Cómo conseguir la eterna juventud

Marc Ribot Jazzaldia, 2016

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Hay personas que tenemos mucho miedo a envejecer. Yo lo tengo. Pero a ver si me entienden. Yo no tengo miedo a que me salgan canas o arrugas o celulitis. De hecho, ya tengo canas y celulitis. No tengo arrugas por algún misterio genético. Mi madre tiene noventa años, mi hermana mayor sesenta y cinco, y tampoco tienen. Se supone que es porque descendemos de una larga estirpe de pescadores vascos que llevan siglos y siglos alimentándose de omega tres casi en exclusiva.

Pero mi miedo no viene por ahí.

Mi miedo viene por otro lado.

Me gusta hacer cosas de joven.

Porque soy viejoven, como bien dicen mis amigos de Ojete Calor.

Me gusta ir a los Parques de Atracciones, y me subo a las Atracciones en las que mi hija no se atreve a subir porque le da vértigo. Me gusta ir a bailar a clubs hasta las siete de la mañana, sin necesidad de drogas de ningún tipo para mantenerme despierta. Tengo muchos amigos de veinticinco años con los que quedo a tomar café. Me llevo de maravilla con mis sobrinas adolescentes.  Me gustan las películas de animación y he sido fan de Pixar mucho antes de que Del Revés pusiera a Pixar de moda. Me gusta la música electrónica. Me gusta el pop, me gusta el indie. Y siempre tengo novios, amigos y amigas más jóvenes que yo.

Hasta ayer por la noche, tenía mucho miedo a desentonar en los garitos y en los ambientes en los que me moviera.

Ayer, Marc Ribot me quitó ese miedo de un plumazo.

Marc Ribot tiene 62 años. Y los aparenta. Es más, puede que aparente incluso 65. Recuerda ligeramente a Gepetto, el carpintero padre de Pinocho retratado por Walt Disney, canoso, encorvado sobre su atril, fijando la vista cansada en las partituras a través de los anteojos, con ese aire de viejecillo despistado y genial. A primera vista parece de todo menos joven y dinámico. Y para colmo aparece acompañado de dos carcamales como él. Un señor de unos setenta años, su bajista. Y otra antigualla desvencijada que se trae por batería. Y luego sí, se trae a  cuatro jovencitos de acompañamiento, pero tan estirados ellos, tan pulcros, tan recién salidos del conservatorio, tan monines (un violín, un contrabajo, una violonchelista), que una piensa que va a ver muy buen jazz, muy pulido, muy eficiente, muy adulto, muy sobrio. Pero entonces, pero entonces….

Marc Ribot empieza a tocar.

Y aquello es el acabose.

Unos jovencitos que hay en primera fila y que no deben haber cumplido aún los 20 se ponen a bailar pogo como si estuvieran en un concierto de Kortatu. ¿Se puede hacer jazz con la misma marcha con la que se haría, no sé yo, EDM? Se puede. Marc Ribot parecerá un ancianito respetable pero desde luego no tiene artritis en los dedos. Hipercinético hasta el paroxismo, se puso a tocar versiones que iban desde el famoso jit de 1970 de  Silver Convention’s  “Fly, Robin, Fly” en versión ultra acelerada, hasta el “Love Rollercoaster” de Ohio Players  pasando por el atemporal rompepistas “The Hustle” De Van McCoy’s. Todo esto en versiones indescriptibles. Meta usted en la túrmix jazz- garaje-clásica- sonido filadelfia-soul, mézclelo bien, acelere en lo posible, y dele.

El público estaba en éxtasis, la gente bailaba como loca, aquello estaba lleno hasta los topes bajo una luna llena y radiante, en una noche preciosa, al lado del mar, con una temperatura perfecta. En fin… ¿quién podía pedir más?

Mención especial merece la maravillosa guitarra acústica que acompañaba a Marc Ribot, Mary Halvorson, una guitarrista de Brooklyn, con una brillante carrera solista a sus espaldas a pesar de su juventud. En el mundo enormemente machista de los músicos de jazz las mujeres, tradicionalmente, solo eran cantantes. Pero últimamente empezamos a ver aparecer por fin a pianista, guitarristas, saxofonistas, todo tipo de instrumentistas muy prometedoras que brillan con luz propia. Habrá que fijarse en este nombre, a ver si en un futuro la vemos venir como cabeza de cartel, sin acompañar a nadie.

Marc Ribot

Festival de jazz de Donosti

Bajista: Jamaaladeen Tacuma

Batería: Calvin Weston

Guitarrista: Mary Halvorson

Trío de cuerda: Nathan Bontrager (violonchelo), Max Haft (violín), Sabine Akiko Ahrendt (violín)

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