dormía en la cama sino sobre dos sillas y un taburete. Mientras esto sucedía en el castillo de Villaviciosa de Odón, por la «villa y corte» de Madrid circulaban versos como éstos:

…Si este rey no tiene cura,
¿a qué esperáis o qué hacéis?
Muy presto cumplirá un año
que sin ver a vuestro rey,
os sujetáis a una ley
hija de un continuo engaño…»

Y podemos seguir repasando los reyes que nos reinaron. ¿Salvamos a Carlos III? Bueno, tampoco llevó a España a una transformación radical y se le ensalza tanto debido a que fue el menos malo. Su hijo, Carlos IV, un auténtico pelele, y ¡oh las familias reales ejemplo de virtudes! Qué decir de la esposa de este Carlos IV, María Luisa de Parma, que habría comunicado a su confesor, Fray Juan de Almaráz “Ninguno de mis hijos lo es de Carlos IV y, por consiguiente, la dinastía Borbón se ha extinguido en España”.

Otra anécdota de Carlos IV cuando era Príncipe de Asturias, preguntaba a Carlos III “Padre, hay una cosa que no comprendo… Si todos los reyes somos designados por la gracia de Dios ¿Cómo pueden existir malos reyes? ¿No deberían ser todos buenos reyes?”. Carlos III mira a su hijo y le contesta “Pero que tonto eres, hijo mío”.

Y así seguimos caminando entre los reyes y la reina de esta dinastía que tiene la representación de esta España nuestra. Fernando VII el felón, el que felicitaba a Napoleón por sus victorias mientras era deseado por los españoles y, al volver, volvió a traer el oscurantismo absolutista. Y nos vuelve a contar César Cervera en ABC, esta vez sobre Fernando VII: ««El Deseado» se reveló pronto como un firme defensor del absolutismo y un perseguidor acérrimo de los liberales. De modales bruscos y carácter chabacano y vengativo, no tenía ningún aprecio por la cultura.»

Y llegamos a la reina Isabel II, que tuvo que abandonar España por la nefasta política de la monarquía en la revolución de 1868, llamada La Gloriosa, y parece que a esta reina le gustaba más coleccionar amantes que gobernar, cosa que no me parece mal, pero ¡ay, como siempre nos hicieron creer que los reyes son ejemplares y crisol de virtudes!… ¡Ah que es solo mientras gobiernan!, que luego si se pueden decir las cosas, pero luego… luego.

No vamos a ser extensos con los otros reyes. Alfonso XII que duró poquito, y que las fuerzas monárquicas y reaccionarias volvieron a imponer tras el derrocamiento de la I República; su hijo Alfonso XIII, con un reinado tan lleno de desastres que el pueblo español ya no le dio su amor y se proclamó la II República. Y se fue Alfonso, a su exilio de la Italia fascista, y allí, junto a su buen amigo Mussolini, conspiró por volver y los monárquicos españoles ayudaron al golpe de estado de 1936.

Y luego volvió, tras la dictadura, la monarquía a España, traída graciosamente por el dictador como un nuevo Dios. Y reinó Juan Carlos, que nos dicen que nos descubrió la democracia, pero ¡ay! otra vez resulta que cuando nos habían hecho creer que era la encarnación de las virtudes, también este Borbón está lleno de impurezas y tuvo que abdicar y, ahora sí, ahora nos dicen tenemos un buen rey prudente, sabio y que sólo el y la institución que representa nos pueden guiar… pero, visto lo visto en la historia de España, yo me pregunto ¿pero cómo puede haber monárquicos en España?

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