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“¿Cómo aceptamos la muerte cuando ya no creemos en nada?”

Miguel Ángel Hernández explora en la impactante ‘Anoxia’ los límites y barreras que el ser humano encuentra en su devenir por la vida para congraciarse con la muerte y la ausencia de los seres queridos

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análisis

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Después de la impactante El dolor de los demás, el escritor murciano Miguel Ángel Hernández invita al lector a sumergirse de nuevo en la muerte desde el sugerente perfil de la protagonista de Anoxia (Anagrama), una fotógrafa que decide abordar el inquietante universo de la fotografía postmortem tras recibir un peculiar encargo y, del mismo modo, todos los interrogantes que le acarrean en el paso adelante dado, aún con el dolor que mantiene por la pérdida de su marido una década después. Hernández construye una novela sugerente, original y muy sutil que se abre continuamente a nuevos horizontes, mientras ofrece un muestrario temático donde la culpa, el dolor o la pérdida se suman al festín que la muerte trae aparejada cuando llama a las puertas de la vida y se agota el recurso del consuelo.

En su obra literaria, temas como la vida, la muerte, la memoria, el olvido o la culpa conforman un corpus unitario que elevan su narrativa a un plano superior basado en la ética. ¿Tiene una hoja de ruta concreta en su trayectoria novelística o las tramas le surgen espontáneamente?

No tengo, a priori, una hoja de ruta ni nada parecido. Las historias y las tramas surgen de modo natural en cada novela. Lo que sí es cierto es que bajo ellas laten las mismas obsesiones. Uno no nunca se las puede quitar de encima. A veces se revelan incluso después de la escritura. Llegan las historias y luego eres consciente de que has estado escribiendo de lo mismo: el duelo, la memoria, el cuerpo, el arte… Son temas que están debajo de todo de modo inconsciente. Aunque supongo que afectan incluso la aparición de las historias que uno decide contar.

En Anoxia, la muerte es el eje vertebrador de toda la novela, pero ofrece una visión de ella humanista y en gran medida luminosa. ¿Es así? ¿Por qué?

Es cierto, la muerte lo atraviesa todo. Pero diría que el tema que hay debajo es la necesidad de aceptarla e integrarla en la vida. De ahí la importancia de las fotografías como forma de memoria de quienes ya no están. De memoria y de consuelo. Casi que sería el consuelo lo que verdaderamente acaba importando. De ahí que pueda decirse que Anoxia es una novela luminosa a pesar de todo. Porque decide situarse en el lugar de la vida y la posibilidad de avanzar, a pesar de tanta muerte.

“Bajo mis novelas laten las mismas obsesiones. Uno no nunca se las puede quitar de encima. A veces se revelan incluso después de la escritura”

La protagonista, fotógrafa de profesión, tiene aún muy presente la ausencia de su marido, fallecido en accidente de moto hace unos años. La muerte viene de nuevo a visitarla, pero, sorprendentemente, es precisamente una visita catártica. ¿Hasta qué punto alienta la lectura de su novela a congraciarnos con la parca?

Como decía antes, la novela trata de “naturalizar” la muerte –si es que se puede naturalizar algo que nunca podremos aceptar–. Habla de los muertos, pero sobre todo de los vivos, de los que se quedan, del modo en el que estos aceptan o no la irremediable partida de sus seres queridos. A Dolores, la protagonista, lo que la hace congraciarse con la parca es sentir que puede ayudar a los demás a través de la fotografía. Digamos que aliviar el duelo de los otros la hace consciente del duelo propio y tratar de solventarlo.

¿Por qué seguimos viendo la muerte como al malo de la película, sea en la circunstancia que sea? ¿Por qué resulta muy difícil congraciarnos con ella?

Porque es el gran misterio y la gran tragedia: que un día ya no estaremos aquí, pero, sobre todo, que las personas que amamos van a partir y ya no volverán junto a nosotros. Eso no se puede aceptar jamás. De ninguna de las maneras. Por eso, desde el inicio de la civilización, el ser humano ha buscado modos de aceptar eso que es inconcebible. La religión y la ilusión de que nada se acaba del todo ha ayudado bastante. ¿Pero cómo lo aceptamos cuando ya no creemos en nada? O se vive como si no fuera a suceder jamás y se niega su presencia –la huida hacia adelante–, o se buscan modos artificiales de memoria (la imagen, el monumento, la escritura) en los que se genere “una segunda vida” de aquellos que ya no están.

Como profesor universitario de Historia del Arte ha decidido hacer de la técnica de la fotografía mortuoria el enganche de la trama. ¿Hay mucho de arte no reconocido lo suficientemente en la fotografía post mortem?

Es una tradición cuyo origen puede rastrearse desde los inicios del arte. La representación del difunto o la creación de formas de memoria atraviesan la Historia del Arte. Máscaras funerarias, enterramientos, pinturas… gran parte del arte está relacionado con la muerte. La fotografía post mortem continúa sobre todo la tradición del retrato funerario, pero con otra tecnología de representación, que es la de esa nueva técnica que toma el lugar de la pintura.

En un emotivo alegato a favor de la fotografía post mortem, el anciano que realiza el curioso encargo a la protagonista habla de esta técnica como “un acto de amor”. ¿Por qué lo es?

Porque esas imágenes se realizaban para generar una última mirada al ser querido. Eran fotografías que se movían en el espacio íntimo, que las recibía el doliente. Y para el doliente esas imágenes no solo eran un cuerpo difunto, sino una persona amada. Así que nada tiene que ver con lo macabro o lo mórbido, que es una de las maneras más erróneas y populares de entender esta tradición.

¿Recordar a los que ya no están a través de la fotografía implica realizar este sentido homenaje de forma diferente a otra forma de hacerlo como pueden ser el rezo para los creyentes o la rememoración a través de los recuerdos?

Las fotografías ayudan a recordar. Construimos, de hecho, nuestros recuerdos no solo a través de las imágenes puras que tenemos de las personas, sino también de las fotos que nos quedan de ellas, que protegen del olvido y contribuyen a que los rostros no se desdibujen. La foto es la memoria del cuerpo que ya no está. Y eso contribuye a la memoria que nosotros atesoramos, la memoria de la experiencia, la memoria del ser, por decirlo de algún modo. El rezo es otra manera de convocar la memoria. Pero incluso a veces el rezo necesita de las imágenes. Lo sabe bien el catolicismo, que es una religión basada en imágenes. La palabra se hizo cuerpo. Y el cuerpo tiene una imagen.

Unas inundaciones en el pueblo costero donde transcurre la novela nos hacen ver el incierto futuro que se cierne sobre todos con las consecuencias del cambio climático. Pese a ello, la protagonista, en duelo permanente por su pareja, logra aferrarse a la fuerza que le da la fotografía. ¿Siempre hay algo que nos ayuda a huir de esa persecución permanente que es la muerte?

La fotografía sirve a Dolores para entender que sigue con vida, que puede ser útil en medio un mundo que se desmorona, que puede utilizarla para guardar la memoria del pasado, pero también como herramienta para hacer frente a lo que sucede en el mundo. Siempre encontramos en la vida algo que nos hace remontar, una tarea, un propósito, un destino. Vivir es tener aún algo por delante. Tener aún tiempo por venir.

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